SEÑOR JUEZ, USTED TIENE LA DECISIÓN
Un adolescente comenzó
su peregrinar por el desierto hace una década. Las violaciones constantes a los
derechos humanos, que viven las personas de su país africano, le empujaron a
tomar la decisión más importante de su vida: abandonar su familia, sus amigos, su
tierra… Lo que más se quiere en este mundo.
Después de muchas
vicisitudes, algunas pusieron su vida en riesgo, consiguió entrar en Andalucía
sin documentación. Ruló por diferentes lugares de España hasta que recaló en
Córdoba, ingresando en un centro de protección de menores. Una prueba ósea, con
escasa fiabilidad biológica, determinó que era mayor de edad, lo que le obligó
a abandonar apresuradamente el centro antes de que la policía lo detuviese y
expulsara.
Después de unos meses
en un albergue de transeúntes, fue acogido en la casa de una Asociación que
lucha por los derechos de los inmigrantes. El chico después de un tiempo y con
la ayuda solidaria de los miembros de la Asociación logró sus papeles, permisos
de residencia y trabajo. Antes llegó a desempeñar la tarea de responsable de la
casa por sus habilidades personales y sociales y consiguió el título de la ESO
y de un ciclo formativo de grado medio. Se hizo respetar por parte de los
compañeros de la casa y ganarse el cariño por las personas de la Asociación, a
la que considera su familia andaluza.
Llegó a independizarse,
consiguió trabajo, alquiló su propia vivienda y llegó a enamorarse de una chica
cordobesa. El verano pasado logró su máximo sueño, volver a su país para
visitar a su familia y amigos. De vuelta nos contó el momento tan esperado de
encontrarse con su madre, traducido en un abrazo fundido de amor y lágrimas de
tanta emoción.
Regresó feliz y volvió
a comenzar a trabajar. Cuando todo le iba bien, después de tanta esfuerzo, se
topó con algo inesperado al renovar su documentación. La Subdelegación del
Gobierno le denegó la renovación por no haber trabajado el tiempo suficiente,
lo que suponía la orden de expulsión. Él no era consciente de que la última empresa
lo contrató por dos horas a la semana cuando estuvo trabajando más de ocho
horas al día durante meses.
La situación está en
manos de un juez. Me pregunto: ¿quién ganará en un Estado social y democrático
de derecho? ¿El chaval que ha luchado por dignificar su vida o una
Administración miope que en vez de dictaminar una orden de expulsión no
sanciona a la empresa que lo ha explotado laboralmente? Señor juez, usted tiene
la decisión, la última palabra.
Córdoba, 5 de julio de 2017
Miguel
Santiago Losada
Profesor
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