ENRIQUE, SIEMPRE ANIDARAS EN NUESTROS CORAZONES
Eran las 7 de la mañana de un quince de febrero cuando Enrique de Castro inició su viaje a la “otra orilla del río de la vida”. Con sus ochenta años recién cumplidos, Enrique ha sido un referente por su entrega a las personas más excluidas y empobrecidas. Me imagino a Enrique allá donde se encuentre abrazando y besando a tantos chavales con los que ha compartido la vida. Jóvenes que no llegaron a alcanzar más de tres o cuatro decenas de años por carecer del cariño y la seguridad de una familia, de una sociedad, que los amparase y criase. Enrique para ellos era su padre, su madre, su luz, su fuerza. La humanidad que tanto anhelaban. Siempre guardaré en mi corazón algunos momentos inigualables que viví con Enrique, de los muchas que compartí con él en sus idas y venidas a Córdoba. Con motivo de una desavenencia que tuve con un chaval con graves problemas debido a las toxicomanías me dijo: nunca dejes a uno de tus chavales en el camino. Se me cogió un nudo en el estómago y le contesté