NEGACIONISTAS DE LA VIDA
En
mi último viaje a Sevilla visité la antigua cripta del Templo de la Anunciación,
que acoge el Panteón de sevillanos ilustres. Se accede por la Facultad de
Bellas Artes en cuyo antiguo claustro, que fuera residencia jesuítica, se abre
una monumental puerta renacentista del arquitecto cordobés Hernán Ruiz II. Dos
tramos de escaleras conducen a la antigua cripta de los jesuitas. Busqué el
sarcófago realizado en piedra y de estilo renacentista de Benito Arias Montano.
Un gran humanista del siglo XVI que compaginó diferentes estudios e
investigaciones: filología semítica y clásica, filosofía y teología, biología y
medicina, matemáticas y física. Aunque nació en tierras extremeñas en 1527,
Frenegal de la Sierra, vivió y se formó en Sevilla, ampliando sus conocimientos
en Alcalá de Henares. Su pasión por el estudio de las Sagradas Escrituras le
condujo, ya como sacerdote, a retirarse a Alájar (Huelva). Su nivel académico
le llevaría a participar en el Concilio de Trento. A su vuelta, el rey Felipe
II lo nombró su capellán y le encomendó dirigir la revisión de la Biblia Políglota Complutense del
Cardenal Cisneros. Su estudio dio como resultado la Biblia Regia, también conocida como la Biblia Políglota de Amberes, por ser imprimida en la ciudad belga.
Esta revisión de la Biblia supuso un cambio respecto a la
Biblia del Cardenal Cisneros y la Vulgata de San Jerónimo, por lo que Arias
Montano fue requerido dos veces por la Inquisición. Él pretendía con la Biblia Regia dar luz a la fractura
política y confesional que padecía Europa en pleno siglo XVI. En 1575 viaja a
Roma para lograr que la autoridad eclesiástica aprobase la Biblia Regia. Para ello dedicó su obra Dictatum christianum (Lección cristiana) al papa Gregorio XIII para
que acabase con las reticencias inquisitoriales. Esta obra de Arias Montano
supuso el primer ensayo de espiritualidad ecuménica, que pretendía el
redescubrimiento en los Evangelios de la base común para la fe, debido en gran
parte a la influencia de Erasmo de Róterdam adquirida en sus estudios
realizados en la Universidad de Sevilla. Indiscutiblemente la realidad
dramática del conflicto civil y confesional que asolaba los Países Bajos y a
Europa en general le condujeron a la búsqueda de la espiritualidad, basada en
los Evangelios que superase la fragmentación confesional que tantas vidas se
cobró. El antiescolasticismo de Arias Montano le llevó a un espiritualismo
radical, constatado en la ausencia de citas en su obra tanto del magisterio de
la Iglesia como de los siete sacramentos. Lo que realmente le interesa a su
autor es mostrar el camino para la unidad cristiana en el único denominador
común posible: la Sagrada Escritura. Todo lo demás, incluida la Iglesia y sus
dogmas es secundario. Por fin, consigue la autorización de la Biblia Regia en 1577 a pesar de ser
considerado el texto de San Jerónimo inamovible por Trento.
En 1584 renunció Montano a todos sus cargos y pasó los últimos
años de su vida en la misma ciudad que lo encumbró, Sevilla, hasta su muerte en
1598. Todas sus obras fueron censuradas en el siglo XVII por los negacionistas
de la vida.
Los negacionistas de la vida los encontramos en la mayoría de los
miembros de la jerarquía católica encabezada por los papas y los monarcas
europeos, que preferían las guerras para mantenerse en el poder más absoluto,
causando las muertes de centenares de miles de sus fieles y súbditos antes de dialogar
y apartar sus intereses, principalmente económicos y territoriales, por el bien
del pueblo. Esta avaricia y deshumanización condujo a los diferentes pueblos
europeos
a sufrir un carrusel de guerras desde 1524 hasta finales del siglo XVII. Las
diferentes sectas religiosas de origen cristiano que iban proliferando por el viejo
continente dieron lugar a la guerra de los Campesinos Alemanes (1524-1525), la
Guerra de Kappel en Suiza (1529 y 1531), la Rebelión de Münster (1534-1535), la
Guerra de Esmalcalda (1546-1547) en el Sacro Imperio Romano Germánico, la Guerra
de los Ochenta Años (1568-1648) en los Países Bajos, las Guerras de Religión de
Francia (1562-1598), las Rebeliones de Desmond (1569-1583), la Guerra de
Colonia (1583-1588), la Guerra de Irlanda (1593-1603), la Guerra de los Treinta
Años (1618-1603) que afectó a varios países del norte y centro europeo, las
Rebeliones de los Hugonotes en Francia (1620-1629), las Guerras de los Tres
Reinos (1639-1651) que afectó a Inglaterra, Irlanda y Escocia; la Guerra de los
Nueve Años (1688-1697) enfrentando a Inglaterra y Francia, la Segunda Guerra
Nórdica (1654-1661) que afectó a Suecia y Polonia. Por poner algunos ejemplos,
en las Guerras de Religión francesas murieron alrededor de 4 millones de
personas y en la de los Treinta Años pudieron llegar a los once millones de
víctimas.
Queda
claro que “la religión es la fuente más prolífica de violencia en la historia”
(como escribió Harris en su libro El fin
de la fe). Los humanistas del siglo XVI, como Arias Montano, intentaron
desde la intelectualidad, el diálogo y los libros bíblicos no bélicos, los
Evangelios, establecer la paz y la concordia desde el perdón y la
reconciliación. No hay que olvidar que los tres primeros siglos de cristianismo
tuvieron como centro de vida los Evangelios, las comunidades cristianas compartían
todo cuanto tenían y no practicaban la violencia. Sin embargo, esto no duró
mucho tiempo. Con Constantino y Teodosio el cristianismo pasó a ser la religión
de Estado, iniciándose una serie de medidas represoras contra las prácticas
paganas: prohibición de sacrificios paganos, cierre de los templos, pena de
muerte para las personas que ofrezcan sacrificios, prohibición de actos paganos,
se llegaron a equiparar las creencias paganas a los crímenes de lesa majestad, y
llegaron a prohibir la celebración de los Juegos Olímpicos. Toda esta tendencia
se fue enraizando en la Edad Media. Las cruzadas son una muestra de ello. Con
el pontífice Urbano II en 1095 comienzan las cruzadas, la peregrinación armada
a los Santos Lugares bajo dominación musulmana. El texto de Arnaud Amalric
(1160-1225), abab de la orden cisterciense y enviado al papa Inocencio III,
decía: “Los nuestros, sin perdonar rango, sexo ni edad, han pasado por las armas a
veinte mil personas; tras una enorme matanza de enemigos, toda la ciudad ha
sido saqueada y quemada. ¡La venganza de Dios ha sido admirable! (Salvador
Freixedo, 2012: El cristianismo, un mito
más). Las cruzadas se fueron sucediendo hasta el siglo XV, aunque muchas de
las guerras europeas acuñaron este nombre, la misma Jerarquía católica española
lo utilizó para denominar a la Guerra del 36 como una santa cruzada contra los
rojos republicanos.
Si fuera poco, Gregorio IX instaura la Santa Inquisición en el siglo XIII
con la finalidad de combatir la herejía en ¡nombre de Dios! En nombre de Dios
se aplastaron cráneos, se quemaban a los condenados en recipientes de hierro
con agua hirviendo, se introducían en jaulas revestidas de pinchos, múltiples
de hogueras prolongaron la agonía de miles de personas. Estas inhumanas y
terroríficas prácticas se cometieron hasta el siglo XIX en España.
De la mano de la Inquisición vendrían las expulsiones masivas de judíos, moriscos…
Una auténtica sangría para miles de personas que por el hecho de no profesar la
misma fe fueron excluidos, desenraizados y hasta asesinados por el
fundamentalismo religioso. Y no solo en territorio peninsular, cuántas muertes,
cuánto sufrimiento provocó el llamado “descubrimiento” de América. En nombre de
la fe se arrasó en el continente americano a millones de seres humanos de
diferentes pueblos y culturas.
Los seguidores del Mahoma también mataron a millones de paganos o infieles,
cuando el Corán solo tolera la violencia con fines defensivos: “Combatid a
vuestros enemigos en la guerra encendida por la defensa de la religión; pero no
ataquéis los primeros. Dios niega a los agresores” (El Corán, sura) II,
versículos 186-187). Sin embargo, la notable expansión que el islam inició
dista mucho de haber sido una guerra defensiva, y mucho menos pacífica y, al
igual que las guerras provocadas por las cruzadas cristianas, costaron a la
humanidad cientos de miles de muertos en nombre de la religión.
La defensa de un modelo único de religión lleva al fanatismo, a la exclusión,
al odio y a la muerte, sobre todo en las confesiones monoteístas cuyos dioses
son considerados únicos y verdaderos excluyendo a los demás. Sus dirigentes se
han caracterizado por ser unos negacionistas de la vida; en definitiva, de sus
propios dioses creadores de vida. Figuras como Benito Arias Montano han
contribuido a señalar el nefasto camino de los dogmas y de las doctrinas que
condenan al ser humano y enriquecen a los poderosos que toman el nombre de dios
en vano.
Cuando los “Cristos”
llenen las calles en Semana Santa, habría que preguntarse: ¿qué tiene que ver
el Nazareno con la religión que lo aúpa?
Córdoba,
28 de marzo de 2023
Miguel Santiago Losada
Profesor y escritor
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