DESFIGURANDO NUESTRA HISTORIA ANDALUSÍ
Paseando por las tres ciudades andaluzas que más
aportaron a la grandeza de al-Ándalus, Córdoba, Sevilla y Granada, hay un hecho
que se repite en las tres ciudades hermanas, la falta de estatuas y grandes
avenidas dedicadas a los máximos representantes de aquellas dinastías
andalusíes que tanta historia, cultura y ciencia dieron y dejaron en el
patrimonio de Andalucía a lo largo de ocho siglos. Sin embargo, presiden en sus
más notables plazas y avenidas estatuas y nombres ligados con la conquista
castellana y la religión católica, las dos caras de una misma moneda.
En pleno centro de Sevilla nos encontramos con dos grandes
estatuas ecuestres, la erigida al Cid Campeador y al rey Fernando III. La primera
fue un regalo de la Sociedad Hispánica de América a
España con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929,
realizada por Anna Hyatt Huntington en 1927 y ubicada en
una avenida que desde 1920 está rotulada como avenida del Cid. Según dicha autora, Alfonso XIII le
dijo sobre el caballo del Cid: “Yo siempre quise saber qué clase de
caballo cabalgaba el Cid. Ahora, al ver el que usted modeló, coincido con usted
en que éste es el único caballo digno de haber sido montado por el héroe
castellano”. En una de las placas adosadas al pedestal del monumento puede
leerse: “El campeador / terrible calamidad para el islam / fue por la viril
firmeza de su carácter / y por su heroica energía uno de los / grandes milagros
del creador”. Esta figura más legendaria que histórica inspiró el cantar de
gesta del Mío Cid. En el siglo XIX este mercenario, soldado profesional al
servicio de quién mejor le pagase, ya fuesen cristianos o musulmanes, supuso una
figura fundamental para la reivindicación de la nación española, en la que el
término reconquista fue utilizado por primera vez para demostrar que la idea de
la hispanidad ha sido la predominante a lo largo de los siglos, salvo la etapa
andalusí, que no solo se incluye en la historia, sino que se ve como algo
invasor y ajeno a la verdadera España.
La primera piedra de la estatua de Fernando III, el rey
de la reconquista del corazón de al-Ándalus, se colocó el 27 de marzo de 1877
por Alfonso XII. Pasarían cuarenta y siete años hasta que fue inaugurada en la
plaza donde se ubicó el convento de San Francisco, con una procesión
extraordinaria de la Virgen de los Reyes el 15 de agosto de 1924.
Uno de los grandes padres del nacionalismo español fue
Menéndez Pelayo que, sin ser casual que tenga una avenida a continuación de la
del Cid en la ciudad hispalense, llegaría a decir que la invasión musulmana de
la península ibérica abrió un período histórico esencialmente español: la
reconquista, que sería la más extraordinaria manifestación del enorme potencial
integrador que tiene lo “hispánico”, manteniendo tanto una pelea bélica como
espiritual contra el islam. Para él, la adhesión a la fe católica es el
elemento constitutivo del patriotismo español. Menéndez Pelayo, afirmó que “la idea tradicional de reconquista consiste
fundamentalmente en una lectura españolista de la historia
medieval de la península ibérica”. Planteaba que “todo nacionalismo exige un enemigo, y en España ese papel
lo han desempeñado tradicionalmente los musulmanes”. Llegaría a tal paranoia
que llegó a calificar a España como “martillo de herejes, luz de Trento, espada
de Roma, cuna de San Ignacio”. Al igual que la reconquista limpió a España
de moros, Franco, caudillo de la nueva reconquista, según Manuel Machado,
limpiaría a España de rojos, ateos y masones. El profesor de la Universidad
Autónoma de Barcelona, José Enrique Ruiz-Domènec, considera que “el concepto de
reconquista fue convertido en el siglo XIX en un artefacto ideológico, poderoso
que llevó incluso a la erre inicial a ponerla en mayúscula”. Ortega y Gasset
llegaría a decir que “no entiendo cómo se puede llamar reconquista a una cosa
que dura ocho siglos”.
Córdoba y Sevilla tienen una calle dedicada a don Pelayo, otro mito de la
reconquista. Un mito que es paralelo al de la leyenda del rey Arturo para los
ingleses o la de Beowulf para los alemanes. Son mitos que refuerzan el concepto
de nación. Un concepto que, muy al contrario del pensamiento de Blas Infante,
necesitaba para su validez a un enemigo. Pelayo sería para los musulmanes como
el rey Arturo para los sajones, que invadieron Inglaterra. Los términos
Covadonga, Pelayo y Reconquista ya fueron utilizados en la incipiente etapa
democrática por el partido de Fuerza Nueva de Blas Piñar y actualmente por Vox,
que carga de una manera criminal e inhumana contra los menores migrantes de
origen magrebí. Sobre el mito de Pelayo, el historiador británico Henry Kamen
planteó que “es imposible demostrar documentalmente la existencia de don
Pelayo, quien según reza la leyenda, infligió una derrota a los musulmanes en
el año 722”.
Al igual que Sevilla, en pleno centro de Córdoba, en la plaza de las
Tendillas, se alza la estatua ecuestre del Gran Capitán, general de los Reyes
Católicos, realizada en 1923 por Mateo Inurria. Granada puso su acento
reconquistador con el conjunto
escultórico que, realizado por Mariano Benlliure en 1892, representa a la reina
castellana aceptando las proposiciones del navegante durante las Capitulaciones de Santa Fe,
firmadas en 1492.
Blas Infante, que fue coetáneo de la erección de estas estatuas que pretenden
minusvalorar nuestra etapa andalusí, ponía el acento en esa parte de nuestra
historia como un mestizaje de lo que fuimos desde tartessos hasta la época
arábigo-andalusí. Veinte siglos que fraguaron lo que hoy somos, un pueblo
forjado de diferentes culturas, religiones, filosofías, tradiciones, valores…
Mientras los principales rincones de Córdoba, Granada o Sevilla eran ocupados
por los dirigentes castellanos que nos conquistaron, los artífices de nuestra
historia andalusí no gozarían de monumentos acordes con su importancia para la
historia de sus respectivas ciudades. Tal es el caso de Córdoba, donde los
omeyas establecieron la capital de al-Ándalus. Destacaron Abderramán I (primer
emir independiente, creador del nuevo Estado andalusí, mandaría construir la Mezquita
mayor, que llegaría a convertirse en la más importante de occidente y la
segunda mayor del orbe), Abderramán II (atrajo a Córdoba a los más ilustres
sabios de su época, fomentando las ciencias, las artes, la agricultura y la
industria; introduciendo en occidente el sistema de numeración indo-árabe y
ampliando la Mezquita), Abderramán III (proclamó el califato de Córdoba en el
siglo X, alcanzando al-Ándalus su máximo esplendor; destacando entre sus
múltiples obras la ciudad palatina de Medina Azahara), Al-Hakam II (con el
segundo califa, al-Ándalus alcanzó el cénit de la cultura, su biblioteca de
400.000 volúmenes en el Alcázar cordobés da testimonio de ello; además realizó
la segunda y más bella ampliación de la Mezquita y terminó la construcción de
Medina Azahara).
En Sevilla destacaron al-Mutámid (rey de la taifa de Sevilla durante la
segunda mitad del siglo XI, su corte se nutrió de poetas, literatos,
intelectuales, geógrafos, astrónomos, que hicieron de Sevilla una ciudad
floreciente), Abu Yaacub Yúsuf (convirtió a Sevilla en la capital del período
andalusí almohade, construyendo el puente de barcas, puerto, acueducto, las dos
alcazabas, el patio de yeso del Alcázar, los palacios de la Buhaira, el
proyecto de la mezquita mayor y el comienzo de la Giralda), Abu Yúsuf Yaacub
al-Mansur (su reinado coincidió con el máximo esplendor del imperio almohade
andalusí).
Granada añora en sus calles la
memoria y el recuerdo de sus insignes hijos de la dinastía nazarí, que con su
caída en 1492 supuso el final de al-Ándalus. Un total de veinte sultanes
granadinos hicieron de Granada la etapa más sublime de su historia, cuyo
exponente máximo es la Alhambra, una de las joyas del arte musulmán de todos
los tiempos.
No solo habría que levantar estatuas a los ilustres andalusíes. También
destacaron mujeres como Aixa, reina de Granada; Subh que llegó a ostentar una
gran influencia en la vida cortesana de Medina Azahara, Lubna de Córdoba
llegaría a ser la secretaria del califa al-Hakam II y una gran defensora de la
cultura la granadina al-Rakuniyya fue una de las poetisas más célebres de
al-Ándalus, Umn al-Hassan destacaría por sus conocimientos en medicina, la
princesa Walada destacó en la corte cordobesa como poeta y por su pensamiento progresista, Zulema fue una astróloga
andalusí.
Después de ocho siglos; después de
tanto esplendor en la cultura, en las ciencias, en las artes, en la filosofía,
en la literatura; después del legado de la Mezquita de Córdoba, de la Giralda
de Sevilla y de la Alhambra de Granada, ¿cómo nos pueden hablar de reconquista?
Fue al-Ándalus la que supo conquistar definitivamente al alma y la memoria de
los antepasados de Tartessos, Turdetania, Bética, Spania, haciendo un mestizaje
único e irrepetible en nuestra Andalucía. Tantos y tantas ilustres andalusíes
no tendrán esas caballerías de bronce galopando por las principales calles o
plazas de nuestras ciudades, pero son los depositarios de nuestra mejor
herencia y la memoria viva de nuestros avatares.
Córdoba,
24 de enero de 2022
Miguel Santiago Losada
Profesor y escritor
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