RELIGIÓN ENTRE ELECCIONES
Cuando una persona lee en una hojilla parroquial cómo se dirige
el voto a formaciones políticas no sólo de derechas, sino incluso de extrema
derecha, por motivos morales como el aborto, la homosexualidad, o por motivos
políticos como la unidad nacional…; cuando uno ve al Obispo de la Iglesia
católica de Córdoba alegrarse ante los resultados de las elecciones andaluzas
del pasado diciembre y no manifiesta la misma satisfacción ante los resultados
del pasado 28 de abril, uno se para a analizar
y se da cuenta de que la jerarquía católica española, en su mayoría, está
anclada en un poder aliado con los sectores políticos más conservadores,
poniendo todos sus medios al servicio de dichas políticas retrógradas, que en
muchos casos no respetan las declaraciones sobre los derechos humanos suscritas
por los Estados miembros de las Naciones Unidas.
El Estado de la Ciudad
del Vaticano está entre los últimos lugares de la lista de Estados a nivel
mundial en cuanto a los compromisos en defensa y promoción de los derechos
humanos. Por poner algunos ejemplos no ha ratificado ninguna de las
convenciones sobre la supresión de las discriminaciones basadas en la
diferencia de género. Tampoco ha suscrito la convención que regula la
protección de los pueblos indígenas, los derechos de los trabajadores o los
derechos de las mujeres, ni ha suscrito mediante su firma las convenciones
contra los genocidios, los crimines de guerra y contra la humanidad. Ni tan
siquiera ha firmado los convenios que se refieren a la supresión de la
esclavitud o de los trabajos forzados. Asimismo, tuvo que llegar el Papa
Francisco para rechazar la pena de muerte el pasado año, después de décadas sin
acatar dicha convención.
Esto conlleva un
progresivo desprestigio de una religión que da la espalda, en muchos casos, a
los derechos humanos. Una religión que habla de obligaciones, deberes,
mandamientos, prohibiciones y censuras, que suelen ir acompañadas de amenazas
que generan un sentimiento de culpa y frustración, es una religión abocada al
fracaso, con lo que son cada vez menos los seguidores. Una religión no sirve
cuando “no pilota sobre la base del derecho, sino de la sumisión”, como diría
el teólogo José María Castillo en su libro La
Iglesia y los derechos humanos, añadiendo: “mientras la Iglesia no resuelva
su extraña y oscura relación con los derechos humanos, tendrá cada vez menos
futuro, y se alejará cada vez más no sólo de la gente, sino también del
Evangelio”. De ahí se desprende la formulación de Marcel Gauchet cuando dice en
su libro La religión en la democracia
que “retirarse de la religión no significa abandono de la fe religiosa, sino
abandono de un mundo estructurado por la religión, donde ella dirige la forma
política de las sociedades”.
Es evidente que la jerarquía
católica no quiere perder el protagonismo social y político que tuvo en el
“Antiguo Régimen”, viendo los derechos humanos (sobre todo los referidos a la
igualdad) como una amenaza. Es la lógica que se desprende de una religión que
se formula como un Estado, cuyo jefe supremo es el Papa, una autoridad vertical
y autoritaria, posesionándose en el polo opuesto de la democracia.
Todo ello no debe
hacernos olvidar la estrecha vinculación entre el cristianismo y los derechos
humanos que, como muy bien plantea Enzesberger, tiene su núcleo en el
mandamiento del amor, valor central en la tradición cristiana. Jesús de Nazaret
se opuso a semejante poder aun sabiendo que se trataba del poder religioso. Él
ya advirtió a sus seguidores cuando quisieron estar por encima de los demás:
“no será así entre vosotros. Al contrario, el que quiera hacerse grande, ha de
ser el servidor vuestro y el que quiera ser el primero, ha de ser esclavo de
todos” (Mc 10,43-44). En ningún caso podían ir por la vida haciendo lo que
hacían los poderes de este mundo. En definitiva, para Jesús estaba antes el
derecho de las personas a la vida, a la salud y a la dignidad, que el
sometimiento a la religión. Por eso Jesús afirma que “el sábado se hizo para el
hombre y no el hombre para el sábado (Mc 2,27).
Un Estado social,
democrático, de derecho y aconfesional tiene que saber poner a la religión en
el sito que le corresponde. Y si no lo hace las elecciones son una gran
oportunidad para expresar, entre otras muchas cosas, el modelo de Estado que
queremos.
Córdoba, junio de 2019
Miguel Santiago Losada
Profesor y miembro de ADA
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