Cadena perpetua

Después de que Gandhi consiguiese la independencia de la India, por la vía pacífica, ocurrieron unos graves disturbios entre hindúes y musulmanes. Se puso en huelga de hambre para que unos y otros volvieran a la paz y se abrazaran como hermanos. Se narra una escena en la que un hindú llega al mismo catre donde Ghandi, ya muy débil por la huelga de hambre, está recostado. El hindú, embargado por la ira, le tira un trozo de pan, diciéndole: "Come (...) iré al infierno pero no con tu muerte a mis espaldas. He matado a un niño porque los musulmanes mataron a mi hijo". A lo que Gandhi le respondió: "Yo sé cómo salir del infierno. Busca un niño y críalo como a tu hijo y asegúrate de que sea musulmán y edúcalo como musulmán". En esta escena contrastan los dos polos a los que puede llegar el ser humano: la capacidad de amar y perdonar y, por otra parte, el dejarse llevar por el odio y la venganza que nos conducen a la destrucción como seres humanos.
La humanidad aprende muy lentamente. Unos porque hacen daño y otros porque responden al mal con la venganza, a la que consideran justicia, una justicia que podrá estar amparada por la ley pero que no soluciona los problemas del alma. Es la consecuencia de una humanidad que arrastra, a través de los siglos, la ley del talión, que siguen agnósticos, ateos y creyentes, ya sean judíos, musulmanes o cristianos, imperando la ley del ojo por ojo y diente por diente.
En nuestro país vuelven a salir debates anclados en esta triste dinámica de la humanidad. El PP, revestido de no sé que luz de salvador de los ciudadanos de bien, plantea endurecer el código penal. No me extrañaría que después de la cadena perpetua se pidiese la pena de muerte.
Se basan en trágicos delitos, muy excepcionales y que conmueven intensamente. Detrás de ellos se observan errores de los órganos judiciales y unos medios de comunicación que expanden el sufrimiento a costa de primeras páginas que elevan sus ventas. Es el escenario perfecto para pedir el endurecimiento del código penal. Hace unos meses el debate se centró en que la edad penal debía de rebajarse a los doce años, y, por tanto, incorporar ya desde esa edad a los niños al sistema penal con las consecuencias estigmatizadoras que ello tiene y que dificultan enormemente las posibilidades de que abandonen la espiral delito-delincuencia-instituciones penales, con lo que la prevención se ve ninguneada. Ahora toca el turno a la cadena perpetua, como si las penas existentes de 30 y 40 años de prisión, extensiones casi imposibles de cubrir en un periodo vital, no fueran suficientes para satisfacer los requisitos preventivos y sancionadores del Derecho Penal.
Las soluciones que se plantean desde la nueva agenda política carecen de cobertura constitucional y adolecen de legitimidad al residir sobre premisas erróneas fácilmente rebatibles:
1.- España tiene la tasa de criminalidad menor que la media de los países europeos y la delincuencia está descendiendo desde hace 20 años. Sin embargo, tiene el porcentaje de presos más altos de Europa (165 por cada 100.000 habitantes), habiéndose llegado a cuadruplicar su población penitenciaria en el periodo 1980-2009.
2.- La pena a cadena perpetua ya existe en España en condiciones más duras que ningún país europeo. Según datos de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias en las cárceles españolas viven 345 personas que cumplen condenas superiores al límite de 30 años, la mayor de 110 años.
3.- El sistema penal no solo no ofrece cauces para la expresión y satisfacción de las necesidades de la víctima sino que, además, frecuentemente supone una experiencia dolorosa para ellas. La víctima es un perdedor por partida doble; en primer lugar frente al infractor y, después, frente al Estado. La aplicación de cadenas perpetuas, no elimina la sensación de pérdida, dolor, miedo y desconfianza que aparecen cuando se sufren delitos de cierta intensidad, pues para la superación de estas emociones la salida más eficaz es la terapéutica. La penal, con el exceso de inhumanidad que se solicita, únicamente permite que las víctimas puedan quedar instaladas perpetuamente en el dolor de la venganza.
Es un asunto muy delicado para convertirlo en una instrumentalización oportunista de los políticos, que utilizan el sufrimiento de las víctimas instalándolas permanentemente en el protagonismo de su dolor. Quienes construyen sobre el sufrimiento humano su carrera política no son merecedores de la confianza de la ciudadanía. Y, en el caso del señor Arenas, más le valdría exigir a Griñán que ponga en marcha sin más dilaciones la Ley de Inclusión y la renta básica. ¡Evitaría tanto sufrimiento!
* Profesor y Presidente de la
Asociación KALA

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