La doble moral

El 8 de marzo de 1990, mi comunidad cristiana Sin Fronteras escribía con motivo del Día Internacional de la Mujer Trabajadora en este mismo periódico: "Desechamos cualquier tipo de relación entre lo que verdaderamente es la lucha feminista con el delito del aborto". En el verano de ese mismo año viajé a Perú, en donde compartí mi vida con las comunidades campesinas de los Andes y con las comunidades de los pueblos jóvenes de Lima. La realidad me curó la ceguera que me provocaba la moral católica que pretende dominar las conciencias desde la gran balconada de la plaza de San Pedro, al igual que el príncipe medieval observa sus pueblos y condados desde el gran ventanal de su castillo.
Mi corazón sufría cada vez que una mujer campesina moría desangrada al intentar abortar por haberla violado algún desaprensivo. Mujeres, algunas de ellas religiosas, me enseñaron desde la vida a ver la realidad poniéndome en el lugar de las que decidían abortar ante las duras situaciones en las que estaban viviendo. ¡Cómo recordaba lo fácil que es enjuiciar y penalizar desde la barrera! Se me caía la cara de vergüenza.
A mi regreso a Córdoba, decidí comprometerme con las personas más excluidas. Con mis ojos abiertos, seguía viendo cómo las mujeres de estas zonas se quedaban embarazadas con pocos años y eran víctimas del maltrato y la desprotección, lo que les llevaba en algunos casos a abortar. Eran acompañadas por mujeres comprometidas, algunas pertenecientes a órdenes religiosas, a las clínicas que practicaban la interrupción del embarazo. No era tarea fácil, todas las personas tenemos nuestras contradicciones, sin embargo primaba el ponerse al lado de la mujer más machacada por su realidad social. Incluso llegué a compartir esta dura experiencia con una de ellas.
Con el paso del tiempo, fui descubriendo la doble moral de nuestra sociedad, alimentada por una doctrina católica que castiga y culpabiliza, mientras su jerarquía condena el preservativo, que puede evitar miles de muertes por sida en Africa. Una jerarquía preocupada por sus concordatos y privilegios mientras se mueren miles de inmigrantes en aguas del Estrecho o del Atlántico y no condenan las injustas leyes que conducen a tan tremenda inhumanidad.
Me siento cristiano y defensor de los derechos humanos, quiero que mis hijos estudien la asignatura de Educación para la Ciudadanía, aplaudo leyes como la del matrimonio homosexual o la despenalización del aborto, denuncio a cualquier parlamento que aprueba terribles leyes injustas, como la ley de extranjería. Me horroriza un sistema penal y penitenciario que encarcela a miles de excluidos, mientras perdona una y otra vez a los más pudientes.
Invito al movimiento cofrade, al que pertenezco desde hace más de treinta años, a que reflexione seriamente sobre los intereses de la jerarquía, que en muchas ocasiones nada tienen que ver con los del ser humano. Y de llevar lazos, harían falta palios en Córdoba para ponerlos por cada violación de derechos humanos que se cometen en el mundo: muertes en patera o cayuco, muertes por malos tratos, muertes por hambre o falta de medicinas, muertes por guerras, muertes a causa de leyes injustas; en definitiva, violaciones a personas concretas con nombres y apellidos.
* Profesor y presidente de la

Asociación Kala 

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