SABOREAR LA VIDA
Hace algo más
de un año escribía en este Diario que cualquier ser humano cuando nace queda al
arbitrio de tres dígitos del azar: el lugar, el ambiente familiar donde crece y
la herencia genética, ésta última muy determinada por los dos anteriores. Esta
combinación es el resultado de cada persona que habita este maravilloso y único
planeta.
¿Cómo saborean la vida cada uno de los
ocho mil millones de habitantes de la Tierra? Evidentemente, desde cada
realidad en la que transcurre el día a día. Nadie nace con un pan debajo del
brazo, ni con una cuenta corriente, ni con un hogar, ni con un título escolar o
universitario, ni con un certificado que garantice una buena salud física o
mental. Ni dios o la vida son dueños del azar, de lo contrario serían crueles,
ni nada al nacer se nos dará por méritos propios.
Las personas que tienen la suerte de
saborear la vida son principalmente las que han crecido en un ambiente cálido y
afectivo, una cuna de cuidados y atenciones, una escuela inclusiva y
transmisora de valores en la que el término “niño problemático” está
erradicado. Lo que no implica haber nacido en una familia con muchos recursos.
Las consultas de psicología y psiquiatría son frecuentadas por personas de distritos
con mayor renta.
Nadie tiene asegurado un estatus de
confortabilidad. La vida enseña que una crisis económica, auspiciada por el
sistema neoliberal, puede dar al traste con nuestro bienestar. ¿Quién asegura
que las personas que viven en paz mañana no se vean envueltas en una guerra
provocada por los intereses de unos mandatarios sin escrúpulos? La mayoría de
la población vive en países castigados por las dictaduras o pseudodemocracias,
mientras la parte más afortunada gozará de un país de libertades.
Descendiendo a nuestra ciudad, a
nuestros hospitales, a la cárcel, a nuestros centros de mayores y niños sin el
calor de la familia, a las personas que viven en la soledad del alma, a las
personas amenazadas por un desahucio, a las personas migrantes que tienen a sus
seres más queridos a miles de kilómetros, a las mujeres maltratadas un día sí y
el otro también, a las personas con una orientación sexual incomprendidas por
los sectores xenófobos y homófobos o, lo que es aún más triste y doloroso, por
su propia familia; al transeúnte que pasa las noches en la calle con un colchón
de cartón y una vieja manta, a las personas que se sienten excluidas y
amenazadas por una moral castrante y estigmatizadora de cualquier religión. Todos
ellos, todas ellas, ¿se lo merecen? ¿Qué fiestas pasarán? ¿qué año nuevo les
deparará?
¿Apostamos por miradas
humanizadoras, justas e igualitarias, que ayuden a corregir tanto sufrimiento? Deseo
que este nuevo año saboreemos la vida, siendo seres agradecidos. La gracia es
el agua de nuestras almas. Solo así seremos una pequeñita luz, que unida a otras,
ayuden a no ahogarnos en las tinieblas de las guerras, injusticias,
desigualdades. Dándonos la fuerza vital para dar la mano a la persona necesitada
y dejar de contribuir a la desesperanza y a los pájaros de malagüero.
Córdoba,
26 de diciembre de 2022
Miguel Santiago Losada
Profesor y escritor
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