ANDALUCÍA, MALTRATADA POR LOS BORBONES (II)
La revolución política que trajo la Gloriosa de 1868 quedó
definitivamente frustrada con la instauración de la monarquía. La Restauración,
con la llegada de Alfonso XII, un período de oligarquía y caciquismo, se basó
en los cuatro pilares ideados por Cánovas del
Castillo: Rey, Cortes, Constitución y Turno (propuesta de alternancia pacífica
entre dos partidos). Éste último facilitó el bipartidismo con la participación
de dos grandes formaciones: el Partido Conservador de
Cánovas y el Partido Liberal de Sagasta. Estos partidos se
fraccionaron a la muerte de sus líderes. El sistema creado por la llamada
Restauración fue oligárquico y centralista. La Iglesia ganaría aún más poder
económico, ideológico (controlaba una gran parte de la educación) y social, con
lo que el Estado español se convertía en un férreo Estado católico.
Al mismo tiempo, Alfonso XII residía en el Alcázar
sevillano, enamorándose de María de las Mercedes, hija del duque de
Montpensier, ajeno a la pobreza que inundaba las calles de los pueblos y
ciudades de Andalucía. Durante este tiempo Andalucía estuvo en manos de
oligarcas y caciques, un daño social y económico que aún tiene consecuencias en
el día de hoy. Andalucía padecería como ningún otro territorio peninsular tan
deleznable situación.
Consecuencias
nefastas del caciquismo fueron la corrupción administrativa, el colapso de la
vida cívica, al abuso como ley tácita y el “enchufismo y amiguismo” de todo
tipo. Valgan las palabras de Juan Valera, literato egabrense, cuando se refería
a este estado de cosas: “¡Qué Diputaciones provinciales y qué Ayuntamientos de
ladrones y de brutos debe de haber habido y debe de haber en Málaga…!”. Para el escritor cordobés era
terrorífico ir por aquellas calles malagueñas. La ciudad estaba casi a oscuras
a pesar de que el Ayuntamiento había contraído una deuda de cincuenta millones
de pesetas. Evidentemente, esta deuda solo puede entenderse como consecuencia
de unos capitulares preocupados por sus propios intereses y por la obtención de
las mayores ganancias posibles, a costa de desbalijar las arcas públicas. Este
hecho caciquil llega a nuestro siglo como una herencia genética de aquellos
años del XIX: la corruptela, la estafa y la poca vergüenza, aprovechándose del estatus
político para robar al pueblo, empobreciéndolo constantemente.
Un
dato histórico, que no debe caer en el olvido para entender nuestra historia
andaluza, fue el hecho de identificar la llamada “Reconquista” con la identidad
de la “Patria España”. Durante un siglo, que transcurre entre 1870
(Restauración borbónica) y 1970 (Dictadura franquista), se identifica la
Reconquista con una guerra de 800 años, para expulsar a un enemigo invasor, los
musulmanes. Podemos constatar que esta falsa histórica sigue siendo alimentada
por los sectores más reaccionarios entre los que se encuentra la jerarquía
católica. La “Patria España”, vertebrada por el catolicismo, se convertiría en
el referente moral para todo el Occidente. Esta ideología propia del
nacionalismo español del XIX transmutaría en el nacionalcatolicismo del XX, y
en el neo-nacionalcatolicismo del siglo XXI. Los actuales partidos políticos
que conforman el arco parlamentario desde el centro a la extrema derecha beben
de estas fuentes, estando muy alejados del concepto de partido conservador
europeo, como por ejemplo es el caso del partido alemán de Ángela Merkel.
Durante
esta época la economía andaluza padeció su definitiva postración. A la pérdida
industrial, como la siderúrgica, (la
desindustrialización siguió siendo un hecho que se acentuó aún más en este
tiempo, distanciándose de los territorios más privilegiadas por los Gobiernos
de Madrid: la cornisa cantábrica y la catalana), se unió la explotación
de la minería de Andalucía a expensas del colonialismo exterior con muy escasa
incidencia en el desarrollo andaluz. Ejemplos son las sociedades mineras de
Riotinto, en 1875, y Peñarroya, en 1891, explotadas por compañías inglesas. Al
mismo tiempo, el problema de la tierra continuaba sin solucionarse, con
monocultivos tradicionales (aceituna, vid y trigo) que condenaban al paro
estacionario y a jornales de hambre a la población campesina.
1883 va a ser un
año especialmente complicado para Andalucía marcada por el hambre y las
epidemias, lo que provocará movilizaciones auspiciadas por el republicanismo
confederal. Precisamente la Asamblea Andaluza del Partido Republicano Federal
tuvo lugar en Antequera, entre los días 27 y 29 de octubre de 1883, aprobándose
el “Proyecto de Constitución o Pacto Federal para los Cantones
regionados andaluces”,
redactado por Carlos Saornil. Como plantea el joven investigador Rubén Pérez
Trujillano en su libro Soberanía en la Andalucía del
siglo XIX
Constitución de Antequera y andalucismo histórico, en la Constitución de
Antequera “convergen las ideas de Proudhon (depuradas de sexismo),
el contractualismo sinalagmático de Pi y Margall, el socialismo utópico (sobre
todo Fourier), el liberalismo social y el primer feminismo. En este cruce de
caminos surge el andalucismo político”. La
Constitución antequerana hubiera llevado a Andalucía a ser un Estado independiente, convergente con la República
Federal Ibérica.
El
proceso constituyente de 1883 sería víctima del sistema canovista, lo mismo que
ocurriría con el estatuto de Andalucía elaborado en la II República en 1936 con
el golpe de Estado. Paralelamente a la dirección tomada por hombres y mujeres
para conseguir una Andalucía libre, con un justo reparto de tierras que terminase
con el empobrecimiento crónico de su campesinado, Alfonso XII disfrutaba de las
monterías organizadas por el marqués de Viana. La casa de Viana, al igual que
la de los Montpensier en Sevilla, gozaba en
Córdoba de un estatus muy privilegiado. Poseía uno de los palacios más bellos
de Andalucía en pleno casco histórico de Córdoba, y el magnífico palacio de
Moratalla en el término municipal de Hornachuelos, a menos de 40 km de la capital
cordobesa, cuya sierra, actualmente Parque Natural, está considerada como uno
de los cotos de caza mayor más importante de Europa. Los borbones Alfonso XII y
su hijo Alfonso XIII se complacían de este espléndido paraje natural, siendo invitados
por el marqués para las monterías. Se llegó a construir una estación de
ferrocarril, a los pies de Moratalla, alejada de cualquier población, por el
simple capricho de favorecer las visitas reales. Para que los monarcas contaran
con todo tipo de comodidades, se instaló una central telegráfica y un campo de
polo, juego del que era muy aficionado Alfonso XIII. El 17 de febrero de 1908
el propio rey inauguraba el espectacular campo de polo de Moratalla. Hasta la
muerte del segundo Marqués de Viana, en 1927, fueron muchas las primaveras en las que se desplazaba la corte de Alfonso
XIII hasta Moratalla. Miembros de la familia real británica gozaban de dichas
veladas, y lo siguen haciendo, así como otras casas reales europeas en la sierra
cordobesa.
Cuando
Alfonso XIII comenzó a reinar (1902) Andalucía era referente por la fiesta de
los toros, el cante y baile, y las procesiones religiosas. La oligarquía
monárquica había conseguido su objetivo. Los toros adquirieron durante el siglo
XIX una popularidad mayor que en el siglo anterior. La nobleza fue la principal
protagonista de la fiesta, mientras que los hombres del pueblo, debido a la
realidad socioeconómica de Andalucía, encontraron una nueva profesión, el
oficio de torero. De ahí que se construyeran plazas de toros en la mayor parte
de las poblaciones importantes.
A pesar del asesinato de
Cánovas del Castillo en 1898, el sistema político establecido por él en 1875 se
mantuvo hasta el año 1923, en que tuvo lugar el comienzo de la Dictadura de
Primo de Rivera, bajo el reinado de Alfonso XIII (1902/1931). Andalucía contaba
en 1900 con tres millones y medio de habitantes, de los que solo el 16% vivían
en ciudades con más de 50.000 habitantes, presentando un acentuado carácter
rural, con el agravante de que existía una muy desigual repartición de la
propiedad agraria. En 1900 se estima que unas diez mil personas controlaban más
de la mitad de toda la extensión territorial andaluza. Un latifundismo, crónico
y endémico, que mantenía empobrecido a un pueblo mayoritariamente analfabeto. Ejemplos
de ello eran las provincias de Granada y Jaén, con más de un 80% de la
población analfabeta. Debido a esta grave situación, la agitación social en
Andalucía fue progresiva, siendo el momento de mayor tensión el trienio 1918-1920,
llamado “trienio bolchevique” por Díaz del Moral, autor de la Historia de las agitaciones campesinas
andaluzas, herederas de los nuevos vientos internacionales provocados por
la Revolución rusa de 1917. Este historiador andaluz recogería en su libro Historia de las agitaciones andaluzas.
Antecedentes para una reforma agraria (1929) la manifestación que tuvo
lugar el 17 de febrero de 1919 en Córdoba cuando se escuchó por primera vez el
grito de: “¡Viva Andalucía Libre!”. Esta gran manifestación protagonizada por
jornaleros y obreros (unas 12.000 personas) pedía la reforma agraria, y estaba
encabezada por una pancarta blanca con la única inscripción de ¡Viva Andalucía
Libre! El
catedrático de la Universidad de Córdoba Antonio Barragán nos cuenta como aquella
manifestación tuvo dos motivaciones: “intentar hacer ver que las condiciones de
vida de los cordobeses eran precarias, la gente no tenía qué echarse a comer,
los alquileres eran altos y los salarios estaban estancados; y rechazar el
caciquismo”.
Este regeneracionismo impuesto desde Madrid a partir
de principios del siglo XX se fue haciendo cada vez más inviable, de ahí que
surgiera una actitud propiamente nacionalista de los llamados “andalucistas”,
siendo la propuesta más coherente la
expuesta por Blas Infante. El andalucismo propuesto por Blas Infante se fue
configurando durante los años de la Primera Guerra Mundial. En vísperas de la
guerra se celebró en Ronda el I Congreso Internacional Georgista (mayo 1913),
donde maduraron las ideas de los primeros andalucistas. En 1915 apareció El Ideal Andaluz de Blas Infante que
resumía la cuestión en un problema fundamental: “Andalucía necesita una
dirección espiritual, una orientación política, un remedio económico, un plan
de cultura y una fuerza que apostole y salve”. La solución para el Estado
español debería pasar, desde abajo hacia arriba, por la respuesta de los
distintos territorios. Converger desde las periferias, no desde la fuerza
centrípeta impuesta por el centralismo. Al año siguiente surgieron los centros
andaluces, coincidentes en la formulación de un progreso económico
estrechamente vinculado al pensamiento de Henry George. Y en 1918 se celebró el
Congreso Andaluz de Ronda, donde se recogieron y formularon de nuevo los
planteamientos del Congreso de Antequera de 1883. En la asamblea se
debatieron temas como centralismo, caciquismo, hambre y pan, y se reclamó la
autonomía de “la Patria Andaluza” ante la Sociedad de Naciones. En ella se
le llamaría a Andalucía “país y nacionalidad”, además
se acordaron las insignias de Andalucía: bandera y escudo.
Un año más tarde se
celebraría el Congreso Andaluz de Córdoba, en la que se abogó por la
abolición de los poderes centralistas en España y
por la creación de una Federación Hispánica. En la asamblea se aprobó el Manifiesto
andalucista de Córdoba (1 de enero de 1919), denominado
Manifiesto de la Nacionalidad, que proclamaba la necesidad de que Andalucía se
constituyese en una democracia autónoma. Los autores del manifiesto, en el que
se proclamó a Andalucía como una realidad nacional y una patria, entre los que
se encontraban Blas
Infante y varios miembros de los Centros Andaluces, asumen como
referencia la constitución de
la Asamblea Federalista de Antequera de 1883 y
la Asamblea
de Ronda de 1918.
El actual Estatuto de Autonomía de Andalucía se
remite a este manifiesto para justificar la expresión realidad nacional que aparece
en el preámbulo del mismo.
La visita que Alfonso
XIII realizó a Córdoba el 23 de mayo de 1921 tuvo una resonancia nacional,
motivada por el impacto político de
su discurso en el Círculo de la Amistad de la ciudad en el que descalificaba a
la clase política y apelaba a “un
cirujano de hierro” para promover el verdadero desarrollo económico y social de
los españoles. Ese discurso sería el
preludio del advenimiento, dos años
después, del golpe de Estado del Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera (1923-1930). El pronunciamiento de Primo de Rivera,
típicamente decimonónico, volvía a entroncar con la tradición de los antiguos espadones
caciquiles. Supo vender sus éxitos tras la derrota de Abd-el-Krim en Marruecos
(1926), y la buena coyuntura económica de los felices años veinte hasta la
crisis de 1929. Precisamente, esta crisis económica internacional desencadenó
los últimos años de la Dictadura, provocando la caída del dictador y
arrastrando consigo a la monarquía.
El 14 de abril de 1931 se
proclama la II República. Fueron años de libertades, esperanzas, conquistas
sociales, huelgas y convulsiones. Se llegaría a aprobar en Córdoba (1933) el
anteproyecto del Estatuto de Autonomía de Andalucía. A la llegada de la
República, Andalucía se encontraba en una situación muy crítica después de
decenas de años sufriendo la oligarquía y el caciquismo: una tierra
eminentemente rural, carente de industria y con un paro agrícola alarmante. Los
modos de vida de la población andaluza eran miserables: analfabetismo,
ignorancia, condiciones de vida infrahumanas, niños desnudos, gente descalza,
etc. Así la retrataban los viajeros de entonces. En la Baja Andalucía, el predominio latifundista era
extraordinario. En Córdoba, el 41% de la extensión total de la provincia
pertenecía a este tipo de propiedad; en Sevilla, el 50% y, en la de Cádiz, el
58%. Andalucía esperaba la ansiada reforma agraria que terminase con tantos
siglos de empobrecimiento. Con la llegada de las derechas al poder, bienio
1934/35, el proyecto quedó truncado y nada pudo hacerse hasta después del
triunfo del Frente Popular en febrero de 1936. En
abril de ese año, la Junta Liberalista Andaluza volvió a resucitar el Proyecto
autonómico aprobado en Córdoba en 1933. Blas Infante sería nombrado Presidente
de honor de la Junta proestatutos, la encargada de liderar el camino hacia la autonomía,
cuyo primer paso sería llevar a referéndum la propuesta del Estatuto en
septiembre de 1936. El golpe militar que se produjo poco después, origen de
la Guerra Civil, hizo morir el proceso.
Al poco tiempo, 10 de agosto de 1936,
Blas Infante sería fusilado por los fascistas.
Los cuarenta años de franquismo fulminaron el andalucismo. La
transición trae de la mano a los borbones nuevamente. Y sigue el teatro: Juan
Carlos I elige Sevilla para ser el escenario de la boda de la primera hija
del rey, la infanta Elena. Este rey, al igual que los anteriores, utilizó a
Andalucía para sus fiestas y jaranas, viendo como numerosas avenidas, plazas y
calles, hospitales y centros educativos recibían su nombre o el de su esposa e
hijos. Tantos honores para tan miserables labores. Con una fortuna de alrededor
de 2.500 millones de euros, según algunas fuentes, se convirtió en uno de los
monarcas más ricos del mundo, y, a pesar de ello, el Estado le dio la propina
de cerca de un millón de euros desde que abdicó en 2014. En total, desde el inicio del
presupuesto para Casa Real (1979) hasta su abdicación, recibió 8,3 millones de
euros anuales por parte del Estado.
Con la llegada de su hijo
Felipe VI, una pancarta lo esperaba en las Tres Mil Viviendas, el barrio más
pobre del país: “Menos caridad y más trabajo”. Esta transición borbónica y esta
democracia borbónica han mantenido a Andalucía como uno de los territorios más
pobres de Europa: mayor tasa de empobrecimiento y exclusión social, mayor tasa
de desempleo, las pensiones más bajas, los salarios más menguados, etc… Nada
bueno que esperar del último borbón.
Las instituciones
andaluzas han traicionado el espíritu que emanó del 4 de diciembre de 1977,
cuando el pueblo andaluz dijo “basta ya” a tanto degradación y humillación. El
pueblo andaluz se levantó con fuerza para pedir “tierra y libertad”. Traigo a
colación dos ejemplos de cómo los partidos políticos responsables de la Junta
de Andalucía, los mismos que sostienen a la monarquía, han renegado de su
propio pueblo: uno, Manuel Chávez, PSOE, concediéndole la medalla de oro de Andalucía a la duquesa de
Alba, símbolo del caciquismo y la oligarquía; dos, Juan Manuel Moreno Bonilla,
concediéndole a Felipe VI la Medalla de Honor
de Andalucía “por constituir su
figura el más sólido lazo afectivo de Andalucía con el conjunto de las
instituciones del Estado”. No puede haber mayor despropósito para nuestra
historia y memoria como pueblo.
Paisanos y
paisanas de Andalucía no nos dejamos robar más, no permitamos que nos
manipulen, frenemos el avance del fascismo, recuperemos nuestra memoria e
identidad. Urge la unión de todos los movimientos sociales, del mundo de la cultura,
del espacio estudiantil, del sector de la investigación y de las ciencias, que aman
a nuestra tierra. Nos duele y la queremos defender de tanto atropello
histórico, de tanto centralismo, venga de partidos de derechas o de izquierdas,
que la orillan. Solo una Andalucía defendida por los propios andaluces y
andaluzas, teniendo como soberano al pueblo andaluz, logrará salir de la postración
en la que se encuentra. Como escribía Isidoro Moreno en su último artículo en
el Portal de Andalucía: “el andalucismo lo que más necesita hoy es reforzar sus
raíces, hacerse más sólido”.
Córdoba, 17 de diciembre de 2020
Miguel Santiago Losada
Profesor y miembro de la plataforma Andalucía
Viva
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