España, inmatriculada
El principal problema que están sufriendo centenares de miles de familias
en todo el país es el riesgo permanente de caer en la pobreza como advierte el Informe sobre el Estado Social de la Nación 2015, a pesar
de que los indicadores macroeconómicos nos anuncien el final de la crisis. Esta
crisis, a diferencia de las anteriores, está causando un crecimiento
exponencial de la desigualdad social, además de haber dejado al descubierto
la corrupción, cuyo ejemplo más rotundo es que de los 14 ministros del gobierno
de Aznar, 11 están imputados, cobraron sobresueldos o están en la cárcel.
Durante estas últimas décadas los gobiernos no sólo han sido responsables
de estas corruptelas y despilfarros, que han agravado aún más la crisis, sino
que han puesto incluso el patrimonio público en manos de instituciones
privadas. Un escandaloso ejemplo de ello lo tenemos en la modificación que
el gobierno de Aznar hizo del artículo 206 de la ley Hipotecaria,
que está permitiendo a la Iglesia católica registrar miles de bienes públicos
como monumentos (nacionales y mundiales), iglesias, ermitas, casas,
fincas, sin acreditar título de propiedad, lo que convierte a tal institución
en la mayor inmobiliaria del Estado.
Como dice Alejandro Torres, catedrático de Derecho Público de
la Universidad Pública de Navarra, la Iglesia católica ha sido rápida y
silenciosa en este maratón de inmatriculaciones, toleradas posteriormente por
el gobierno socialista, y desconocidas por la opinión pública, hasta su
denuncia por organizaciones como Europa Laica, o plataformas en
defensa del patrimonio navarro o de la Mezquita-Catedral de Córdoba. El
escándalo llegó a su culmen cuando el exministro Gallardón inició una amnistía
registral que ha culminado ahora Catalá, para blindar a la jerarquía católica
frente a un recurso de inconstitucionalidad directo contra la norma que ha
permitido este expolio.
Ante esta situación cabe hacerse tres preguntas: ¿Por qué se modificó la
ley en 1998? ¿Cómo nos ha afectado? y ¿Qué se está haciendo para evitarlo?
La reforma hipotecaria era un compromiso por parte del primer
gobierno del PP con el sector más conservador y religioso de la derecha
española, y por ello sólo tardó dos años en modificar la ley que permite a
la Iglesia católica inmatricular bienes públicos. Ese gobierno estaba formado
por cuatro ministros pertenecientes al Opus Dei (Margarita
Mariscal, ministra de justicia; Isabel Tocino, ministra de Medio Ambiente; José
Manuel Romay Beccaría, ministro de sanidad y Loyola de Palacio, ministra de
agricultura) y dos considerados muy próximos a la Obra (Mariano Rajoy, ministro
de administraciones públicas, y Jaime Mayor Oreja, ministro de interior). El
Congreso de los Diputados era presidido por Federico Trillo, miembro del Opus
Dei, y Ángel Acebes, coordinador general del PP, militaba en las filas de los
Legionarios de Cristo. El mismo José María Aznar figuraba como afecto al Opus y
la entonces ministra de educación, Esperanza Aguirre, se encontraba entre las
defensoras a ultranza de la enseñanza católica.
La respuesta a la primera pregunta clarifica: nos encontramos ante un
Gobierno que acataba formalmente la Constitución democrática y aconfesional
pero con un alma, un fondo y hasta una forma nacionalcatolicista. La jerarquía
católica, en consonancia con los movimientos católicos más ultraconservadores, encontró
en plena democracia su mejor momento para hacerse con el patrimonio público.
Contaba con el respaldo del Opus Dei que controlaba más de 1500 empresas,
sociedades y bancos como el Popular; algunos de sus miembros ocupaban puestos
de responsabilidad en diferentes entidades bancarias (Sancho Dronda,
expresidente de la Confederación de las Cajas de Ahorro o Rafael Termes,
expresidente de la Asociación española de la banca).
Esta modificación de la ley hipotecaria ha supuesto miles de inmatriculaciones
en todo el Estado, desde plazas públicas, caminos, locales comerciales,
viviendas, cocheras, ermitas e iglesias que curiosamente se registraban tan
pronto eran restauradas por las administraciones públicas con millones de
euros, hasta las osadas inmatriculaciones de la Mezquita-Catedral de
Córdoba o la Giralda de Sevilla.
Ante el atropello que todo esto supone para un Estado democrático y
aconfesional, qué opinan y qué harán los/as candidatos/as a las alcaldías y
comunidades autónomas. Como ciudadanos y ciudadanas corresponsables deberemos
de estar muy atentos a sus respuestas, y desde la reflexión, actuar en
consecuencia.
Miguel Santiago profesor y portavoz de la
Plataforma Mezquita-Catedral, patrimonio de tod@s
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