Andalucía, tierra y cultura
Amanecía el esperanzador 28 de febrero de 1980
cuando con algo más de veinte años me dirigía al barrio cordobés de las Moreras
para estar en una mesa electoral. Las Moreras de los años ochenta estaba habitado
por familias humildes que vivían en pequeñas casas “portátiles”, aquellas casas
“provisionales” que acogieron a varias generaciones. Una abuela gitana del
barrio, enlutada, de pelo blanco y un moño perfectamente recogido, fue a votar.
Ante la urna, el presidente de la mesa le pidió el carnet de identidad con la
mala suerte que se le había olvidado. Se marchó a duras penas ante su falta de
movilidad. Lo mejor del día fue cuando poco antes de cerrar el colegio
electoral, María se presentó renqueante con carnet en la mano y papeleta para
votar por su Andalucía, por su tierra y su gente. Ese instante representó para
mí lo mismo que aquel domingo 4 de diciembre de 1977 cuando con la blanquiverde
participé en la multitudinaria manifestación de Córdoba para exigir al Gobierno
que nos reconociera con los mismos derechos que Cataluña o el País Vasco a
través del artículo 151 de la Constitución.
Después de 35 años el pueblo andaluz volverá a votar
en un momento social y político muy delicado. Una realidad que requiere la
reflexión que hizo Blas Infante en el Ateneo de Sevilla en 1914 con estas
palabras: “Este es el problema: Andalucía necesita una orientación política, un
remedio económico, un plan cultural”.
Todas
las personas que se presentan al Parlamento andaluz deberían prometer ante el
estatuto de Andalucía que reconocen a esta tierra, preñada de cultura e
historia, como una nacionalidad histórica, y que dignificarán a sus gentes
luchando contra la pobreza, el paro y las desigualdades. Posiblemente, con este
primer filtro las listas electorales quedarían bastante menguadas. Aún hoy nos
llegan de fuera diciendo que nos quieren enseñar a pescar, enseñar a un pueblo que en palabras de Antonio
Gala: “fue literalmente el ombligo de un orbe y cuya aportación a la cultura
occidental sólo la de Atenas puede parangonarse”.
Miguel,
un joven licenciado en la universidad pública, está deseando encontrar un
trabajo para regresar de Alemania y enriquecer a su tierra con su inquietud
juvenil y su formación intelectual. Dolores, autónoma, está esperando poder
abrir su pequeño negocio en el que tenía contratadas a dos mujeres. Nuestros
mayores Trini, Antonia, Pedro…, se nos “fueron” antes de que sus familias
recibieran la comunicación de tener
derecho a una prestación por su situación de dependencia. Manuel,
ejemplo del pequeño-mediano empresario honrado y emprendedor, lleva varios
meses esperando que su banco de toda la vida deje de pedirle papeles para
concederle un crédito con el que abrir una nueva línea de negocio.
Pepe, un joven criado
en un barrio que padece la exclusión social, ha visto como sus abuelos, sus
padres y sus hijos siguen siendo víctimas de una política que no ha terminado
con las alarmantes cifras de la exclusión social. Sus abuelos engrosaban aquel 30%
de pobres que padecía Andalucía en 1998, sus padres, en pleno crecimiento
económico de 2004, formaban parte de los 2.5 millones que estaban bajo el
umbral de la pobreza, y él con su familia es víctima de una nefasta política,
llamada crisis y recortes, que al día de hoy condena a 3.2 millones de
andaluces/as a la pobreza y exclusión social mientras los rescates bancarios
nos cuestan millones y millones de euros.
En casa de Manoli no
entra un euro desde hace varios años y se le cae la cara de vergüenza de hacer
colas ante la Cáritas parroquial de su barrio para que le den una bolsa de
comida. Antes tuvo que pasarse por su Centro Cívico para que la trabajadora
social certificase su estado de pobreza y hacer todo un periplo por diferentes
parroquias para que certifiquen que de ellas no recibe alimentos. La
Administración pública certifica la pobreza y la iglesia hace la obra de
caridad. Stop desahucios la está ayudando para que no la echen de su casa.
Enrique, parado tres
años, es uno de los que están en el fatídico número millonario 1.396.000
parados de la EPA (Encuesta de Población Activa). Hace chapuzas para un
empresario que se lucra de la economía sumergida que en Andalucía se eleva a
40.500 millones de euros (el 29% del PIB andaluz).
Nuestro entrañable y querido
Diamantino García Acosta, el cura jornalero e incansable luchador por la
justicia social, decía hace años que los derechos humanos andan torcidos. Sólo
la ciudadanía puede enderezarlos desde la calle, el trabajo, el compromiso y el
voto que lleve al Parlamento y al Gobierno andaluz a personas que conocen y
quieren a su tierra, personas que no hacen de la política una profesión,
personas dispuestas a combatir el empobrecimiento dignificando a sus gentes, y
personas que se les humedecen sus ojos cuando entonando el himno de Andalucía
exclaman: ¡Andaluces, levantaos! ¡Pedid tierra y libertad!
Córdoba,
9 de marzo de 2015
Miguel Santiago Losada .Profesor
Brillante y oportuna reflexion cargada de realismo y emocion. Enhorabuena Miguel
ResponderEliminar