El paradigma de córdoba
En las recientes jornadas que bajo el
título Encuentros Averroes se han celebrado en Córdoba, el filósofo y
profesor iraní de la
Universidad de Toronto, Ramin Jahanbegloo, profundizó en su
idea del paradigma de Córdoba, que acuñó en su libro Elogio a la diversidad .
En él plantea el trasvase del modelo de convivencia pacífica entre las tres
culturas de la Córdoba
de Al Andalus a la sociedad actual, al mismo tiempo que destaca la vigencia que
la aceptación de la diversidad, de la pluralidad confesional y la lucha contra
los fanatismos y racismos tiene en la actualidad.
Mientras estas jornadas tenían lugar en el
confortable salón de actos del Rectorado de la Universidad de
Córdoba, los países árabes viven un gran momento histórico con repercusión para
toda la humanidad.
La revolución del pueblo árabe comenzó
cuando el joven tunecino Mohamed Buazizi se suicidó a lo bonzo para protestar
porque la policía, por cierto, de un régimen bien visto por la política europea
hasta ese momento, le tiró el carrito de frutas y verduras con el que se
buscaba la vida por falta de autorización, abofeteándolo y humillándolo; un joven
que tras licenciarse, al no conseguir empleo, optó por hacerse vendedor
callejero para salir adelante. Otros muchos huyen desesperadamente, cruzando el
Estrecho ante tanta frustración. Un Estrecho que se ha tragado a miles de vidas
desde comienzos de los años 90.
La combustión del joven cuerpo de Buazizi
fue el detonante que, en menos de un mes, derrocó a Ben Ali.
El 25 de enero, este reguero de ansias de
libertad llegó al valle del Nilo y tras 18 días de una ejemplarizante protesta
pacífica de centenares de miles de jóvenes, que ha tenido como epicentro la
plaza Tahrir o de la liberación, consiguieron la caída del dictador Hosni
Mubarak.
Esta llama de la liberación sigue
recorriendo, a modo de llama olímpica, los países árabes para derrocar a los
regímenes totalitarios: desde Bahrein, Yemen, Jordania, Libia, Argelia,...
hasta Marruecos, que el pasado día 20 de febrero, y bajo la denominación del
día de la dignidad, contó con una serie de protestas por todo el país,
organizadas por un grupo de jóvenes a través de la red social Facebook, en las
que se reclamó una constitución democrática y una lucha eficaz contra la
corrupción. Mientras escribo estas líneas, el sanguinario dictador libio,
Muamar Gadafi, masacra al pueblo antes de su probable abandono del poder.
Entre tanto, Europa está en sus cosas:
Berlusconi, icono de la desvergüenza personal y política, preocupado porque sus
costas se llenen de refugiados (para él, inmigrantes ilegales); Sarkozy,
manchado hasta el tuétano como presidente de una Francia mantenedora de los
sanguinarios y tiranos regímenes del Magreb; Zapatero, permitiendo que su
Presidente del Congreso, José Bono, rinda pleitesía al dictador guineano
Teodoro Obiang; Angela Merkel, aprovechándose de la crisis para que sus bancos
obtengan pingües beneficios; Cecilia Malmstöm, comisaria de Interior de la Unión Europea ,
preocupada en repatriar a los tunecinos y a los que vengan; y todos en su
conjunto, preocupados por el suministro de petróleo. Es evidente que no son
extraterrestres, y responden a una ciudadanía europea que respira, cada vez
más, aires de xenofobia etnocéntrica que culpa a los más empobrecidos y
excluidos de las estrecheces que viene atravesando.
Toda esta rebelión venida del sur está
dejando sin argumentos a la contra rebelión del norte. Ya no se puede sostener
que el Islam es sinónimo de pueblos adormecidos y fanáticos. Quieren la
democracia, al igual que la disfrutamos nosotros y nosotras, para construir
naciones libres en las que se adquiera una verdadera ciudadanía, no determinada
por la religión. ¿Qué hubiese sido de Europa si la democracia no la hubiera
liberado del corsé del catolicismo? ¿Habría libertad de conciencia, leyes que
permiten el aborto o los matrimonios homosexuales, una ética universal que
permite la declaración universal de los derechos humanos...?
Y desde este rinconcito milenario de la
cultura mediterránea, poseedor de esencias de interculturalidad, ¿qué podemos
aportar en el marco de la candidatura de la ciudad a convertirse en Capital
Europea de la Cultura
en 2016?
El paradigma de Córdoba debe comenzar por
su propia ciudadanía y creernos que el encuentro entre personas, entre
religiones y culturas es posible.
Desarrollar espacios de diálogo y paz entre
las naciones de la cuenca mediterránea, hacer ver que los puntos de unión
(historia, arte, tradiciones, gastronomía, paisaje, clima,...) nos enriquecen y
nos dan más posibilidades para la erradicación de la pobreza que sufre sobre
todo la orilla sur del Mediterráneo, son utopías que dan sentido a la capitalidad.
* Profesor y presidente de la
Asociación KALA
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