La despenalización de las drogas
El flamante premio Nobel de Literatura,
Mario Vargas Llosa, ha sugerido retirar el carácter criminal al consumo de
drogas mediante un acuerdo de países consumidores y países productores para
acabar con el narcotráfico. Llegó a afirmar que el tráfico de estupefacientes
es "la mayor amenaza para la democracia en América Latina".
Hace unos tres meses en este mismo
periódico Vicente Fox, presidente de México entre los años 2000 y 2006, en su
visita a Córdoba hizo unas declaraciones en las que se inclinaba "por
avanzar en la despenalización de la droga" debido a los estragos que
produce en la población. Felipe González también se pronunció en esa línea.
A una escala local, mucho más pequeñita,
desde que puse los pies en los barrios que padecen un elevado porcentaje de
exclusión social, me di cuenta cómo el consumo de drogas y la venta de
estupefacientes son factores determinantes de la situación en la que se
encuentran. Familias enteras lamentan la muerte de varios de sus miembros por
consumo o por haber adquirido alguna enfermedad tras un contagio. Muchas
familias se ven huérfanas de padres y madres de la noche a la mañana, al ser
detenidos y encarcelados por vender papelinas, lo que aboca al desamparo de sus
niños. Las intermitentes redadas policiales tienen más efecto mediático que
solución real, generando en los barrios una gran tensión para luego, en horas,
seguir todo igual. Por otra parte, aparece una economía sumergida, que
convierte a la droga en el principal sustento de una parte de los habitantes de
estos barrios: vendedores, prestamistas, vigilantes, transportistas... Y esta
economía a su vez sustenta otra, la que se genera con la penalización de las
drogas, y que da cobertura a buena parte del trabajo de muchos funcionarios y
profesionales liberales entre los que se encontrarían policías, abogados,
procuradores, fiscales, jueces, funcionarios de prisiones..., por no hablar de
todo el negocio de la seguridad y el miedo (guardias jurado, alarmas,
cerraduras...).
Sin embargo, no pensemos que esta tragedia
social sólo se da en estas zonas. Estas situaciones campan a lo largo y ancho
de la geografía de cualquier pueblo o ciudad. Existen personas que padecen la
grave enfermedad de las toxicomanías en cualquier espacio social, ya vivan en
el residencial barrio del Brillante o en la mismísima avenida del Gran Capitán.
Lo que ocurre, como en cualquier otra circunstancia, es que al perro flaco
todo se le vuelven pulgas. Los más empobrecidos ni tienen cómo costearse
sus dosis diarias, ni suelen tener redes sociales donde apoyarse, ni tienen
cómo costearse una clínica de desintoxicación cuando deciden decir: -¡Basta!
Generar un marco legal para todas las
drogas en un acuerdo internacional, ya que es un problema global, lograría, en
gran medida, terminar con este calvario que sufre la sociedad en general, y las
zonas más deprimidas del planeta en particular.
Pienso que ello no conllevaría un aumento
en el consumo de estas sustancias. La regularización de ellas, al igual que ha
pasado con el alcohol y el tabaco, hace que las personas consumidoras no
generen problemas en la convivencia social.
Desgraciadamente, una persona que padece de
alcoholismo presenta un grave problema personal, familiar y de salud; sin
embargo, ello no lleva consigo la inseguridad ciudadana, ni la conflictividad
social. Es más, el número de muertes por alcohol aumentaría considerablemente
si no estuviese controlado ni registrado por sanidad.
Un marco legal para las drogas facilitaría
la inclusión de muchas zonas y personas, al mismo tiempo que las cárceles
verían reducidas su población penitenciaria en torno al 60% o 70% y la
seguridad ciudadana volvería a ser percibida con más nitidez.
Que se hable, se discuta, se desmitifique y
se pierda el miedo a proponer nuevas vías ya es un avance. Otra cosa será, al
igual que ocurre en otros ámbitos, que los mercados nos lo permitan. No
obstante, siempre, siempre, habrá que seguir intentándolo.
* Profesor y presidente de la
Asociación KALA
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