¿A quién sirve la política?
Hace tiempo que vengo pensando en la pregunta
que sirve de título al presente artículo. Sinceramente, como ciudadano que, de
joven, viví el nacimiento de la democracia cargado de ilusiones y utopías, veo
cómo en estos momentos el desarrollo de la política se encuentra en horas
bajas: profesionalización de la misma, falta de ética y compromiso, partidos
más pendientes de sus estructuras y aparatos que de los objetivos que
impulsaron su creación. Incluso los sindicatos de clase actúan más como
empresas de servicios que como medio a los fines para los que se fundaron. Esta
situación ha llegado lamentablemente a las mismas oenegés.
Aprovechando los momentos actuales, quisiera
ofrecer mi particular manera de ver la actual situación:
1. La democracia no es igual a partidos
políticos. Los partidos políticos son una parte importantísima de ella, ya que
tienen en sus manos el poder legislativo y ejecutivo, pero no deberían ser los
determinantes de la misma. Para ello, se hace necesario una retroalimentación
con la ciudadanía: oxigenándose desde la calle, bajando a la realidad, contando
con la gente, no solo para las campañas electorales. De lo contrario, en vez de
potenciar la participación democrática se manipula a la ciudadanía.
2. Los partidos políticos no debieran ser fin
en sí mismos. Me alarma cómo cada vez más se van fortificando a la manera de
las grandes empresas, cuyo principal objetivo es mantener su maquinaria, pero
en este caso con escasa productividad. Un ejemplo cercano son los 4,5 millones
de euros que el Ayuntamiento se gasta en sus 50 altos cargos. ¿Acaso no
elegimos en las urnas a los 29 concejales para que gobiernen contando con los
técnicos municipales más cualificados? Entonces, ¿para qué tanto derroche presupuestario
gastando millones de euros en altos cargos y puestos de confianza?
3. La política no debiera nutrirse de
personas que hacen de la misma una profesión. El político debiera de ser un
ciudadano que ejerce su profesión y durante un tiempo, no excesivo, dedicarse a
los compromisos políticos asumidos. Una vez ejercida dicha responsabilidad,
debería de volver a ser un ciudadano de a pie que continua con su labor
profesional.
Lo más lamentable es cuando se utiliza el
cargo político para obtener pingües beneficios personales. De ahí que se llegue
a la desvergüenza política, como últimamente está pasando con tramas como el
caso Gürtel.
4. Los sueldos deberían estar acordes con la
situación económica de sus conciudadanos. Un pequeño ejemplo, un concejal del
Ayuntamiento cobra cinco veces más que el salario medio de un asalariado
cordobés. Se puede entender el plus que significa una mayor responsabilidad,
pero de manera más equilibrada.
5. Y, por último, la condición básica que
debería motivar a cualquier ciudadano a ejercer la política: importarle su
ciudad, autonomía o estado; comenzando siempre por las personas con mayores
necesidades sociales. Mucho me temo que esto no ocupa el primer puesto sino que
por el contrario se tiene más en cuenta el débito, la sumisión, el favor, la
cuota de poder... que la autenticidad ideológica, un conocimiento suficiente
del entorno en el que van a ejercer su compromiso político y una formación que
capacite para el desempeño de las tareas sobre las que se deberá gobernar.
Tomando en serio las cuestiones referidas, la
política gozaría de mejor salud y controlaría una economía que no entiende de
personas, cuyos efectos más permisivos, más allá de la actual crisis económica,
los viven las miles de familias que padecen el empobrecimiento y la exclusión
social.
* Profesor y presidente de la Asociación Kala
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