HABLEMOS DE JESÚS
La
figura de Jesús de Nazaret ha sido envuelta durante siglos en tradiciones,
símbolos y celebraciones que poco tienen que ver con su contexto histórico y
social. Más allá de los relatos idealizados, su vida estuvo marcada por la
pobreza, la injusticia y la cercanía con los más vulnerables.
No
se conoce con certeza la fecha exacta del nacimiento de Jesús ni el lugar
preciso en el que vino al mundo. Los datos históricos disponibles apuntan a que
nació y creció en Nazaret, un pequeño pueblo de Galilea, en el seno de una
familia empobrecida, como tantas otras que vivían sometidas al poder político y
económico del Imperio romano y de las élites locales. Un sistema diseñado para
beneficiar a unos pocos y oprimir a la mayoría, una lógica que, con otros
nombres y formas, sigue vigente hoy.
Su
padre sobrevivía realizando trabajos ocasionales para sostener a la familia,
mientras que su madre se ocupaba del cuidado del hogar y, probablemente, de
familiares dependientes. Jesús creció en ese entorno humilde, compartiendo
juegos y vida cotidiana con otros niños del pueblo, en un contexto marcado por
la precariedad.
Contrariamente
a la tradición más difundida, no existen pruebas históricas de que naciera en
Belén ni de que fuera visitado por reyes magos. Sí hay indicios, en cambio, de
que recibió cierta formación que le permitió leer y expresarse con soltura. Los
evangelios reflejan a un hombre atento a la realidad que lo rodeaba y
profundamente crítico con las injusticias de su tiempo: la explotación del
pueblo; las normas religiosas impuestas con hipocresía por los fariseos (los
“sepulcros blanqueados”); la ostentación del templo, convertido en negocio por
los sacerdotes; y la inhumanidad de los poderes imperiales, a quienes poco les
importaban los pueblos sometidos y esclavizados, que valían menos que la punta
de la lanza que los mataba (hoy, la bala o la bomba que los destroza).
Centró
su vida en acoger y acompañar a quienes carecían de pan, de dignidad y de
afecto. Vivió como nació: pobre, pero profundamente humano. Su mensaje y su
práctica estuvieron dirigidos a los suyos, a su pueblo y, especialmente, a los
pobres y perseguidos. Hoy hablaríamos de un ciudadano laico comprometido con
los derechos humanos.
Dos
mil años después, su legado sigue vivo, lejos de las luces navideñas y de la
competición entre ciudades por exhibir el mayor despliegue decorativo. Jesús se
hace presente en quienes educan sin excluir; en el personal sanitario que cuida
a pesar de la falta de recursos; en quienes rescatan migrantes en el mar; en
las madres que lloran a sus hijos víctimas de la guerra; en quienes abren sus
casas a los desplazados o sostienen proyectos de acogida.
No
lo encontraremos ni en los grandes palacios ni en las solemnidades vacías. Es
la antítesis de la política que excluye sin piedad al ser humano (hoy, los
Herodes matan con los recortes en sanidad, matan a niños en bárbaros
genocidios, expulsan a la calle a migrantes sin ningún tipo de recursos,
gobiernan sin escrúpulos como auténticos tiranos y desprotegen a los sectores
más vulnerables de la sociedad).
Una
de las imágenes más elocuentes de Jesús de Nazaret se encuentra a las puertas
de la catedral de Río de Janeiro: una escultura que lo representa como un mendigo
dormido en un banco, cubierto apenas por una manta. ¡Búscalo ahí!
Miguel Santiago Losada (Profesor y escritor)
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