EL 4 DE DICIEMBRE NO ENTIENDE DE FRONTERAS
Actualmente,
Andalucía no solo continúa siendo tierra de emigrantes (especialmente de
jóvenes universitarios que buscan un empleo acorde con su formación), sino que,
desde la década de los años ochenta del pasado siglo, miles de personas
procedentes de otros continentes y países europeos se han incorporado a la vida
de nuestros pueblos y ciudades.
Blas Infante
proclamó a los cuatro vientos, en un manifiesto dirigido al conjunto de los
andaluces, que “en Andalucía no hay extranjeros”. Esta frase sintetizaba su
visión de una tierra abierta, inclusiva y solidaria. Para el Padre de la Patria
Andaluza, Andalucía posee una identidad cultural plural; de ahí que nadie deba
considerarse extranjero, lo que convierte a Andalucía en un modelo de
convivencia abierta y pacífica.
La cultura
andaluza, de hecho, se ha configurado históricamente gracias a las aportaciones
de múltiples pueblos. A través de rutas, conquistas y encuentros, estas
culturas la han ido transformando, actualizando y enriqueciendo. Sin embargo,
algunas de las poblaciones que formaron parte de nuestra historia y nuestro
acervo cultural fueron eliminadas o invisibilizadas (como la población
negroafricana) o directamente excluidas (como el pueblo gitano). El rechazo
xenófobo hacia el emigrante pobre ha estado, y sigue estando, muy extendido en
todo el mundo.
La
inmigración, que volvió a crecer en las últimas décadas por la demanda de mano
de obra en un mercado laboral secundario (agricultura, construcción, hostelería
y trabajo doméstico), ha sido sometida a políticas de control fronterizo. Como
frontera sur de Europa, Andalucía ha presenciado la estigmatización y
criminalización de la misma población que el propio sistema económico necesita
de forma estructural, incorporándose las personas migrantes a la sociedad en
condiciones de gran precariedad.
En los
últimos años, una ola xenófoba y de corte fascista está poniendo en riesgo los
derechos humanos y amenazando especialmente al feminismo, al colectivo LGTBIQ+
y a la población migrante, tratándolos como una amenaza y sin reconocer la
necesidad y el valor del aporte migratorio. Más allá de la nacionalidad, las
personas migrantes deben ser consideradas andaluzas desde la diversidad, como
plantea la antropóloga Susana Moreno. El término “migrante” funciona como un
concepto de frontera y discriminación, que establece una dicotomía entre la
población autóctona y quienes llegan de otros lugares.
Sentirse
andaluz no implica renunciar a la cultura de origen. En Andalucía resulta
perfectamente compatible profesar la religión musulmana y participar de las
fiestas de la comunidad; practicar el Ramadán y asistir a la cena de
Nochebuena; o recibir, en la diversidad del alumnado, una misma formación
reglada. Todo ello evidencia respeto y tolerancia hacia la diversidad cultural
y religiosa.
El mestizaje
se manifiesta en parejas mixtas, en adopciones de menores procedentes de otros
países, en mujeres que crían a hijos o nietos nacidos en otros lugares, o en
comunidades negras que se reconocen como afroandaluces, como sucede con el
grupo musical Ballena Gurumbé. Estos denominadores comunes y las relaciones
interpersonales contribuyen a naturalizar la sociedad, igualarla y hacerla más
fraternal, al rechazar la desigualdad y la exclusión. La mirada debe dirigirse
hacia todas estas personas, que constituyen auténticos ejes de resistencia a la
xenofobia y exclusión.
Córdoba,
28 de noviembre de 2025
Miguel Santiago Losada
Profesor y escritor
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