ENTREVISTA DE MIGUEL SANTIAGO LOSADA
Vivimos en un mundo en el que se están produciendo grandes transformaciones y, aunque en algunos casos sean lentas, parece que llevan una dirección imparable. Nadie pensaría que décadas atrás, cuando a nuestro país se le consideraba oficialmente católico, años después, ya en democracia, se produciría un paulatino abandono no solo de las creencias sino también de las prácticas religiosas
Esta situación nos invita a que reflexionemos acerca del futuro de la
religiosidad y sobre en qué consiste ser cristiano, cuando parece que la visión
que ofrece la jerarquía católica en nuestro país apenas incide en el
comportamiento de los españoles.
Partiendo de esas premisas, me ha parecido oportuno entrevistar a un amigo,
Miguel Santiago, profesor de Biología ahora jubilado. Articulista en diferentes
medios de comunicación, conferenciante y autor de diversas publicaciones, se
define como "andaluz y ciudadano del mundo". Implicado desde muy
joven en el movimiento social, apuesta por los derechos humanos, la igualdad,
la interculturalidad y la interreligiosidad. También quisiera apuntar que
desarrolló estudios de Teología durante seis años en la Escuela Teológica
Universitaria de Córdoba (UTECO).
Con Miguel Santiago me cito en una mañana al final del mes de enero para
charlar con él para que me dé su visión acerca de qué es ser cristiano en el
mundo de hoy y cómo ve el futuro de la Iglesia institucional. Recoger la
riqueza de su pensamiento resulta un tanto prolijo, por lo que presento un
extracto de lo más relevante de este diálogo.
—Miguel, quisiera que comenzáramos esta entrevista de forma que me indicaras
qué es para ti ser cristiano y si es lo mismo ser cristiano que ser católico.
—Desde mi punto de vista, un cristiano o una cristiana debe ser, ante todo, una
persona normal y corriente, abierta al mundo e inclusiva, defensora de los
derechos humanos, afín a la interculturalidad y a la interreligiosidad, amante
sin fronteras del ser humano y de la naturaleza.
Yo me siento más ‘nazareno’, es decir, tener como referente histórico a Jesús
de Nazaret, que cristiano en el sentido de seguidor de Cristo, el ungido, ya
que posee un acento más divino que humano. El nazareno o cristiano vive su fe
como un estilo de vida, teniendo el Evangelio como marco referencial; en
cambio, el católico vive su fe en base a una serie de ritos litúrgicos, al
tiempo que está determinado por una moral restrictiva y excluyente, y una
obediencia ciega a la jerarquía sacerdotal.
—Si echamos una mirada retrospectiva en la historia, encontramos que se
produce un momento clave en el desarrollo del cristianismo en el siglo IV. ¿Qué
supuso para el mensaje evangélico el edicto de Milán promovido por el emperador
Constantino y el reconocimiento del cristianismo como religión oficial del
Imperio romano por el emperador Teodosio?
—Fue cambiar los valores del Evangelio, basados en el amor, la justicia y la
paz, por el poder, el prestigio y el dinero. El edicto de Milán de Constantino
y, posteriormente, la declaración del cristianismo como religión oficial del
Estado por Teodosio ‘el Grande’ significó la desnaturalización del mensaje de
Jesús y su comunidad. Podríamos decir que ahí comenzó el nacionalcatolicismo,
un gran invento para controlar bolsillo y corazón, bendecir la desigualdad,
institucionalizar el patriarcado y hacer del pueblo un sumiso a los dogmas.
—Damos un gran salto temporal y nos situamos en el siglo XX. En 1962 comenzó
el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII, lo que conllevó grandes
esperanzas en la renovación de la Iglesia católica, que, sin embargo, no
llegaron a fructificar. Quisiera que me apuntaras las razones por las cuales se
diluyeron tantas esperanzas puestas en esta renovación, lo que condujo a muchas
decepciones en los sectores más comprometidos.
—El Vaticano II significó un aire nuevo en el mundo, después de que se
produjeran dos guerras mundiales. Fue una apuesta por el diálogo y el encuentro
entre cualquier ideología y religión. Pretendía volver a la ecleccia,
a la asamblea, haciendo que la horizontalidad prevaleciera sobre la
verticalidad, la democracia sobre el totalitarismo. El Concilio Vaticano II
tenía más vocación de pueblo que de jerarca.
Sin embargo, el ‘sanedrín cardenalicio’ tuvo mucho miedo de perder todo su
poder, terrenal y celestial, abortándolo con la muerte de Juan Pablo I y
poniendo al frente del catolicismo al ultracatólico Juan Pablo II, que guardó
en un cajón al Vaticano II, desarrollando una etapa que chocaba frontalmente
con el mundo moderno.
Su política se basó en la condena de lo diferente, en una misoginia y una
homofobia enfermizas, en bendecir a dictadores, como Pinochet, o pederastas,
como Marcial Maciel, en demonizar a la Teología de la Liberación, mientras
encumbraba al Opus Dei. Él es el responsable de que tengamos una de las
Conferencias Episcopales más retrógradas, siendo sus delfines los cardenales
Suquía y Rouco.
—Pasemos a nuestro país y entremos en la realidad española. En el artículo
16 de la Constitución española se habla, aunque este término concreto no
aparezca, de un Estado aconfesional y, sin embargo, comprobamos que en realidad
no se da esa aconfesionalidad, dado que no hay una clara separación del poder
público y del poder eclesiástico. ¿Crees que deberían derogarse los Acuerdos
con la Santa Sede de 1979 nacidos a partir del Concordato franquista de 1953 para
afrontar, entre otras cuestiones, una enseñanza democrática y plural?
—Existe una línea medular desde el Concordato de 1851, reinando Isabel II, en
el que se dice: “La religión católica, apostólica, romana, que con exclusión de
cualquiera otro culto continúa siendo la única de la nación española, se
conservará siempre en los dominios de S. M. Católica con todos los derechos y
prerrogativas de que debe gozar según la ley de Dios y lo dispuesto por los
sagrados cánones”. Posteriormente, el Concordato del siglo XIX será reforzado
por el franquista de 1953. Así pues, de “aquellos barros, estos lodos”.
Con respecto a la enseñanza, a la Iglesia católica se le reconocía el poder de
hacerla veladora de la educación del país según la doctrina de la fe y de las
costumbres católicas, lo que significaba controlar las conciencias, no solo
desde el confesionario, sino también desde las aulas. Esto nos lleva a que si
queremos ser un verdadero Estado democrático y no confesional tenemos que poner
fin a tan tremendo anacronismo.
—Comprobamos que la Iglesia católica como institución se opone frontalmente
a muchas de las leyes aprobadas democráticamente: acceso a los anticonceptivos,
derecho al divorcio, al aborto, al matrimonio igualitario, reciente ley de
eutanasia… ¿Crees que es posible que un cristiano defienda las leyes que nacen
del poder civil?
Jesús de Nazaret no fue ningún moralista, ni tampoco dogmático. Fue un crítico
con los religiosos de su tiempo. Se enfrentó a los sacerdotes saduceos que
hacían negocio con el templo, criticó a los fariseos por poner cargas pesadas a
las gentes más humildes y sencillas (“el sábado se hizo para el hombre”), no
vivía la vida monacal de los esenios retirados del mundo. Jesús era amigo de
pecadores y escribas, tenía amigas y amigos, se preguntaba: “¿Quién estaba
libre de pecado?” Jesús fue un laico, un civil. Justo eso es lo que entiendo
que una persona seguidora de Jesús debe ser.
—En cierto modo has respondido a lo que deseaba ahora preguntarte. De todos
modos quisiera que brevemente me indicaras si es posible ser creyente y laico,
o, dicho de otro modo, si es posible que un cristiano defienda en nuestro país
un Estado verdaderamente laico.
—Te respondo brevemente: un creyente es, ante todo, persona y ciudadano.
—Un tema motivo de gran polémica ha sido el de las inmatriculaciones por
parte de la Iglesia católica a través de sus diócesis. ¿Qué opinas sobre las
inmatriculaciones realizadas por las diócesis españolas al amparo de la Ley de
1998? ¿Qué te parece la inmatriculación de la Mezquita-Catedral de Córdoba?
—Sobre esta cuestión, y para no extenderme mucho, quisiera indicar que el
artículo 206 de la Ley Hipotecaria fue derogado en 2015 por inconstitucional,
con la trampa de que no tenía efecto retroactivo. Por consiguiente, todo lo
inmatriculado sin una escritura, sin un documento que demuestra la titularidad,
no se sujeta a derecho.
El Gobierno de Aznar abrió esta puerta para que una institución privada, como
es la Iglesia católica, se hiciera con una parte importante del patrimonio del
Estado. Creo que es el mayor robo inmobiliario que se le ha efectuado a un
Estado a lo largo de la historia. Esperemos que el Gobierno de coalición actual
lo enmiende.
—Para finalizar esta entrevista, quisiera traer a reflexión la paulatina secularización
de la sociedad española. Así, los datos del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS) con respecto a las creencias de los españoles son muy poco
alentadores con respecto a la Iglesia católica. ¿Qué futuro le ves a la Iglesia
como institución en nuestro país?
—Cada vez cierran más conventos y hay menos vocaciones sacerdotales y de
religiosas que, junto a la caída de bodas, bautizos y comuniones, traen de
cabeza a la jerarquía, ya que se aproxima la liquidación por cierre, al menos
en su estructura ad intra. Sin embargo, no nos engañemos: su
poder ad extra radica en ser una de las grandes empresas
mundiales, con más de 20.000 ‘funcionarios’ y centenares de miles de
subalternos a su servicio.
Por poner un ejemplo, la Iglesia católica en el Estado español es propietaria,
a través de sus más de 40.000 instituciones (diócesis, parroquias, órdenes y
congregaciones religiosas, asociaciones, fundaciones, etcétera), de un enorme
patrimonio consistente en bienes mobiliarios, inmobiliarios, suntuarios, culturales,
capital de fundaciones, etc. Además de recibir donaciones directas de sus
fieles y una financiación estatal a través del impuesto del IRPF, que pasó del
0,52 al 0,7 por ciento en 2007, siendo presidente del Gobierno José Luis
Rodríguez Zapatero.
A estos beneficios se unen las exenciones tributarias (impuestos
municipales, IBI…), o el pago de los profesores de Religión (alrededor de
30.000 en todo el Estado). Cifras que suponen para las arcas de la Iglesia
católica más de 10.000 millones de euros anuales.
Por otro lado, en los últimos años, las iglesias de diverso credo religioso han
sumado privilegios que les permiten tener más poder en el seno de la UE, sin
necesidad de hacerlo público como las demás instituciones privadas. Durante
este tiempo ha habido 244 reuniones entre los lobbies religiosos
y la Comisión Europea.
Asociaciones
ultracatólicas (como Hazte Oír, Familia y dignidad, Foro de la familia o la
Fundación Valores y Sociedad, presidida por el exministro Jaime Mayor Oreja)
que están detrás de iniciativas que luchan por acabar con el derecho al aborto,
el matrimonio homosexual y el feminismo. Iniciativas que suponen grandes sumas
de dinero del lobby religioso que presiona a las instituciones comunitarias
europeas.
Todo esto podrá llegar a su fin con un Estado verdaderamente democrático y
laico, y con una ciudadanía, creyente o no, que anteponga los derechos humanos
por encima del privilegio de esta gran multinacional que es la Iglesia
católica.
AURELIANO SÁINZ
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