SANTOS INOCENTES
“Me tiene a mí” fue la
respuesta del pequeño Mohammed a la situación de orfandad de Osama. Osama es un
niño de once años que se quedó sin madre cuando solo tenía cinco. Su padre no
quiso saber nada y su abuela con muchas dificultades familiares apenas pudo
asumir su crianza. Él nos llena de besos cada vez que nos ve. Con su
afectividad pretende adoptarnos como padres, como la familia que él necesita,
la familia que todo niño de este mundo debe tener para sentirse amado y seguro. Las dos condiciones
necesarias para el desarrollo psicológico y biológico de cualquier ser humano.
Hay muchos Osama por el mundo, muchos Abdulá, muchas
Rachida, muchas Diara, muchos Keita,
muchas Zama… No acabaríamos nunca con el listado de niños y niñas sin
protección y amor. Niños y niñas que desde su cruda realidad claman por un
mundo más fraterno y solidario que los acoja y les dé la oportunidad que no
tuvieron al nacer, sea cual fuese su
lugar de origen, su sexo, su cultura, su religión o su etnia.
Mientras en cualquier rincón del planeta nacen seres
humanos, exactamente igual que nosotros, con la misma genética que nosotros,
con las mismas necesidades y sueños que nosotros, con la misma sangre roja que
nosotros, en los países del llamado Primer Mundo cada vez más se está fraguando
un argumentario político desde el falseamiento y la manipulación, estableciendo
relaciones maliciosas entre inmigración y delincuencia urbana, entre inmigración y
deterioro de los servicios públicos de protección. Con este discurso mentiroso,
inhumano y xenófobo pretenden sacar rentabilidad electoral tocando los bajos
fondos. Todas las personas tenemos nuestras entrañas, nuestro intestino
delgado, que nos alimenta con los mejores nutrientes obtenidos en la digestión;
y nuestro intestino grueso, que fabrica las heces, los productos de deshecho
que hay que eliminar ya que, de lo contrario, el daño sería irreparable. Estos
discursos racistas sacan lo peor de nuestras entrañas: nuestra basura, lo
contrario al rico alimento que nos da salud y años de vida. No olvidemos que
los adultos somos responsables de las entrañas que nos dejamos tocar.
La xenofobia (rechazo al extranjeros, migrante), la
aporofobia (rechazo al pobre), homofobia (rechazo a la orientación homosexual),
misoginia (aversión a las mujeres), etc. son las enfermedades sociales que provocan
la muerte del ser humano.
Volviendo al inicio, ¿cuántos Osama o Keita están en el
centro de menores del barrio de la Macarena de Sevilla? ¿Cuántos Osama o
Mohammed están el centro de menores de Lucena? ¿Cuántos Osama o Abdulá están en
el centro de menores de Hortaleza? Centros de menores señalados y acusados por
la ultaderecha de tener niños y jóvenes criminales, de ser los responsables de
la inseguridad ciudadana, en definitiva de ponernos en peligro. ¿De verdad
pensamos que un grupito de chavalitos pueden poner en peligro a un barrio de
más de 20.000 habitantes o a una población de más de 40.000 personas? Si es así
es que estamos enfermos de fobias, que como enfermedad inmune se pone en contra
de nuestra propia naturaleza. En este caso de niños y jóvenes.
Para que no broten nuestros más bajos instintos hay varios
remedios que actúan como medicamentos infalibles: información, sentido común y
ternura. Ahora más que nunca se demuestra que la desinformación debilita la
democracia y por eso son necesarios medios que desvelan esas trampas. Ahora más
que nunca hay que aplicar el sentido común de poner a la persona y a los
derechos humanos en el centro, de dejar brotar la ternura hacia lo más pequeño
e indefenso.
El cantautor Rafael Amor compuso una bella canción que es
conveniente recordar siempre y, sobre todo, en estas fechas donde se le cantan
villancicos a un niño extranjero que nació hace dos mil años: “No me llames extranjero, porque haya nacido lejos,
o por que tenga otro nombre la tierra de dónde
vengo (…) No me llames extranjero, porque tu pan y tu fuego, calman mi hambre y frío, y me cobije tu techo (…)
No me llames extranjero mira tu niño y el mío,
como corren de la mano hasta el final del
sendero (…) No me llames extranjero, mírame bien a los ojos, mucho más allá del odio, del egoísmo y el miedo,
y verás que soy un hombre, no puedo ser
extranjero”. Ojalá que, como el pequeño Mohammed, digamos: ¡Nos tienen a
nosotros!
Córdoba,
20 de diciembre de 2019
Miguel Santiago Losada
Profesor y escritor
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