Un cuento de realidad
Qué sería de un
paisaje urbano sin vida, sin seres vivos que le dan calor y color? Córdoba
posee recónditos y encantadores rincones en su casco histórico. Algunos hay que
buscarlos expresamente, como el antiguo claustro del que fuese monasterio de
San Pedro el Real y que preside majestuosamente la gran plaza Tierra Andaluza,
cuyo nombre rezuma solera. Si paseamos por ella en estos días navideños veremos
un ramito de flores blancas atado a la reja que guarda el claustro bajo. Un
grupo de jóvenes de la Axerquía lo colocó en memoria del abuelo Antonio.
Antonio fue uno de esos personajes de novela costumbrista que le da humanidad y
sentido de ser a un lugar. Había hecho de esta plaza su hábitat, y del
rinconcito en el que cuelga el ramito de flores, su estancia al cielo raso,
donde solía descansar acurrucado a su perro Canela.
El pasado jueves 4 de
diciembre se echó la siesta como de costumbre. Mientras dormía cayó un aguacero
que presagiaba que algo iba a ocurrir. Los jóvenes de la plaza, alertados por
Canela, fueron a despertar a Antonio, pero él ya había dejado su viejo y
cansado cuerpo en el usado colchón sobre el que solía descansar. Al día
siguiente un reluciente sol iluminaba toda la plaza, la plaza del abuelo
Antonio y su perro Canela. Un joven amigo suyo definió su existencia como un
estilo de vida, muriendo como había vivido. Sus alegrías y sus penas las
compartía con su botella de vino y su fiel Canela. Lo recuerdo como un hombre
silencioso, bueno y curtido por el tiempo.
Ahora habita en la
plaza del cielo, repleta de auténticas estrellas, no como las aparentes que
adornan nuestros pueblos y ciudades. Desde esa magnífica atalaya tendrá una
especial atención a todas las personas que como él se ven viviendo en la calle
por múltiples y diversas causas injustas.
Siempre nos quedará la
esperanza de ver florecer un ramito de flores allá donde hubo exclusión.
Siempre nos quedará la esperanza de que los cuentos de Navidad se transformen
en cuentos de realidad.
*Profesor
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