Son personas, como tu y como yo
A los regidores de los ayuntamientos que se niegan a empadronar
a las personas extranjeras sin papeles les vendría muy bien escuchar el sermón
de Fray Antón Montesino en 1511, recogido por Fray Bartolomé de las Casas, en
el que se preguntaba: "¿Acaso no tienen categoría humana como nosotros?
¿Acaso no entienden? ¿Acaso no sienten? ¿No tienen derecho a los deberes de la
justicia?" Estas preguntas se hacían hace cinco siglos mientras nuestros
antepasados estaban allí repartiéndose sin escrúpulos sus tierras. Hoy, cuando
ellos vienen aquí tan solo a sobrevivir, simplemente nos deberíamos de
preguntar: ¿tendrán las aves rapaces o el lince ibérico en peligro de extinción
más protección y acceso a los censos que nuestros congéneres?
A raíz del anuncio del Ayuntamiento de Vic de no empadronar a
las personas sin permiso de residencia, se ha abierto un debate sobre la
presunta incoherencia entre un hecho (estar irregularmente en España) y un
derecho (estar empadronado y lo que implica). La discusión revela una grave
falta de respeto al Estado de Derecho, porque el padrón es la puerta de acceso
a la cobertura de necesidades elementales protegidas por la Declaración Universal
de los Derechos Humanos. De fondo subyace una peligrosa deriva hacia la
relativización de la dignidad humana y más aún cuando la propuesta parte de
partidos políticos, supuestamente de izquierdas, como PSC y ERC.
Estos partidos políticos, por sus ideologías, deberían no
permitir los 280 centros de internamiento, verdaderas cárceles para
inmigrantes, que existen en suelo europeo, deberían evitar la situación
inhumana en la que viven miles de subsaharianos en las fronteras entre
Marruecos y Argelia, deberían perseguir con contundencia todo tipo de hecho xenófobo
y racista que se comete contra estas personas inmigrantes y empobrecidas,
deberían de tomar todas las medidas para que no mueran ahogadas más personas en
los mares por buscar una mejor vida, ya van 7.000; deberían demostrar una
sensibilidad especial en materia de género ante la explotación a mujeres
inmigrantes, que son prostituidas o internadas en casas las 24 horas para
tareas domésticas, aprovechándose de ellas por no tener papeles. Igualmente,
deberían de dar órdenes a la policía para que no persigan a inmigrantes por
buscarse la vida como vendedores ambulantes, no deberían permitir el abandono
que sufren los menores inmigrantes una vez que cumplen los 18 años por parte de
las administraciones (se llega a casos en los que no se les tramita el permiso
de residencia al salir de los centros de menores, dejándolos desamparados y sin
papales).
Sin embargo, junto con otros partidos, redactan, aprueban y
ejecutan desde 1985 leyes de extranjería que violan continuamente los derechos
humanos, en las que priman las medidas de criminalización sobre las sociales y
de inclusión y cuyas consecuencias acabo de exponer.
¿Y la ciudadanía en general, qué siente, qué piensa, qué dice?
No me cabe la menor duda de que estaremos muy sensibilizados con las miles de
muertes que ha provocado el terremoto en Haití, que por cierto de haber
ocurrido en ciudades como Tokio o San Francisco el número de víctimas hubiese
sido significativamente menor. ¿Nuestra sensibilidad llegaría a darles acogida,
papeles, trabajo, vivienda a miles de esas personas que vemos desesperadas por
las televisiones? Los sentimientos no dan respuesta si no desarrollamos una
ideología humana, que haga de la justicia social un derecho universal para
todas las personas que vivimos en este maravilloso planeta azul.
* Profesor y miembro de la plataforma Salvemos la Hospitalidad
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