Sin lugar donde regresar
Hoy es un día para reflexionar sobre las personas sin hogar, el calendario nos invita a detener nuestra mirada en los sin techo. Según un estudio realizado por Cáritas, Faciam (Federación de Asociaciones de Centros para la Integración y Ayuda a Marginados) y Feantsa (Federación Europea de Asociaciones Nacionales que trabajan con personas sin hogar), casi 150.000 familias viven en infravivienda y más de 30.000 personas carecen de hogar en España. El 82,7 por ciento de los sin techo son hombres de unos 38 años de edad e ingresos medios de 302 euros al mes. Casi el 30 por ciento tiene entre 18 y 29 años, el 51,8 por ciento son españoles y el 48,2 son extranjeros. El 13 por ciento de los afectados tiene educación superior y el 63,9 por ciento tiene educación secundaria. Un tercio es abstemio y nunca ha consumido drogas, y la mitad busca trabajo.
Detrás de tanto número y porcentaje, detrás del apelativo sin techo, hay rostros concretos que deambulan por nuestras calles, que se hospedan entre albergues, bancos, cajeros y cartones. Son los SIN con mayúscula. Los sin techo, sin afectos, sin privacidad, sin intimidad, sin cuidado, sin salud, sin medicamentos, sin estabilidad, sin compañía, sin redes sociales, los nadie que evoca Eduardo Galeano . Perdieron o nunca tuvieron un sitio de referencia, un lugar donde sentirse parte, un hogar donde albergar los recuerdos y los sueños cumplidos o rotos, un espacio íntimo, inviolable, donde dar y recibir, donde esperar y ser esperado, donde aislarse cuando les venga en gana. Sin espacio, el tiempo es como si dejase de existir, y sin ambos la persona deja de ser persona.
La abuela Mora , del barrio de Palmeras, siempre decía que todos tenemos un ladrillo en la cárcel y otro en el hospital. Podríamos añadir: y otro en la calle. Nos venía a decir que nadie se sintiera libre de visitar tales espacios si determinadas circunstancias de la vida en un momento dado se confabulan contra nosotros. Si perdemos el trabajo, si nos desahucian, si tenemos una ruptura familiar, si pasamos por momentos emocionales fuertes, si tenemos una enfermedad mental, y si además queremos sobrellevarlo con más alcohol de la cuenta, podemos estar a un paso de ser uno o una de esas 30.000 personas.
Es cierto que si la cuna donde se nace está en entornos de pobreza y exclusión social, o eres inmigrante, las probabilidades se multiplican. Caer en la cuenta tal vez nos ayude a romper prejuicios y estereotipos, y de esta manera adoptar actitudes solidarias y de acogida para que un derecho tan humano como tener una vivienda sea una realidad. Pero difícilmente podrá llevarse a cabo este derecho si no existen unas políticas públicas encaminadas a facilitar vivienda a las personas con menos recursos, y los datos hablan por sí mismos: con solo un 14,5 por ciento de viviendas con algún tipo de protección oficial de todas las construidas, con un gasto social en vivienda y exclusión social del 1,7 por ciento, dos puntos por debajo de la media europea, con una tasa de desempleo en jóvenes de entre 18 y 35 años del 13,2 por ciento, con el precio de la vivienda incrementado en un 107 por ciento en siete años, con unos sueldos que en el mismo periodo se han incrementado un 34 por ciento, con una tasa de pobreza del 18,5 por ciento, ¿quién accede a una vivienda digna? Me temo que los sin techo de hoy tendrán nuevos vecinos mañana si el edificio de la vergüenza humana no comenzamos a construirlo ahora.
* Profesor y miembro de diversos colectivos sociales
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