SEA LA PROTECTORA Y CUIDADORA PUBLICA DE LOS NIÑ@S Y NO SU AMENAZA, SRA. CONSEJERA


            Una tarde otoñal de 1992 cuando estaba reunido con mi equipo de educadores de la calle Torremolinos (barriada del Sector Sur de Córdoba) un grupito de chavalitos de la calle nos trajo a un joven inmigrante sin papeles, que apenas tendría los 18 años, para que le ayudásemos a buscar a su padre que se encontraba en nuestra ciudad. Antes de dejarlo en nuestras manos, los chavales nos pusieron una condición: “no llaméis a la policía”. Al día siguiente, después de haber pasado la noche en casa, desplegamos a toda nuestra gente para que Mohamed se encontrase con su padre. Aún recordamos, con ojos humedecidos, a ese padre abrazando con todas sus fuerzas a su hijo y comiéndoselo a besos. Ese mismo día, del año mágico de la Expo de Sevilla, el mar Mediterráneo seguía arribando a sus orillas los primeros inmigrantes africanos que intentaban llegar a nuestras costas.
            Tres años más tarde, octubre de 1995, recogía en la estación de ferrocarriles de Córdoba a Nöel, joven camerunés que llevaba más de un año en el infrahumano campamento ceutí de Calamocarro, gracias a la mediación del Padre Béjar, un cura entrañable, que puso todo su empeño para librar del infierno a decenas de subsaharianos enviándolos a la Península.
            A principios del año 2001 un grupo de personas solidarias de Algeciras se puso en contacto con la delegación de la APDHA de Córdoba para que nos hiciéramos cargo de un chavalito de 15 años recién cumplidos, que había estado apunto de ahogarse en la patera que lo condujo a las orillas andaluzas. Años más tarde, sería otro adolescente marroquí el que compartiese mi hogar y mi familia, enriqueciéndonos todos.
            Mientras tanto el Estrecho se convertía en una gran fosa común en la que miles de jóvenes inmigrantes, llamados por la esperanza de encontrarse con un mundo mejor, dejaron sus vidas.
            Con el tiempo crucé el Estrecho y me adentré en el corazón de Marruecos. Conocí a las familias de mis chavales y a muchos jóvenes. He constatado que si las madres están atormentadas por la falta de futuro para sus hijos, aún lo están más cuando alguno de ellos decide venirse para Europa, poniendo la vida en peligro.
            Una tarde de agosto tomándome un té en una cafetería de Settat, ciudad a 50 Km de Casablanca, con Ahmed, un joven universitario de veintitantos años, me confesaba que se pasaba las horas muertas preguntándose una y otra vez ¿y ahora qué? Un joven intelectual que me analizaba la situación de su país y del mundo con un sentido común aplastante. A la UE, me contaba, lo único que le importa es tener contento a Mohamed VI para que le siga siendo un guardián fiel del estrecho y un gendarme del integrismo religioso. Cómo mucho llegan algunos euros a los pueblos y ciudades que se destinan a su embellecimiento, para que después puedan ser disfrutadas por los mismos españoles y europeos. Mientras tanto la desesperanza aumenta día tras día entre la población, y más cuando nos venden, a través de las imágenes, el nivel de vida del primer Mundo. Es como para volverse locos. Lo que me llega a provocar más, me decía, es el comportamiento cínico de vuestros políticos cuando desembarcan en tierras marroquíes prometiendo el oro y el moro, nunca mejor dicho. Después te das cuenta que todo es mentira para el pueblo. Cada vez endurecen más las leyes de extranjería, cada vez  hay más palizas de la policía a los chavales que quieren buscarse la vida para cruzar el estrecho en los puertos,… Y para colmo de males  expulsan a los chavales de España sin el más mínimo escrúpulo, acogiéndose a que están mejor con sus familias biológicas. O no se enteran o sencillamente no tienen vergüenza.
            ¿Por qué cuento todo esto? Llevo un mes dándole vueltas a las últimas declaraciones que viene haciendo la Consejera de Igualdad y Bienestar Social, Micaela Navarro. Si soy sincero sacó siempre una conclusión de las mismas: ¡por favor, Zapatero, déjame expulsar a los menores inmigrantes! Su intención, por supuesto, la reviste de argumentos como que: “los menores deben estar con sus familias”. Tiene perlas mejores: ¿Para qué buscarles familias de acogida si ya tienen la suya?, viene a decir la señora consejera. Y hay afirmaciones que demuestran que no es la mejor consejera con competencias para proteger a los niños cuando dice que la Junta ya no puede asumir a más menores inmigrantes porque los centros de los que dispone están abarrotados, y hace las veces del responsable de Interior diciendo que hay que expulsarlos. Señora Consejera, por favor, dígale a su compañero de Economía de la Andalucía imparable, que amplíe el presupuesto para estos niños, porque ni son tantos niños ni es tanto el presupuesto que se necesita, y más aún teniendo en cuenta que en sólo quince días su consejería se gastará en septiembre  1.700.000 euros en Eutopia 07.

            No quiero ni pensar que los colectivos sociales andaluces nos veamos como en la comunidad de Madrid: parando aviones, moviéndonos a la carrera por los despachos de los juzgados para que los jueces suspendan las órdenes de expulsión, escondiendo a chavales de la persecución administrativa y policial.

Sra. Consejera, sea la protectora y cuidadora pública de los niños y niñas y no su amenaza. Son niños y como tal deben ser tratados. En cambio, deduzco por sus declaraciones que para Vd. son inmigrantes ilegales a los que hay que repatriar. Si algún niño es expulsado de nuestra comunidad obviando todas las garantías que establecen nuestras leyes nacionales e internacionales Vd. será una de las principales responsables, y por el bien de los menores, debería de abandonar el cargo que ostenta.



Miguel Santiago Losada
Profesor y Coordinador del Área de Marginación de la APDHA

Córdoba, 18 de julio de 2007

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