Asignaturas pendientes
Nuevamente ETA consume la mayor parte del
debate del estado de la nación. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas
(CIS), a la pregunta ¿cuál ha sido el tema principal del debate?, el 63,5% de
las personas encuestadas señala el terrorismo, solo el 2,2% los temas sociales.
Es indudable que, después de cuarenta años, el terrorismo con cerca de mil
muertes a sus espaldas siga siendo un grave problema para nuestro Estado. Sin
embargo, año tras año, legislatura tras legislatura, parece como si fuese el
único problema importante que padecemos. Mientras tanto, se tapan las otras
asignaturas pendientes tan importantes o más que la de ETA.
A los hechos me remito: ¿Se ha debatido sobre
el empobrecimiento y la exclusión social que padece nuestro Estado? ¿Ven los
señores diputados razonable cómo año tras año sube la población penitenciaria,
procedente en su mayoría de los sectores más desfavorecidos? ¿No les alarman a
todos los grupos parlamentarios los centenares de muertes que cada año se producen
en las aguas del Mediterráneo y Atlántico a causa de la actual política
internacional y migratoria? Podríamos continuar con un largo etcétera; sin
embargo, analicemos brevemente algunos de estos graves problemas sociales.
Casi 66.000 personas, entre penados y
preventivos, habitan hoy en las 77 cárceles españolas, la mayor tasa de
encarcelados del entorno europeo. Un dato abrumador si lo comparamos con los
9.392 presos del año 1977, hace treinta años, justo cuando celebramos las
primeras elecciones democráticas después de la dictadura franquista. Una
población reclusa compuesta por más de un 80% de personas procedentes del
empobrecimiento y la exclusión social. Hace unas semanas salió una noticia en
la que un preso de la cárcel de Albolote (Granada) llevaba 437 días en prisión
después de haber sido absuelto por un tirón. Un gravísimo error judicial que
recayó sobre una persona que padece la injusticia de vivir en la exclusión
social. "Corre, corre, eres libre", recuerda esta persona que
le dijo el funcionario cuando la prisión se dio cuenta del error. "Tranquilo,
que no es para tanto", dice que le respondió esta persona toxicómana,
de 32 años y con trece hermanos que duerme en un coche abandonado e intenta
ganarse la vida de gorrilla. ¿Estas son las leyes que supuestamente, en un
Estado social, democrático y de derecho, deben de estar al servicio de la
justicia social? ¿Esta es la reinserción social que propugna la Ley Penitenciaria ?
Al transcurrir de los años, treinta desde las
primeras elecciones democráticas posfranquistas, las cifras nos dicen que han
aumentado los asalariados en el sector público (de 1.393.000 a 2.932.200),
el salario mínimo ha pasado de los 79,3 euros al mes a 570,6, que la población
activa ha pasado de 12.551.000 hasta los 19.747.700... Sin embargo, junto al
creciente nivel de vida que ha alcanzado este país, hay que denunciar, una vez
más, la situación de vulnerabilidad social que padecen los más de 8.000.000
millones de personas empobrecidas que malviven en nuestro Estado. Una realidad
que se mantiene gobierno tras gobierno y que representa el principal caldo de
cultivo del que se nutren las cárceles. Podemos decir, sin duda a equivocarnos,
que es la mayor injusticia social que padece este país.
Hemos pasado de tener una población
extranjera de 161.912 personas en el año 1977 a 4.144.166 en 2006, lo que ha reportado
unos importantes beneficios a la economía del país (sus cotizaciones suponen
8.000 millones más de euros al año). Sin embargo, es muy preocupante que para
los españoles la inmigración suponga el segundo problema. ¿Qué políticas se
están desarrollando para que, a pesar del enriquecimiento que supone para la
tesorería del Estado el empleo proveniente de la inmigración, la población
tenga esta equivocada percepción? Desde la primera Ley de extranjería
promulgada en 1986 hasta la actual, el fenómeno de la inmigración se ha
planteado como un problema de invasión de fronteras, de vallas y policías, de
lo que hay que defenderse bajo el inhumano y cínico calificativo de ilegal. Sin
embargo, lo que sí podemos considerar de terrible violación a los derechos
humanos son estas leyes y tratados que han causado la muerte de miles de
personas en aguas del Mediterráneo y Atlántico, que expulsan a miles de
inmigrantes, incluso causando muertes como la del caso del nigeriano Osamuyi ;
hacinando a centenares de personas en centros de inmigrantes en los que se
viola permanentemente la dignidad.
¿Sabíamos que 30.000 niños y niñas viven sin
padres y madres en los centros de protección de menores de España? ¿Cómo
calificar esta tremenda situación? ¿Qué tipo de sociedad estamos desarrollando
para dar lugar a tanto sufrimiento en los sectores más frágiles de la misma,
como son los niños y los ancianos? ¿Por qué no se ponen en marcha políticas sociales
que eviten la situación de riesgo de muchas familias, en vez de decretar
desamparos que retiran a los niños de este tipo de familias? ¿Por qué no se
facilitan medidas que posibiliten acoger temporalmente a estos críos en núcleos
familiares?
Podríamos seguir enumerando muchos otros
casos como ancianos desamparados, mujeres maltratas,- sin dejar de reconocer
algunas de las leyes que intentan paliar estas duras situaciones sociales.
A pesar de todo ello, los más altos
representantes del Estado centrarán su debate, una vez más, sobre el grave
problema del terrorismo. Seguirán tapando la injusticia social, que tanto dolor
y sufrimiento está causando entre la población más invisible, aquélla que sólo
aparece en los medios de comunicación como causante de la inseguridad
ciudadana, de la mala imagen y de alguna noticia que más que denunciar y exigir
soluciones echará aún más leña al fuego sobre las espaldas más débiles y
apaleadas de la sociedad.
* Profesor y coordinador del Area de
Marginación de la Apdha
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