EL ESTATUTO AUTONÓMICO DE ANDALUCÍA
Llevamos algún tiempo debatiendo como Estado las futuras
reformas estatutarias de las Autonomías, alguna de ellas, como la valenciana,
admitida a trámite en el Congreso de los Diputados.
En este interesante y trascendental momento por el que
atraviesa este país asistimos a un animado debate político protagonizado por
algunas autonomías, caso de Cataluña y País Vasco. Se consideran naciones históricas
a raíz de habérseles reconocido sus estatutos autonómicos en la segunda
república, por el hecho de poseer un gran número de tradiciones y modos de ser,
así como una misma lengua. Amparadas en ello, tienen como objetivo conseguir el
máximo techo de autogobierno.
Andalucía llegó a tener una situación preautonómica, y de no
haber sido por el golpe militar franquista de 1936 hubiese gozado de una
autonomía al igual que Cataluña, País Vasco y Galicia. De ahí se desprende que
desde finales de los años 70, en plena transición política, los andaluces
reclamemos nuestro reconocimiento histórico como autonomía a través del
artículo 151 de la Constitución (vía para las plenas competencias autonómicas).
Memorables fueron el 4 de diciembre de 1977 cuando millones de andaluces
salimos a la calle con las banderas verdiblancas exigiendo el reconocimiento
nacionalista que históricamente se nos había negado. Posteriormente, el 28 de
febrero de 1980 nos ganamos a pulso, a través del referéndum, el acceder a
nuestra autonomía por el artículo 151, lo que suponía el mismo techo autonómico
que las tres nacionalidades consideradas históricas.
Hasta finales del siglo XVII se designaba con la palabra
nación a un grupo social o realidad cultural, con gran número de tradiciones,
así como una misma lengua; en nuestro caso se trataría del andaluz. Sin
embargo, por un espíritu centralista cultural y lingüístico el término nación
fue absorbido por el término Estado (territorio formado por un grupo social numeroso que forma una unidad
política de acuerdo con una Constitución). En estos tiempos el sentido de la
razón y la memoria histórica nos debe llevar a buscar soluciones que vuelvan
compatibles la convivencia y la cohesión entre diferentes naciones, pueblos o
regiones en el seno de un mismo Estado. Por lo que sería razonable que en nuestro
estatuto se reconociera a Andalucía como una nación integrada en el Estado
español.
Siendo este punto importante por el reconocimiento de
nuestra historia y tradiciones, lo es más la consideración social que el nuevo
estatuto debería acoger y proclamar. En una Andalucía donde la sociedad está
dualizada, una la del bienestar y otra empobrecida económica y socialmente, en
la que encontramos a más de 300.000 personas en una situación de extrema
pobreza, el nuevo estatuto deberá marcar con absoluta prioridad los derechos
sociales con garantías de cumplimiento. Si bien es verdad que la educación y la
sanidad han alcanzado metas aceptables, la vivienda digna y el empleo distan
mucho de haber llegado a toda la población. La formación y el empleo junto al
acceso a una vivienda digna distribuida por todo el tejido urbano de las
ciudades que evitasen los guetos sociales, verdaderas bolsas de exclusión
social, son los pilares que generan la verdadera justicia social.
Desde esta perspectiva el nuevo Estatuto debería tener en
cuenta los siguientes puntos:
1.- Los recursos básicos que deben dar respuesta a las
familias más desfavorecidas son el empleo y la formación, que posibilitan la
verdadera integración social de las mismas.
2.- El derecho a una renta básica sería un recurso mínimo
imprescindible para cualquier ciudadano.
3.- El desarrollo de un tejido urbano equilibrado y
cohesionado que evite las barriadas tipo gueto que tanto daño han hecho a los
sectores más desfavorecidos de la sociedad y la erradicación por completo de
asentamientos chabolistas. El caso del Vacie significa el fracaso más rotundo
de la política social desarrollada por las administraciones. Para ello sería
necesario el desarrollo real de la ley de suelo que establece, además de que el
25% sean VPO, una distribución de la vivienda social por todos los planes
parciales de los PGOU de las diferentes ciudades.
El empleo, la formación, la renta básica y la vivienda
generarían resultados bastante
satisfactorios en los sectores de mayor exclusión social, que conllevarían a
paliar en gran medida los estragos que tanto el tráfico como el consumo de las
drogas provocan, causa directa de la masificación de las cárceles.
4.- El desarrollo de una nueva política sobre drogas, que
sitúe a las mismas en un nuevo marco jurídico que prevea la legalización de
estas sustancias y la despenalización de conductas relacionadas con las
toxicomanías, que conlleve a ver a la persona consumidora e incluso al
pequeño traficante como las principales
víctimas del narcotráfico. Esto llevaría a dar una respuesta sanitaria y
social, en vez de la penal y penitenciaria determinadas por la actual política,
que tienen hacinadas a las cárceles de jóvenes enfermos y empobrecidos mayoritariamente.
5.- El desarrollo de una política social que evite las
situaciones de riesgo en los niños de los barrios más desfavorecidos, ya que en
algunos casos, por la realidad que viven, son retirados de sus familias por
parte de la administración.
6.- La puesta en marcha de una política de protección de
menores basada, en los casos de desamparo, en el apoyo a la familia extensa y
en la de acogida. Al mismo tiempo, la legislación sobre los menores infractores
no debe basarse en una ley penal cuya
finalidad sea reprimir y controlar por encima de otras consideraciones,
ahondando aún más en la exclusión del menor infractor. Deberá buscar soluciones
basadas en la educación, prevención, mediación, arbitraje social, etc.
7.- Los menores inmigrantes acogidos por la Junta de
Andalucía deberían ser objeto de políticas sociales, educativas, formativas y
laborales encaminadas a brindarles una ciudadanía digna al igual que al resto
de la juventud, evitando soluciones fáciles como la repatriación o la
construcción de centros de menores en Marruecos que no ofrecen ninguna
garantía.
8.- Andalucía por su situación geográfica es la puerta de
Europa para muchas personas empobrecidas de África. La desesperación y la falta
de futuro que provocan la guerra y la pobreza hace que miles de personas hayan
dejado su vida en las aguas del Estrecho y de Canarias y, más recientemente, en
los intentos de acceder a través de los nuevos muros de la vergüenza europea de
Ceuta y Melilla. El nuevo Estatuto debe apostar por una política social sobre
inmigración que posibilite la incorporación de las personas inmigrantes en
nuestra sociedad, evitando medidas policiales y de contención que lo único que
provocan es una riada de muertes injustas e inhumanas.
9.- El Estatuto debe favorecer una política exterior de
cooperación y solidaridad con la vista puesta en los 2.500 millones de personas
que malviven sobre todo en el África Subsahariana.
10.- El Estatuto debe potenciar una red de servicios
públicos asistenciales que sean cauce de integración social, sobre todo para
las personas con mayores necesidades: sin techo, toxicómanos, ancianos, mujeres
prostituídas…, evitando todo tipo de medidas que los fiscalicen y judicialicen
aún más.
Todos estos objetivos sociales deberían concretarse en una
ley de inclusión social para que lo que marque el nuevo Estatuto no se quede en
una mera declaración de buenos principios.
Córdoba, 12 de octubre de 2005
Miguel Santiago Losada
Coordinador del
Área de Marginación
APDH-A
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