EDUCADORES DE CALLE
Llegamos a principio de los años 90 a la Calle Torremolinos
para comprometernos con una de las realidades más duras de la ciudad. Llamamos
a una de las “puertas” de esa calle, la parroquia, y nos la abrieron de par en
par. Por entonces estaba de párroco el buen amigo Rafael, que tantas
inquietudes y avellanitas compartió con nosotros en esa gran mesa camilla de la
casa de la Begoña, Isabel y Mª Ángeles.
Begoña, una mujer que lleva 25 años de su vida al lado del
pueblo gitano, nos introdujo y nos enseñó a dar los primeros pasos en este
espacio del llamado Cuarto Mundo.
Y junto a ellos los educadores de calle (“los maestros” como
cariñosamente nos llaman los chavales) íbamos formando equipo, en el que
programábamos, decidíamos, avaluábamos…, pero sobre todo, compartíamos los
trajines de nuestro “estar” en la calle con nuestra gente.
Fue precisamente la primera
actitud que quisimos desarrollar: la de estar, que ya era bastante, sin molestar, que ya bastante tienen
con lo que tienen (consigna de Adolfo Chércoles, un veterano amigo en la lucha
por los pueblos marginados y excluidos). Esta actitud nos llevó a preguntarles
a los chavales de la calle qué es lo que querían. La respuesta no se hizo
esperar: formar un equipo de futbito, los nenes, y otro de voleibol, las nenas.
Desde el primer momento el balón fue el principal instrumento para encontrarnos
en la calle. En poco tiempo, los educadores y los chavales nos apiñamos en un
mismo grupo donde la afectividad
(segunda actitud que desarrollamos) y
la confianza eran los pilares de la relación. Precisamente ellos son los que
acuñaron el término “maestro de la calle”, para diferenciarnos de los de la
escuela, institución que a muchos de ellos no les traía un grato recuerdo. Y
los “maestros” fuimos viviendo con ellos las alegrías y las penas de la vida:
bodas, bautizos, pedimentos, fiestas, entierros… Demasiadas muertes de jóvenes,
padres y madres en bastantes casos, que como un terrible genocidio iba acabando
con la gente más excluida de la sociedad, en este caso de la calle
Torremolinos. Son ya más de 30 muertes a causa de las drogas y del SIDA en la
calle Torremolinos, en los últimos seis años.
Y del balón nos pasaron al café, al calor sencillo y humilde
de los cafelitos, que nos fueron introduciendo en las familias de nuestros
chavales y chavalas. Esto nos iba abriendo los ojos (tercera actitud: conocimiento de la realidad) para ir analizando
desde la dura realidad las causas de la exclusión social: paro crónico,
infravivienda, falta de atención educativa a la diversidad,, problemas de
drogas… Esto nos llevó a tomar medidas ante estas situaciones, y comenzamos a
ir a la cárcel, a los juzgados, a las comisarías, a las escuelas, al centro de
salud, al centro cívico, al INEM, al Centro Provincial de Drogodependencias, al
Servicio de atención al menor… Situaciones que tuvimos que denunciar (cuarta actitud) en
muchas ocasiones por falta de una política social, educativa y sanitaria
responsable que respondiera a los múltiples problemas que padecen.
Y ahí seguimos: estando, encontrándonos, denunciando,
acogiendo y apostando por un mañana mejor.
Miguel Santiago Losada (Córdoba, Mayo de 1998)
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