¿CÓMO AFECTÓ LA CONQUISTA CASTELLANA A CÓRDOBA? (SEGUNDA ENTREGA)
En el artículo anterior, publicado por el
Portal de Andalucía el pasado 9 de mayo, realicé un breve recorrido histórico
de la ciudad de Córdoba, desde la época de tartessos hasta la Kurtuba andalusí,
resaltando los períodos romano y arábigo-andalusí en los que Córdoba alcanzó su
mayor esplendor. Los romanos situaron a Córdoba en el mapa del imperio y los
andalusíes en el mapa del mundo conocido en el siglo X. El citado escrito concluía
con la pregunta: ¿qué le deparará a Córdoba a partir de la conquista
castellana?
Cuando Fernando III conquista Kurtuba en
1236 comenzaba un nuevo ciclo para la ciudad después de catorce siglos de haber
sido principalmente romana y arábigo-andalusí, lo que le llevó a ser una ciudad
universal en el año 1000. En aquellos años Córdoba tenía
mezquitas, iglesias, sinagogas, universidad, bibliotecas, alumbrado público,
innumerables baños, calles empedradas, acequias y fuentes, zocos con todo tipo
de productos, lujosas mansiones y un floreciente comercio, cuando en el resto
de la Europa feudal se vivía fundamentalmente en la ruralidad. Cuando
al-Ándalus vivía siglos de luz, el resto de Europa estaba sumergida en la
oscuridad.
Las conquistas del rey Fernando
III fueron progresivamente configurando tres nuevas
jurisdicciones territoriales de la Corona de Castilla: los
reinos de Córdoba
(1236), de Jaén
(1246) y de Sevilla
(1248), separados del reino nazarí de Granada
por la llamada Banda morisca.
En esa época dicho territorio se conocía como
"la Frontera" o como "el Andalucía". La denominación de “La Novísima Castilla” nunca se utilizó en esta época porque fue creada en
el siglo XX (un anacronismo para eliminar la
identidad y la memoria de nuestra historia andalusí). Posteriormente con la
conquista de Granada se estableció el Reino de Granada en 1492. El historiador Torres Balbás, basándose en
la extensión de los recintos amurallados, deduce los doce ricos y populosos
centros de civilización urbana desarrollada durante los siglos XI-XII con más
de 15.000 habitantes: Córdoba (más de 100.000); Sevilla (más de 80.000); Toledo,
Almería, Granada y Mallorca (más de 20.000); Zaragoza, Málaga, Valencia, Badajoz,
Jerez y Écija (más de 15.000). De todos ellos más de la mitad estaban en
Andalucía. Cómo podemos constatar la población del valle del
Guadalquivir era muy numerosa en el momento de la conquista castellana. Estos
datos poblacionales ponen en evidencia los tópicos que se ha hecho correr sobre la historia de Andalucía después
de la conquista castellana: la expulsión de sus habitantes y la repoblación con
nuevas gentes venidas de los reinos castellano y leonés. Según estos tópicos con la conquista de Castilla desaparece en Andalucía
todo el sustrato cultural anterior, naciendo una nueva Andalucía como apéndice
de Castilla, cuando en realidad la conquista solo supone, a nivel demográfico,
la expulsión de la población militar almohade y sus más acérrimos aliados
musulmanes de estirpe andalusí, pero se mantuvo en sus pueblos y ciudades la
mayoría de la población, que en parte era musulmana
y también cristiana y judía. Posiblemente por cada habitante de los reinos castellano y leonés
hubiese más de tres andalusíes.
La Gran Enciclopedia Andaluza del Siglo XXI nos informa
que, desde la entrada de las tropas castellanas en la cabecera del Valle
del Guadalquivir, a principios del siglo XIII, hasta la expulsión de los
moriscos transcurrieron cuatrocientos años, durante los cuales al-Ándalus fue sangrada poblacionalmente
por un aumento considerable de muertes (bajó la esperanza de vida debido a las epidemias,
expulsiones, guerras). Al mismo tiempo, el repartimento de tierras y bienes
ocurrida durante la conquista, dando lugar al latifundismo, supuso el
empobrecimiento social y económico de la población andaluza. Durante
los siglos bajomedievales se fueron concentrando las propiedades rurales en
manos de unos pocos debido a las frecuentes apropiaciones de tierras surgidas
después de los repartimientos, las usurpaciones de las tierras comunales, el
proceso de señorialización iniciado por la nobleza desde finales del siglo XIII
y las concentraciones de tierras llevadas a cabo por la Iglesia católica. Córdoba, como consecuencia de lo anterior, llegaría a finales del siglo XV
con tan solo 25.000 habitantes.
Córdoba,
después de un siglo de la conquista por Fernando III, verá cada vez más mermada
su población. La peste negra hará estragos a mediados del siglo XIV, lo que
llevó a un alto grado de mortalidad, agravado por la escasez de recursos
alimentarios. La mayoría de la población vivía en una pobreza extrema. A
finales de siglo comenzarían las tensiones y los asaltos contra la judería
cordobesa, comenzando la chispa con anterioridad en Sevilla. El siglo XV no
trajo nada nuevo, las epidemias y la escasez de alimentos seguía siendo la
tónica general. No fue una casualidad que el aumento del antisemitismo y la fundación
de la Inquisición vinieran de la mano, era la excusa perfecta para comenzar la
eliminación del diferente, para homogeneizar la población bajo un único credo.
En la ciudad cada vez sería mayor la proliferación de conventos e instituciones
ligadas casi siempre al clero. Nobleza y clero, clero y nobleza vivían en la
opulencia mientras la población sucumbía ante tanta miseria y explotación. Los
Reyes Católicos pasarían largas estancias en el Alcázar cordobés en el último
cuarto del siglo XV para dirigir las operaciones militares contra el Reino de
Granada. Igual haría Felipe II cuando estableció la corte en Córdoba para
controlar la rebelión de los moriscos. La Córdoba madre en tiempos de
al-Ándalus acabó convertida en bastión hostil para sus propios hijos.
El quinientos, al igual
que en el resto de los reinos andaluces, traería a ciudad de Córdoba una
mejoría económica, lo que llevaría consigo un aumento considerable de su
población, sobrepasando los 50.000 habitantes. La Casa de Contratación de
Indias en la hermana ciudad de Sevilla supuso el monopolio del comercio con
América, llegando el oro y la plata por miles de kilos. Este comercio generó un
aumento considerable de riqueza principalmente para la corona, la dinastía de
los Habsburgo, que destinarían grandes sumas de dinero para las guerras
europeas, Flandes, Francia…, o para costear faraónicos monumentos como El
Escorial. Esta burbuja de ricos metales apenas repercutiría en el pueblo,
generando con el tiempo una nueva decadencia debido al progresivo abandono de los oficios, como
la labranza y la crianza, por parte del pueblo. Córdoba seguiría viendo
aumentar sus palacios e iglesias, mientras crecía la pobreza de un pueblo
hambriento y acuciado por las epidemias y la falta de higiene. Esta lapidación
de los recursos unido a la falta de trabajo y manutención de la gente trajeron
consigo una gran crisis económica, a lo que se unió las escasas cosechas y las
epidemias, que debido a la continua falta de higiene se cebaban con los más
pobres. Esta dura realidad provocaría una época de rebeliones, llegando a
Córdoba el eco de la Rebelión de las Alpujarras protagonizada por los moriscos
en 1568 en contra de la Pragmática Sanción aprobada por Felipe II que obligaba
a convertirse a la fe católica. Felipe III tomará la decisión de expulsarlos en
1609, provocando la mayor deportación europea de la historia. Ello ocasionaría un
gran sufrimiento humano y una pérdida irreparable para algunas comarcas
andaluzas, una de las causas del empobrecimiento actual.
La crisis de la Guerra de los Treinta años (1618-1648)
empeoró aún más la situación económica de la Península. En Córdoba el llamado
“siglo de hierro” (XVII) por los azotes continuos que padecía la población tuvo
su consecuencia más significativa en 1652, tras las epidemias de 1649 y 1650,
las malas cosechas y la subida de los precios, provocando el llamado “Motín del
Pan” por un pueblo empobrecido y desesperado que conseguiría rebajar el precio
del pan. Mientras esto ocurría continuarían creciendo las edificaciones
religiosas así como algunos notables palacios. El empobrecimiento de Córdoba
seguía creciendo a la sombra de tantos edificios religiosos y palaciegos que se
iban erigiendo. En contraposición, la institución eclesiástica de la ciudad
poseía unas rentas anuales entre los 40.000 y 50.000 ducados, haciendo de la
diócesis cordobesa una de las más codiciadas del reino de España.
La llegada de los Borbones tras la guerra de Sucesión
(1701-1713), conllevó una mayor escasez en los hogares de las familias
cordobesas, la destrucción de empleos se hacía crónica con la mengua de telares
y otros oficios causando que 8.000 pobres vagaban por la ciudad a finales de la
centuria.
Córdoba sale de un calamitoso siglo XVIII
con unos 30.000 habitantes, mientras en contraposición Europa va viendo la luz como
consecuencia de la revolución francesa de 1789, esperándole un dieciochesco
cargado de convulsiones sociales y políticas. Dos batallas trascendentales
localizadas en el Puente de Alcolea, a escasos kilómetros de Córdoba, pondrán a
la ciudad en el mapa político de la España del XIX. En el año 1810, los
franceses ocupan Córdoba tras
la Batalla de Alcolea (así llamada por haber sido su escenario el Puente de
Alcolea), instalándose en la ciudad e intentando durante su mandato realizar
algunas reformas de la mano de los nuevos aires, como la creación de la Academia
de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes, la construcción de algo tan
importante hoy día como fueron los cementerios para evitar que se continuara
con la práctica de enterrar en el interior de las iglesias, o el diseño de
jardines urbanos para la expansión de la ciudad. La llegada de Fernando VII
sería nefasta para el reino en general y para Córdoba en particular. La ciudad
vive sumergida en una decadencia aún mayor que la padecida en siglos
anteriores, podríamos calificarla como una ciudad paralizada en su miseria. Las
tabernas eran las protagonistas de una visa social empobrecida, no había
sociedades recreativas ni literarias, los espectáculos profanos estaban
prohibidos y la población solo debía conformarse con sermones, procesiones y
hermandades. George Borrow en 1836 la describía como “ciudad pobre, sucia y
triste”. Más mordaz llegaría a ser Teófilo Gautier, que llegó a calificarla de
“Atenas bajo los moros y ahora un pobre pueblo beocio”. Durante la segunda
mitad del siglo XIX, Córdoba se convierte en bastión de los liberales, quienes
en la Revolución de 1868 destronarían a Isabel II. Nuevamente el Puente de
Alcolea volvería a tener un papel determinante al hacerse con la victoria las
tropas liberales. Será Amadeo I de Saboya quien sustituya a Isabel II,
abdicando tres años más tarde e instaurándose la I República Española, que
duraría entre 1873 y 1874. En ese momento, la monarquía volverá a ser la protagonista
del país con la figura de Alfonso XII, hijo de Isabel II, a la cabeza, una
restauración que acentuó el caciquismo y la cada vez mayor postración de la
ciudad.
El siglo XX no comenzó
en Córdoba mucho
mejor de lo que había acabado el XIX. La sociedad cordobesa seguía envuelta en
una débil realidad socio-económica. La economía de la ciudad dependía del
sector primario, un 45% de su población activa. Durante las tres primeras
décadas del siglo XX la ciudad pasó de los 58.000 habitantes a 103.000, debido
a las oleadas migratorias de familias enteras de campesinos que, ante las
crisis agrícolas y las agitaciones revolucionarias, buscaban en la capital el
sustento diario que los latifundistas y caciques les negaban. El gran
descontento que vivía la población se vio reflejado en la manifestación obrera
de 1919 que recorrió las calles céntricas de la ciudad al grito de “Viva
Andalucía, libre”. El bipartidismo de la restauración dio paso al golpe de
estado de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) que terminaría por desmoronar a la
monarquía borbónica después de 60 años de restauración. Córdoba se proclamó
republicana tras la rotunda victoria en las urnas el 12 de abril de 1931.
Córdoba vibraba de emoción al emprender el camino hacia la modernización, que
se vio truncado por el golpe de estado de 1936, la guerra y la posguerra, que
dejaron solo en la capital la terrible cifra de 5.000 muertos en manos del
fascismo. El hambre y la escasez volvieron a instalarse en los hogares
cordobeses como si de un fantasma del pasado se tratara. Por otra parte, la
población seguía creciendo en la capital, atraídos por una supuesta mejor vida
en la ciudad. Así, en los años 50 el censo había aumentado hasta los casi
150.500 habitantes, llegando a alcanzar en los 60 alrededor de 190.000
personas. Todo ello incrementaba los problemas de escasez, hambre, paro y falta
de viviendas.
En los años 70, Córdoba seguía con su aumento
poblacional con más de 232.000 habitantes a pesar de los numerosos cordobeses
que salían de Córdoba, e incluso de España, para buscar un futuro más próspero.
La nueva etapa democrática traería consigo que más de 100.000 cordobeses
salieran a las calles el 4 de diciembre de 1977 para pedir una autonomía que
nos devolviera la libertad y la dignidad como pueblo. Las primeras elecciones
municipales, 1979, convirtieron a Córdoba en la única capital del país con un
alcalde comunista, el recordado Julio Anguita. Hoy es una ciudad de 350.000
habitantes, universitaria y destacada en el ámbito de la sanidad, pero que
sufre, como toda Andalucía, el lastre del paro y el empobrecimiento social.
En el final de este recorrido histórico nos seguimos
preguntando ¿Qué ha aportado la conquista castellana a Córdoba? (la mal llamada
reconquista cristiana). Saquen sus propias conclusiones, aunque sería bueno
recordar que los cuatro patrimonios de la humanidad con los que cuenta la
ciudad resumen el pasado glorioso de Córdoba anteriormente a la conquista
castellana.
Para terminar, traigo a colación tres citas de dos
científicos de prestigio internacional y de un escritor andaluz por excelencia,
los tres hacen referencia a la Córdoba anterior a la conquista:
“Me parece un privilegio pasear por Córdoba, lugar de encuentro de culturas y
saberes. La Córdoba medieval, donde los científicos andalusíes marcaban el paso
de la ciencia universal” (Jean-Marie
Lehn, Premio Nobel en química 2016)
“¡Cómo está cambiando España, por fin sale
de esa prehistoria de la investigación que desgraciadamente arrastramos desde
los Reyes Católicos! (…) España no tiene cultura científica desde que se
expulsó a los judíos y se terminó la etapa árabe, cuando Córdoba era uno de los
centros del saber del mundo. España ha jugado un papel prácticamente
irrelevante en el mundo científico”. (Mariano Barbacid, Diario El Mundo, 2016)
“¿Se
boquiabrirá Córdoba bajo que rascacielos, si tuvo a su vera a Medina Azahara,
ante cuya belleza todos los palacios reales posteriores no han sido más que
alcobas realquiladas con derecho a cocina?” (Antonio Gala, discurso de apertura
del Congreso de Cultura Andaluza en la Mezquita de
Córdoba, el 2 de abril de 1978).
Córdoba, 26 de mayo de
2021
Miguel Santiago Losada
Profesor,
escritor y miembro de la Plataforma Andalucía Viva
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