SEMANA SANTA DE ANDALUCÍA (HECHO SOCIAL TOTAL)
Muchas pilas
bautismales en las que nos bautizaron son piezas antiguas que se remontan a las épocas Bética, Bizantina,
Visigoda, Andalusí y de la Baja Edad Media. Pilas que están “contaminadas” por
el uso de las diversas religiones que han existido en nuestro solar andaluz en
diferentes momentos y etapas de nuestra rica y variada historia. Aguas
derramadas por nuestras cabezas que remozan recuerdos animistas, politeístas,
monoteístas…, singularizándonos simbólicamente como un pueblo mestizo,
resultado del sincretismo cultural y religioso.
En Andalucía, como en el resto de las culturas, la
religión ha tenido un papel muy preponderante desde tiempos inmemoriales. Sus
núcleos poblacionales, desde que se establecieron las primeras civilizaciones
en la tierra regada por el río Betis o Guadalquivir, adoraban a diferentes
dioses y diosas relacionadas con la fertilidad, la guerra, la creación, la
agricultura… La naturaleza de los dioses de Tartessos, primera civilización de
Occidente, solo podemos comprenderla como el resultado de un proceso de
sincretismo religioso, entendido como la mezcla de elementos de diferentes
culturas. Nuestros antepasados supieron reinterpretar o reelaborar los rituales
relacionados con las divinidades de origen semita con sus propias creencias
ancestrales: una mezcla de creencias animistas con dioses relacionados con la
naturaleza y los aportados por las culturas orientales llegadas a nuestras costas.
Desde tiempos remotos se adoraba al dios Baal o Melkart para los fenicios y a
la diosa Astarté o Potnia para los griegos, que acabaría siendo la diosa por excelencia
de los pueblos tartésicos, representando el culto a la Madre Tierra, a la
fertilidad, al amor, en definitiva a la vida. Curiosamente después de tres mil
años sigue habiendo una romería en las marismas de Doñana a una diosa Madre
camuflada bajo la advocación del Rocío. La Virgen del Rocío es en realidad un
sucedáneo de la Madre Naturaleza consagrada a la promoción de la fecundidad y
la fertilidad como lo fue Isis en el pueblo egipcio, Artemisa en la
civilización griega, o Astarté en el tiempo de los fenicios. Para el
cristianismo María es la Madre fecundada por la gran divinidad. Hablaríamos de
una inculturación en toda regla. Representa un símbolo de nuestros antepasados,
una lección de permanencia ritual de nuestra historia, una tradición secular
que llevamos en la sangre.
El
politeísmo propiciaba la tolerancia religiosa. No existía un dios excluyente
que provocase luchas y conflictos reivindicando el único dios verdadero, ni
hogueras donde por herejía quemar a infieles. Este sentimiento que va más allá
de lo meramente religioso se ha ido guardando en el alma de nuestro pueblo
andaluz a lo largo de los siglos. Un politeísmo que no solo enaltece a sus
dioses, sino también a la condición humana, como seres dignificados por la propia existencia.
Cuando
el cristianismo llegó a nuestra tierra sus habitantes béticos seguían adorando
a los diferentes dioses. Los seguidores de Cristo rechazaron a los dioses
romanos porque en su creencia solo cabía su único dios. A la vista de los
romanos eran unos subversivos enemigos del Imperio. Fueron perseguidos
apareciendo los primeros mártires, consecuencia de las exigencias de la religión
monoteísta. Hoy los patronos oficiales de nuestras ciudades hacen memoria del
martirologio: San Acisclo y Santa Victoria en Córdoba, Santa Justa y Santa Rufina
en Sevilla, San Ciriaco y Santa Paula en Málaga, San Servando y San Germán en
Cádiz… La sangre derramada era la seña de identidad de la nueva religión,
siguiendo el sacrificio de su líder. Lo que no nos han contado es el motivo de
las muertes de estos mártires: ¿murieron por defender a los más débiles de su
sociedad o por redimir los pecados de una sociedad pagana, pecadora y de
espaldas al dios único y verdadero? En cualquier caso, mientras en la época
romana murieron algunos miles de cristianos, durante la Baja Edad Media y
Moderna los cristianos se masacraron
entre sí, por defender interpretaciones diferentes de su misma religión. Ya
ocurrió anteriormente cuando en los siglos IV y V el Evangelio fue desplazado
por los dogmas de la iglesia a través de sus grandes concilios ecuménicos. No
olvidemos la guerra entre los reyes visigodos Hermenegildo, cristiano, y
Leovigildo, arriano. Lo mismo ocurrió en la época de al-Ándalus en la que un grupo de cristianos mozárabes alentados por el clérigo Eulogio (cerca de medio
centenar, no siendo un movimiento popular) optaron por el martirio voluntario desafiando a la ley
islámica durante los emiratos de Abderramán
II y Mohamed I durante el siglo IX. Las autoridades eclesiásticas
mozárabes, que mantenían una actitud conciliadora con el poder musulmán,
rechazaron conceder la calidad de mártires a los que habían sido ajusticiados,
pues según ellas no habían sido víctimas de ninguna persecución sino que se
habían autoinmolado al desafiar públicamente los dogmas del Islam, al igual que
había pasado en tiempos de la Bética. Como ha señalado Eduardo Manzano Moreno: “el espejo en el que Eulogio se contemplaba era el de
los mártires de la primera época y su esperanza residía en la posibilidad de generar un
movimiento que fuera incontenible como el que en los primeros tiempos había obligado a los emperadores
romanos a tener que ceder ante
el cristianismo”.
No es comparable la muerte de
cristianos a consecuencia de las persecuciones en la Bética y al-Ándalus con la
masacre ocurrida entre los mismos cristianos en Europa entre los siglos XVI
XVII, muriendo millones de correligionarios para defender
interpretaciones ligeramente distintas de la religión cristiana. Nuestra Semana
Santa original tuvo su nacimiento en este contexto. Nació como consecuencia del
concilio de Trento potenciando la veneración a la virgen María y a los santos,
y rechazando las reformas de Lutero. Se acentúa el carácter redentor de Jesús
de Nazaret como el Cristo, el ungido por nuestros pecados, situando la vida y muerte
de Jesús en un contexto ahistórico y atemporal. Tiene lugar una confabulación de los
poderes religiosos y políticos en contra de un hombre que se alza en defensa de
los pobres, de la verdad y de la justicia. Es una
manipulación de las verdaderas intenciones de la persona de Jesús. Sin
esta interpretación de la muerte de Jesús por parte de los poderes religiosos y
políticos los efectos simbólicos de la Semana Santa serían diferentes. La
“memoria de Jesús”, como dice el teólogo J. B. Metz, sería “peligrosa”. Si la
identificación de Jesús hubiese sido más acorde con una correcta teología, el
sentido de la Semana Santa tendría más que ver con el predominio de la victoria
de Jesús en su resurrección, la subversión ante los poderosos, el paralelismo
entre los pobres, desposeídos, marginados y oprimidos del pueblo y aquellos con
los que él se solidarizó y por los que murió, entre los seguidores del Maestro
y los cristianos de hoy, etc. De haber sido así, los cofrades andaluces no se
hubiesen azotado y afligido, práctica maniquea que pretende liberar el alma
buena del cuerpo débil y pecador, sino que se hubiesen levantado en contra de
las injusticias de su época, como lo hizo Jesús de Nazaret, verdadero espíritu
del cristianismo.
Con
la llegada de la Ilustración y con los edictos tanto de los obispos como del
propio rey Carlos III las cofradías, seguidoras a pies juntillas de Trento, se
tambalean. Comienzan a prohibirse ciertos rituales como la flagelación en
público, con lo que el número de cofrades disminuye considerablemente.
El siglo XIX
marcará un antes y un después en el entendimiento de la Semana Santa andaluza, como
muy bien lo explica el catedrático de antropología Isidoro Moreno. La nobleza junto
a los poderes públicos, principalmente ayuntamientos, apoyarán el resurgir de
las cofradías pero con un carácter más festivo, turístico y suntuoso. El
Ayuntamiento sevillano junto al comercio de la ciudad, por poner un claro
ejemplo, supo ver las estrechas relaciones entre la actividad turística y la
Semana Santa, sobre todo a partir de la existencia de los ferrocarriles que hicieron
factible la comunicación. La Corte Chica de los Montpansier establecida en
Sevilla colaboró con determinadas cofradías en las celebraciones religiosas de
la Semana Santa. El evidente éxito de esta proyección turística fue emulado por
otras ciudades andaluzas como Málaga y Córdoba. En esta última, el Ayuntamiento
llegó incluso a contratar la adquisición de túnicas para los desfiles procesionales
de las cofradías en 1865. En
aquella época los
titulares de las cofradías, sobre todo las dolorosas, van a ver enriquecidos sus
ajuares, aumentando el patrimonio de las cofradías. Sevilla será el ejemplo a
seguir: pasos de mayores dimensiones, andas llevadas por cargadores en
detrimento de las parihuelas, palios para los pasos de las dolorosas, grandes
mantos bellamente bordados, etc. A partir de este cambio comienza en el pueblo
un sentimiento más acorde con el politeísmo de sus antepasados que con el
espíritu penitenciario y expiatorio de siglos anteriores. No olvidemos que el
politeísmo no ha dejado de sobrevivir dentro del monoteísmo. El mismo
cristianismo ha ido desarrollando a lo largo de la historia su propio Panteón
de santos, cuyo culto difería poco de los de los dioses politeístas.
Poco
a poco cada persona, cada familia, cada pueblo se iba identificando con su
Nazareno y con su Virgen, adquiriendo un sentido más cercano y humano que el
dios castigador por el pecado original. Nuestras imágenes se van a “humanizar”
a “familiarizar”. Se visten, se enjoyan, se les pone pelo natural, se ponen en
besamanos… La figura del Nazareno vivo le gana la partida al Crucificado. En
muchos pueblos andaluces la mañana del Viernes Santo es la gran fiesta: “Viva
Nuestro Padre Jesús”, es una de las frases que a muy temprana edad aprenden los
niños y niñas de los pueblos. A las Vírgenes se les llamarán “guapas”,
humanizándolas en una aclamación que rebosa emotividad y sentimientos.
La
religiosidad popular se fue acentuando en esta dirección, de tal modo que la
mayoría de las fiestas populares andaluzas acaban siendo religiosas. La
situación llegará a tal extremo que el catedrático de la Universidad de
Sevilla, Salvador Rodríguez Becerra, propone la denominación de religión común,
en sustitución de religiosidad popular, aplicable a los andaluces.
Esta forma de concebir la religión, según dicho autor, responde más “al ser”
(concepto antropológico), que al “deber ser” (concepto teológico). En síntesis, como afirmó el antropólogo Michel
Meslin: “las relaciones con lo divino son más sencillas, más directas y más
rentables” con la religiosidad popular.
Pero
la Semana Santa siempre ha corrido el peligro de las manipulaciones tanto
simbólicas como sociales, como plantea el antropólogo Rafael Briones: “La Semana Santa será liberadora a condición de que no se ejerza una
manipulación con pretensiones alienantes, ni en su dimensión social ni en su
dimensión simbólica”. La identificación entre religión y política es una perversión del cristianismo, que comienza a partir
de Constantino, una perversidad que ha llegado a nuestros tiempos con el nacionalcatoliscismo.
Sin embargo, tan preocupante es la manipulación de lo simbólico como la
manipulación político-social de la fiesta primaveral por antonomasia en Andalucía.
Las personas o grupos que tienen o buscan el poder religioso utilizan a las
cofradías ante la falta de clientela en los sacramentos. Se trata de un
verdadero secuestro del ritual. Como decía el jesuita
filósofo Gómez Caffarena: “la autoridad eclesiástica (…), no está sin más con
la religiosidad popular, la cultiva, como indispensable clientela” (Caffarena,
1993). Un ejemplo lo encontramos en el actual arzobispo de Sevilla, anterior
obispo de Córdoba, Juan José Asenjo, en el que la religiosidad popular supone
para él un antídoto a la secularización, según sus declaraciones en la revista
Sierra Albarrana, 2007. Además de la manipulación religiosa está la económica (turismo), la
política (a través del nacionalcatolicismo que militariza a las procesiones a
través de las tropas militares, himno y bandera de España, representaciones
oficiales del ejército y de las administraciones públicas) o de prestigio
(gestores del patrimonio de las cofradías). Todos estos ámbitos de poder intentan
secuestrar la Semana Santa para influir sobre la masa, acrecentar ese poder y
prestigio propio y utilizarlo al servicio de sus intereses.
Cuando hemos
traspasado una veintena de años del siglo XXI, la Semana Santa sigue siendo la fiesta
transversal de Andalucía que trasciende lo meramente religioso. El catedrático
Isidoro Moreno nos recordaba un estudio
realizado por el Departamento de Investigación Socio-Religioso de Formación de
Madrid, de los años setenta del pasado siglo, en el que se concluye que la
devoción a las imágenes y las costumbres familiares son los motivos más
importantes de los cofrades (68%) frente a la formación (23%) y al compromiso
cristiano (9%). Solo el 14% vinculaba estrechamente el cristianismo a su
pertenencia a la cofradía. Podríamos trasladar los resultados de la misma
encuesta al siglo XXI, si bien es cierto que muchos dirigentes del mundo
cofrade están virando preocupantemente hacia una mentalidad nacionalcatolicista
más acorde con tiempos pasados.
No obstante,
si tuviésemos que destacar los elementos más importantes que hoy en día definen
a las cofradías serían, al menos, la sociabilidad como ámbito de relaciones
personales, la identidad de pertenencia a un barrio, pueblo o ciudad (como
antes lo fue la pertenencia a una etnia o gremio), y festejar la vida por
encima de cualquier acto de contrición o expiación. En definitiva, y en
palabras del profesor Isidoro Moreno, la mejor calificación que podríamos hacer
de ella es la de un Hecho Social Total, que exalta lo sensible, vivencial,
emocional, sentimental y festivo.
Saquemos
una serie de conclusiones:
-
La Semana Santa andaluza pasa por varias
encrucijadas: desde su origen hasta el
siglo XVIII (con un marcado acento penitencialista-maniqueísta), siglo
XVIII-XIX (crisis por la ilustración), a partir de mediados del XIX (resurgir
de la Semana Santa como fiesta andaluza, con intereses económicos y turísticos),
siglo XX (consolidación como Hecho Social Total de Andalucía).
-
Frente a la secularización se desarrolla
en Andalucía una desecularización laica (un tipo singular de religiosidad popular con
un marcado carácter festivo), en la que participan, además de los creyentes, ateos,
agnósticos, no practicantes, personas con distinta orientación sexual, juventud
ajena a los dictámenes religiosos, etc.
-
Es un Hecho Social Total
que cobija más el júbilo del paganismo que la pena y el duelo, donde el papel
de la iglesia es secundario. Un hecho que es profano y sagrado a la vez, razón
por lo cual no ha de parecernos extraño la veneración de una imagen en medio de
una gran celebración-espectáculo. Quizás el término “procesiones” esté más
acorde con el de “estación de penitencia”, aunque los dos no sean excluyentes,
dependiendo del sentimiento de cada persona.
-
La riqueza artística y
participativa de sus procesiones es una exaltación de la vida, es el desarrollo
de los cinco sentidos: la vista (el arte en la calle), el olfato (aromas de
incienso y de azahar), el gusto (los platos típicos de la fiesta junto a los
dulces característicos de la época: torrijas, pestiños y roscos), el oído
(marchas procesionales y saetas), y el tacto (algo fundamental en nuestra
idiosincrasia mediterránea y andaluza: los besos, abrazos, achuchones
provocados por la bulla). Es la exaltación de la sensualidad a las que las
mismas formas del barroco, con sus “entrantes y salientes”, nos invitan.
-
La Semana Santa, como
una celebración de religiosidad popular, es la forma más directa de comunicarse
con lo humano y lo divino, sin intermediarios ni jerarquías.
-
No podemos desprendernos
de lo que fuimos. Somos hijos de nuestra cultura mestiza, plural y abierta, que
no se ha dejado doblegar por la conquista castellana después de tantos siglos.
Una muestra clara es la comparativa de las semanas santas castellana y
andaluza. La Semana Santa de Castilla es tristeza y luto, está traspasada por
la muerte. La Semana Santa andaluza es alegría y color, está marcada por la
vida.
-
El mayor riesgo que
corre la Semana Santa andaluza es la ideología integrista que se va propagando
por las directivas de las hermandades y cofradías alimentadas por una jerarquía
católica rigorista. Hace ya bastantes lustros, 1935, el
periodista sevillano Manuel Chaves Nogales lo advirtió: “Los dos enemigos natos
de la Semana Santa sevillana son el cardenal y el gobernador, el representante
de la Iglesia y del Estado”; y añadía que “sin las hermandades no habría Semana
Santa, por más que se empeñase en ello la Iglesia o los Gobiernos”.
Qué bien entendió Antonio Machado el sentir de su pueblo
andaluz en su popular “saeta”. El universal poeta no se identificó con el
Cristo muerto, clavado en la cruz, sino con el que vive, anda y camina por el
mundo, haciendo buenas acciones:
“¡Oh, no eres tú mi
cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!”
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!”
Córdoba, 24 de marzo de 2020
Miguel Santiago Losada
Profesor y miembro de la Plataforma Andalucía Viva
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