LAS COFRADÍAS, ¿DEL PUEBLO O DEL OBISPO?

Mi buen amigo, el antropólogo Isidoro Moreno, nos recordaba lo que escribió el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales en la primavera de 1935: “los dos enemigos natos de la Semana Santa sevillana son el cardenal y el gobernador, el representante de la Iglesia y del Estado”; y añadía que “sin las hermandades no habría Semana Santa, por más que se empeñase en ello la Iglesia o los Gobiernos (…). La Semana Santa no es obra ni de los curas ni de los gobernantes, sino de los cofrades, de una organización netamente popular y de origen gremial que ha estado siempre en pugna con los poderes establecidos”.

Durante siglos las cofradías fueron organizaciones críticas y opuestas a cualquier poder que pretendiese manipularlas, ya fuese  clerical o civil. Por este motivo, las cofradías han sido vistas muy a menudo con recelo por parte de la jerarquía católica y de muchos clérigos a lo largo de la historia. A ello responde el anhelo de muchas de las cofradías de disponer de capilla y sede social propias.
Esto viene a colación de cómo se ha venido desarrollando la imposición de la nueva Carrera Oficial de la Semana Santa de Córdoba por parte del obispo en tan solo dos años. Primero, con  la carrera oficiosa del pasado año, y posteriormente, con la oficial del presente. No ha habido consenso para nada ni para nadie, imponiéndose su voluntad; ni para abrir la llamada segunda puerta de la Mezquita, ni para los vecinos, ni para comerciantes y hoteleros, ni para muchos cofrades que no ven con buenos ojos este baculazo episcopal. Pero sobre todo para miles de penitentes que no han podido acompañar a sus titulares en todo el recorrido de la Semana Santa al prohibírsele el acceso al interior del de la Mezquita-Catedral. Mujeres y hombres de nuestros barrios no ha podido realizar con sus imágenes devocionales el recorrido por la Carrera Oficial como venía siendo costumbre, sólo pudieron hacerlo los nazarenos que pagaron su papeleta de sitio. No menos grave es el carácter privado en el que se ha visto envuelto nuestro principal Monumento y todos sus alrededores, del que solo han podido disfrutar los que han pagado palcos o sillas. Todo un disparate para un espacio público y, más aún, si éste es Patrimonio de la Humanidad.

Podríamos hablar de una verdadera apropiación de nuestra  Semana Santa, debido  a la aceptación del monopolio del poder eclesiástico sobre todo lo demás.  Tal imposición se ha hecho de tal manera que muchos cofrades han interiorizado y aceptado, sin la más mínima crítica, tal disposición que pretende controlar la Semana Santa como si fuese  algo propio de la jerarquía eclesiástica, con la colaboración subalterna de las instituciones públicas.  

Tal vez sea el momento de que las cofradías reivindiquen su idiosincrasia pluridimensional, enraizada en la cultura andaluza, a través del ámbito de la religiosidad popular, que desborda lo estrictamente eclesial. Las cofradías no pueden convertirse en el empeño de ser sólo “instrumentos pastorales” sumisos a los intereses del jerarca de turno. Es un hecho constatable cómo, a pesar del crecimiento numérico y del nivel estético de las cofradías, han visto reducida su capacidad de decisión. Como consecuencia, la Semana Santa corre el riesgo de convertirse en una fiesta unidimensional, exclusiva y mercantilista, asumida sólo por una parte de la ciudadanía. Esta situación por la que atraviesa la Semana Santa debería hacernos pensar y lo que se está convirtiendo en discordia reconducirlo en oportunidad de encuentro. Ello  implicaría ver la Semana Santa como una de las grandes conmemoraciones de la ciudad, al margen de nuestras creencias o convicciones.

                                                                   Córdoba, 16 de abril de 2017
Miguel Santiago Losada

                                               Profesor y miembro de Comunidades Cristianas Populares

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