ANDALUCÍA, MUCHO QUE DECIR Y HACER
El Informe FOESSA de 2016 ofrece una serie de datos
que son todo un aldabonazo a la
conciencia colectiva andaluza. A modo de ejemplo, es revelador detenerse en los
siguientes: la renta disponible en Andalucía entre 2009 y 2015 supuso una bajada
del 21.3%, ocupando el último lugar en el ranking de las comunidades del Estado;
el porcentaje de personas en riesgo de pobreza ha pasado del 28.8% en 2009 al 35.7% en 2015, bajando
también nuestra posición al último lugar. Asimismo, la tasa que mide el número
de familias con todos sus activos en paro subió un 12.7% en 2016. Para no aburrir con un
exceso de cifras que pueden consultarse en el citado informe, podemos concluir
afirmando que en los indicadores de desempleo, desigualdad y exclusión, somos
la comunidad que más veces ocupa el fatídico primer puesto.
Este desolador panorama tiene dos responsables
directos, en primer lugar el Gobierno de España (PP), seguido de la Junta de
Andalucía (PSOE). Junto a esta penosa situación económica y social, el buque
insignia de la Junta de Andalucía, el SAS, se está viendo afectado, volviendo las
mareas blancas a salir a la calle. Sobre el segundo pilar social, la educación,
los últimos resultados de la prueba PISA colocan a Andalucía
en el último lugar de España en ciencias, y en el penúltimo en lectura y matemáticas.
No quiero caer en el análisis fácil de que en Andalucía
no se ha avanzado, sería no aceptar la realidad. Sin embargo, no al ritmo
cualitativo de la mayoría de las comunidades. La desigualdad con respecto al
resto sigue aumentando, y ello significa que nacer hoy en día en nuestra tierra
es contar con muchas menos oportunidades. Esta situación tiene sus causas, en
primer lugar, en dos hechos históricos que no podemos obviar: el sometimiento
del reparto de tierras realizado por los reyes de Castilla en la baja Edad
Media, que fue el origen del latifundismo. Supuso poner nuestra tierra en manos
de una oligarquía conformada por nobles y jerarquía católica y ello ha
provocado a lo largo de los siglos un empobrecimiento de la población. Por su
parte, el golpe de Estado de 1936 provocó una terrible Guerra Civil y la
pérdida de modernidad para el país, más acentuado significativamente en el sur
peninsular.
Sin embargo, la autonomía devolvió la esperanza a
Andalucía. El 4 de Diciembre en la calle y el 28 de Febrero en las urnas nos
trajo el derecho a decidir por el 151 de la Constitución, reconociéndonos como
una nacionalidad histórica, que conduce a Andalucía a ser considerada no como
una comunidad más, sino como uno de los ejes donde debería pivotar el futuro
escenario político y federal del país. Andalucía hoy podría liderar un
federalismo garante de la igualdad entre los andaluces y de éstos con el resto
del Estado, basado principalmente en los pilares básicos de la sanidad y la
educación, con una hacienda propia en la que el IVA recaudado por nuestras
actividades económicas recayese en políticas sociales fundamentalmente. Cabría
preguntarse por qué el PIB bruto de Andalucía es un 25% menor que el de Madrid,
cuando la población es de dos millones más de habitantes. La respuesta tiene
que ver con que el IVA producido por nuestra agricultura, por los puertos
andaluces, principalmente el de Algeciras, por el turismo, etc. va en gran
parte a las arcas de la capital de España.
El Gobierno de la Junta de Andalucía, en
lugar de favorecer los intereses de nuestra tierra y nuestro pueblo, ha optado
por una política centralista, dejando a Andalucía como un instrumento
subalterno de sus propios intereses. No cambiaremos de posición mientras la
Presidencia de la Junta siga teniendo como mentores a Felipe González, Manuel
Chaves y José Antonio Griñán, los mismos que cambiaron el proyecto de la ley de
Reforma Agraria Andaluza, propuesta por Rafael Escudero en 1983, por homenajes
a la Duquesa de Alba. Habría que volver la mirada a aquellos 4 de
diciembre y 28 de febrero para cargarnos de fuerza y esperanza y reclamar una
política basada en la justicia social y en nuestro reconocimiento como nacionalidad
o nación histórica, emulando a Blas Infante, que
tras recorrer toda Andalucía, comprobó la dura realidad en la que vivían sus
gentes. Tomen buena nota tanto los antiguos como los nuevos partidos políticos:
Andalucía no puede estar gobernada desde los intereses centralistas. Andalucía
necesita una fuerza política y social capaz de creer en ella misma para sacarla
del grave empobrecimiento que padece y para exigir el lugar que le corresponde
por su historia, identidad y población.
Córdoba,
24 de febrero de 2017
Miguel Santiago Losada
Profesor
Comentarios
Publicar un comentario