ME SIGUEN HUMANIZANDO
En los previos a las vacaciones de Navidad, uno de
mis grupos de primero de la ESO me siguió humanizando al observar, a través de
la transparencia de sus ojos, la frescura de sus vidas y la naturalidad con la
que expresan las dificultades económicas, sociales y personales en las que se
desenvuelven día a día. Me encuentro con el esfuerzo de algunos niños/as que, a
pesar de sus condiciones de vida, son capaces de aprobar sus asignaturas.
Descubro cómo tengo alumnos/as que, ante el dolor que sienten por los problemas
de sus familias, no rinden en sus
estudios y muestran su rebeldía mediante actitudes inadecuadas con sus
compañeros y profesores. No me olvido del alumno que, a pesar de su diversidad,
y no discapacidad, psicológica, es capaz de obtener uno de los mejores
resultados de clase, lo que no le exime de desarrollar un esfuerzo considerable
para aprender a convivir en el grupo. No me faltan los preadolescentes sobreprotegidos
y contagiados por la tele basura que, queriendo jugar el rol de “hermano mayor”,
dificultan su educación y la de sus compañeros, generando un verdadero
sufrimiento a sus padres. Y por supuesto, en este crisol no falta el chiquito
de familia inmigrante que, a veces, ya siente el desprecio por sus carencias
materiales y por el color de su piel. En este grupo donde prima la diversidad
tampoco faltan las chicas que se sienten indignadas por el comportamiento
machista de alguno de sus compañeros.
Son baños de realidad de nuestros niños/as que, con
apenas 13 años, tienen que encajar los avatares más duros de la vida,
situaciones que a más de una persona adulta le acarrearía ansiedad o depresión.
Acaban de salir de las urnas los nuevos responsables
políticos para los próximos cuatro años. Entre sus prioridades, al menos una de
las primeras, debería estar el conocimiento de esta realidad transversal que
recorre todo el país. Sin dilación, deben ponerse manos a la obra para alumbrar
una ley educativa que responda a las necesidades de todos estos niños y niñas,
futuro del país. Hace falta una ley que apueste claramente por la inclusión
educativa, posibilitando una formación compensatoria que cubra las lagunas de
los más necesitados. Una ley educativa que garantice un sistema de becas para
que ningún joven deje de estudiar por necesidades económicas. Una ley educativa
que seleccione a los profesionales más vocacionados y preparados para la enorme
tarea de educar y formar a lo más sensible de nuestra sociedad que, junto a
nuestros mayores, son nuestros niños y
niñas. Una ley que apueste por la educación de género, la educación en los
derechos humanos y los valores éticos y que no permita que el alumnado tenga
que elegir entre estos valores universales o religión, algo anacrónico y fuera
de lugar en un Estado democrático, social de derecho y aconfesional. Es
flagrante, escandaloso y atenta contra lo más sagrado en una sociedad moderna
que un alumno se vea obligado a elegir entre Religión, Cultura Científica y
Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos. Como profesional de la
educación me sonrojo ante tamaño disparate del actual sistema educativo.
Y junto a una nueva ley educativa es necesario una
política económica al servicio de la ciudadanía, que posibilite a nuestros
jóvenes acceder a un mercado laboral acorde con sus conocimientos y talentos, no
viéndose abocados a emigrar como viene ocurriendo en los últimos años. Sólo así,
y no de otra manera, podremos sentirnos orgullosos de un país que
puede responder a la pregunta de este antiguo poema japonés:
“¿Me
preguntáis cuál es la suprema felicidad aquí abajo?
Escuchad la canción de
una niña que se aleja después de haberos
preguntado el camino”.
Córdoba,
27 de diciembre de 2015
Miguel Santiago Losada
Profesor
Una inteligente reflexión de un profesor humano y sensible que va más allá del entorno de la clase para conocer y valorar a sus alumnos con las dificultades de su realidad. Mis felicitaciones a ti por el escrito y a tus alumnos por tenerte de profesor. Un abrazo
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