Historias de hoy y de siempre
Con mucho mimo y
cuidado Pepi acaba de asear a doña María Luisa, una octogenaria señora
residente en una noble mansión, de la zona donde se concentran las mansiones
nobles. Tras otorgarle los últimos retoques en el peinado, acompasados por
varias ráfagas de perfume, suena el teléfono. Doña María Luisa observa con
preocupación cómo dos lágrimas recorren las castigadas mejillas de Pepi. Al
otro lado del teléfono le informan que su hijo acaba de ingresar en prisión por
consumo y tráfico de drogas. Su vástago, un chavalito con recursos escasos, de
un barrio sin recursos, crece en la impotencia de ver cómo su madre se va
consumiendo por el sufrimiento que le produce no poder dar a sus hijos lo que
siente su corazón. Tras colgar el teléfono, una fugaz mirada las hace cómplices
del duro momento.
Al mediodía, doña
María Luisa almuerza con sus nietos, aún ataviados con los uniformes
distinguidores del colegio privado que los forma e instruye, y con su nuera e
hijo quien, a modo de rutina, comenta las sentencias que acaba de firmar, entre
ellas, la de un joven por consumo y tráfico de estupefacientes. Don Manuel
culpa a los padres del muchacho y a la educación pública, por no haber sido
capaces de hacer de él un hombre de provecho. La madre de familia se incorpora
al soliloquio para comentar la buena recaudación que ha cosechado su asociación
destinada a ayudar a mujeres embarazadas sin recursos. Alvaro, el más pequeño
de la familia, interviene para preguntar si ya tiene la túnica preparada con la
que procesionará la próxima semana.
El niño comenta que en
el paso de misterio de su cofradía el gobernador se lava las manos ante la
condena de un inocente. Doña María Luisa, con voz tierna y nada ofensiva, le
dice a su nieto que la escena del paso de su hermandad se repite cada día en
mil sitios diferentes. Su nuera la recrimina por meterle ideas políticas a su
hijo. Doña María Luisa se levanta y, con la ayuda de su andador, se dirige a su
dormitorio, dejando el rastro aromático del ungüento con el que Pepi la
embadurnó.
Al día siguiente, y
como siempre, Pepi y Doña María Luisa toman café en su lugar habitual tras el
paseo vespertino, bajo la calidez de un sol primaveral y el embriagador olor
que desprenden los naranjos en flor. La pregunta de la abuela no tardó en
llegar:
- Pepi, ¿cómo estás?
Esta, con voz entrecortada por la emoción, le contestó que tirando, que así es
la vida. La venerable anciana la miró con ojos humedecidos y le dio las gracias
por ser quién es.
* Profesor y presidente de la Asociación
Kala
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