Su delito, buscarse la vida
Abdul procede de una zona empobrecida de la
ribera árabe. Puso sus ilusiones en la frontera norte mediterránea para
conseguir una calidad de vida que le permitiera ayudar a su familia. Se buscó
la vida a costa de poner en peligro la suya, como lo han hecho centenares de
niños y jóvenes del continente africano, cruzando el Estrecho en una patera.
Llegó a Córdoba y encontró cobijo en un
centro de menores. Al estar cercano a la mayoría de edad, salió de él sin nada
resuelto, ni siquiera pasaporte de su país. Sin el número de pasaporte no puede
empadronarse ni afiliarse en el centro de salud. Actualmente está a punto de
que el consulado marroquí de Sevilla le entregue la citada documentación. Ha
hecho varios cursos, tiene un comportamiento ejemplar y, después de año y
medio, está familiarizado con la ciudad.
El pasado 10 de mayo cuando iba por la
calle buscando un nuevo alojamiento donde vivir, en compañía de un amigo, se
acercaron unos policías vestidos de paisano y le pidieron la documentación. Al
no tener sus papeles en regla, lo detuvieron y se lo llevaron a comisaría.
Localizaron a uno de los educadores de mi asociación para informarle de que se
encontraba detenido en uno de los calabozos de las dependencias policiales por
encontrarse en una situación irregular en España.
Entre los papeles que le enseñó a la
policía se encontraba la petición de pasaporte, un documento de la Asociación en el que se
indicaba que estaba amparado por la misma y el tiempo que llevaba enraizado en
nuestra ciudad. Todo ello no valió, y pasó la noche como una persona que
hubiese delinquido. Podían haber agilizado el trámite para que lo asistiese un
abogado y así evitarle una noche de calabozo. Eso no ocurrió hasta las 11.30
horas de la mañana del día siguiente. Como lo encerraron en el calabozo pasada
la hora de la cena, no le dieron ni un bocadillo, sólo unas cuentas galletas
que apenas pudo meterse en la boca debido al miedo y la incertidumbre que le
habían metido en el cuerpo. Lo soltaron pasado el medio día, llegó a casa con
ojos lacrimosos y asustados, en busca de protección, como cualquier joven de su
edad.
Mientras esto ocurría, la campaña electoral
seguía su curso a lo largo y ancho de nuestra geografía. Una campaña en la que
aún se sigue hablando del inmigrante como un problema social, o en la que
algunos candidatos no saben responder cuando algunos ciudadanos le cuestionan
la ayuda que reciben los inmigrantes a costa de las personas nacidas en esta
tierra.
Estudios como el que acaba de ver la luz, Inmigración
y Estado de bienestar en España , financiado por la Obra Social La Caixa , desmontan uno de los
principales mitos que considera a los/as inmigrantes como un obstáculo para el
acceso a los servicios públicos de los/as ciudadanos/as del propio país, ya
que, según este estudio, los/as inmigrantes asentados en nuestro país aportan
al Estado más de lo que reciben y pone de manifiesto que fueron responsables
del 50% del incremento del PIB y del superávit en los años de crecimiento
económico. Ante este análisis científico de la realidad, ¿a qué viene tanta
animadversión contra la persona venida de países empobrecidos para poder vivir con
dignidad?
Mientras Abdul pasaba la noche en un
calabozo, debido a controles policiales selectivos basados en la fisonomía, y a
la mañana siguiente se encontraba con una orden de expulsión, algunas listas
electorales de España están manchadas por personas corruptas o por algún
candidato imputado. Pongo como ejemplo, uno del caso Malaya, que dice no haber
leído un libro en su vida, encabezando una lista electoral secundada por varios
profesores universitarios.
Ante esta dura realidad me planteo varias sugerencias.
La primera, a la ciudadanía, que debiese tomar conciencia de la realidad: hay
que conocer, ver, tocar, sentir las duras situaciones que viven las personas
que salen de sus países sin nada, dejando el cariño de los suyos y esperando un
mañana mejor. Bajar al terreno de la realidad es la mejor vacuna contra esta
oleada de falso populismo y xenofobia que está recorriendo la vieja Europa. No
caigamos en el mismo error, cínico e inhumano, cuando somos carne de
emigración. Somos hijos, nietos, bisnietos, tataranietos... de emigrantes. La
segunda, a las personas que han decidido ejercer la política, una tarea
democrática que debe estar al servicio, sobre todo, de las personas más
necesitadas, de los seres humamos que sufren un mayor empobrecimiento y exclusión
social. Cada vez que se aproxima una cita electoral repito la misma cantinela.
Por último, propongo al subdelegado del
Gobierno que la policía consulte la situación del chavalito inmigrante, y no
solo la documental, antes de tomar cualquier otra medida. De ser así, hubiesen
tratado a Abdul como un chaval respaldado y que busca posibilidades en Córdoba,
en lugar de tratarlo como un delincuente. Señor subdelegado, personas cercanas
a usted le pueden informar de la acogida y buen té que este chico, y otros como
él, ofrecen cuando se les visita.
* Profesor y presidente de la Asociación KALA
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