Semana santa sin fronteras
El pasado 18 de marzo, la titular del
juzgado de 1 instancia nº 16 de Barcelona revocó y dejó sin efecto la
resolución de la
Dirección General de Atención a la Infancia de Cataluña, que
decidió que un joven de Malí era mayor de edad después de practicarle una serie
de pruebas físicas, y por ello dejaba de estar protegido por la legislación
sobre desamparo de menores. El fallo judicial confirma la minoría de edad,
señalando que la prueba practicada al joven no ha servido para aclarar su edad
(-). No siendo posible un grado de certidumbre sobre la mayoría de edad de esta
persona, ha de estimarse que es menor de edad (-), es de aplicación el
principio de interés del menor que ha de prevalecer frente a cualquier otro.
No es la primera vez que la judicatura
rechaza la prueba forense para determinar la edad de niños/as y jóvenes
inmigrantes.
El joven, Yaya, tenía un pasaporte expedido
por su país el 16 de noviembre de 2009, donde constaba la edad de 14 años,
según se indica en la sentencia. A pesar de existir este documento, al joven se
le practicó una prueba física para determinar si era realmente menor de edad.
En Córdoba he tenido conocimiento directo
de dos casos con las mismas características. El primero, un joven de Ghana que
se encontraba en un centro de protección de menores. El sistema de protección
mandó hacerle la prueba forense para determinar la edad del joven, que
dictaminó que era mayor de edad. La Administración inmediatamente lo denunció por
falsificación de documento público y se le abrió una orden de expulsión.
Evidentemente, este joven menor de 18 años fue puesto de patitas en la calle,
acabando en la casa de acogida del Ayuntamiento de Córdoba.
Indefenso, menor de edad, a miles de
kilómetros de su familia, denunciado por los que tenían que protegerlo,
sometido a pruebas médicas a todas luces dudosas e inexactas, no reconocido por
el propio Estado social, democrático y de derecho, y muertecito de miedo, llegó
a las puertas del centro de acogida municipal. Les abrieron estas puertas y,
con el apoyo de su personal y de mi asociación KALA, se pudo demostrar, tras
conseguir su pasaporte, que era menor de edad. Las denuncias fueron archivadas,
fue readmitido en el centro de menores y se le ha concedido el permiso de
residencia.
Amadu, es otro caso similar. Entró en
España siendo menor, estuvo en un centro de menores de Almería y nunca llegó a
estar tutelado y regularizado. Le practicaron la prueba ósea por la que lo
consideraron mayor de edad. Meses después llegó la documentación de su país,
cuando ya era mayor de edad, que confirmaba que, cuando se le realizó la prueba
ósea, aún tenía menos de 18 años. Hoy, obligado a vivir en la clandestinidad,
espera el día en que poder conseguir sus papeles.
La desesperada situación que viven los
países africanos está provocando un repunte de llegada a nuestras costas de
niños/as y jóvenes inmigrantes en relación a meses anteriores. La consejera
para la Igualdad
y Bienestar Social de la Junta
de Andalucía subrayó que la salida masiva de menores de un país perjudica a
éste porque le descapitaliza, ya que, en la mayoría de los casos, los jóvenes
que llegan son los que en sus países, mayor formación y situación económica
tienen. No sé de dónde la
Sra. Consejera saca estas conclusiones. Conozco a bastantes
chavalitos inmigrantes, y la inmensa mayoría proceden de unas condiciones
económicas muy empobrecidas, adolecen de una educación escolar y vienen con una
nula formación laboral. Muchos de ellos llenan los Programas de Cualificación
Profesional Inicial (PCPI), que la Consejería de Educación ha establecido en los
Institutos. No obstante, si el nivel es el que dice la citada consejera, podría
dar el dato de los que, tras ser tutelados, acaban en la Universidad.
Propongo dos planteamientos muy básicos a
tener en cuenta para evitar estos atentados contra los derechos humanos. En
primer lugar, que el sistema de protección del menor se ponga al lado de los/as
niños/as y jóvenes, respondiendo sin perversidades a la legislación: por el
bien del menor. En un Estado de derecho debe prevalecer la presunción de
inocencia y más si hablamos de personas menores de edad. Y, en segundo lugar,
invito a los/as médicos a que no hagan pruebas médicas de dudoso rigor. Sabemos
que estas pruebas pueden tener un error hasta de varios años, muchos de los
propios médicos forenses así lo afirman.
Quiero llamar la atención ante estas
injustas situaciones que padecen los chavales inmigrantes: son niños/as, es
decir, menores de edad, con las mismas necesidades que nuestros hijos/as
menores; son pobres, y muchas veces rechazados por los propios Estados,
defensores de los derechos humanos y de la declaración de los derechos del
niño.
* Profesor y presidente de Kala
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