Desvelar
Como profesor de Instituto me planteo ¿qué pasaría en mi centro
si una chavalita que profesa la religión musulmana asistiese a clase con hiyab?
Confío que el sentido común llevase a la comunidad educativa a no imponer
sanciones a dicho hábito y mucho menos a la expulsión del centro.
Aporto cuatro pequeñas reflexiones que pretenden dar luz a un
debate que en muchas ocasiones, y por desgracia, conducen a actitudes
xenófobas, en las que lo que menos importa es la dignidad de la propia persona
y su realidad familiar.
Habría una primera consideración política. Nuestra Constitución
en su artículo 16.1 garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto; y
en el 16.2 proclama la aconfesionalidad del Estado. Ante lo cual no podemos mirar
las simbologías, en este caso religiosas, como un atentado constitucional. En
cambio, sí lo es que en los institutos, escuelas públicas y centros concertados
subvencionados con dinero público se estén impartiendo clases de religión. El
adoctrinamiento religioso no cabe en un estado laico. Distinto es que los
miembros de la comunidad educativa luzcan cruces, rosarios, o porten hiyab o
tocas.
En segundo lugar, y desde una óptica más de género, no podemos
confundir el hiyab con el burka o el niqab. El primero, solo cubre el pelo y
las mujeres musulmanas, en general, no lo consideran un símbolo de sometimiento
al hombre. En cambio, las otras dos vestimentas representan más que una
simbología religiosa una ideología extremista, que invisibiliza a la mujer y la
anula como persona.
Hablando de desvelar, sería de esperar que las comunidades
educativas, que considerasen el velo como un agravio hacia la chica, muestren
una especial sensibilidad social ante las realidades que pueden vivir las
familias de esas jóvenes a causa de una ley de extranjería que las considera
ciudadanos de segunda o sencillamente no ciudadanos, ya que algunos ni tienen
papeles.
Por último, los reglamentos de los centros educativos están cada
vez más abocados en convertir a los profesores y maestros en policías, jueces,
abogados, fiscales, cuidadores, guardias jurados,... diluyendo, al mismo
tiempo, su condición inigualable de educadores y enseñantes. Hay casos en que
pueden pecar, valga el dicho religioso, de ser más papistas que el Papa
haciendo unos reglamentos o normas que atentan incluso contra la Constitución y las
propias leyes educativas.
Aprendamos de debates superados, como es el caso del Reino
Unido; apostemos por la interreligiosidad, que solo puede desarrollarse en
estados laicos y democráticos; participemos de una sociedad intercultural
enraizada en los derechos humanos y en los principios éticos universales que
nos hacen personas con dignidad, capaces de convivir bajo el marco de la
pluralidad y la justicia. Hagamos uso del sentido común.
* Profesor y asesor de la Cátedra de Interculturalidad de la UCO
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