LAS PROSTITUTAS Y LOS PUBLICANOS OS PRECEDERÁN EN EL REINO DE LOS CIELOS

Hace treinta años, un sábado santo, Adolfo Suárez legalizaba el Partido Comunista de España con el apoyo de partidos políticos, sindicatos, colectivos sociales y la misma Iglesia española, presidida por el Cardenal Tarancón al que acompañaban un grupo de obispos, entre los que se encontraban Buxarrais, Osés, Iniesta,… seguidores del Concilio Vaticano II, promulgado por el papa bueno Juan XXIII y que posibilitó la puesta al día de la Iglesia. Fueron tiempos apasionantes, de cambios, que dieron lugar a un Estado Social, Democrático y de Derecho.
            Hoy, algunos sectores de la vida política y social de este país junto a una mayoría  de la jerarquía eclesiástica quieren empañar aquello que tanto trabajo costó levantar. Nos encontramos ante una jerarquía preocupada principalmente por el mantenimiento de la institución a toda costa, por salvaguardar la financiación por parte del Estado, por imponer su doctrina y su moral por encima de una ética universal basada en la declaración universal de los derechos humanos, y, por supuesto, identificada con las clases sociales más conservadoras. En esta triste y preocupante realidad no nos debe extrañar que el Cardenal Rouco haya decretado el cierre de la parroquia madrileña de San Carlos Borromeo.
            Esta comunidad o asamblea de personas creyentes en una sociedad justa e igualitaria ha cometido el pecado de querer vivir la buena noticia consistente, aquí y ahora, en otra escala de valores en la que prima el amor a cambio de nada, el poder perdonar setenta veces siete, el no apedrear ni ser apedreado porque ninguna persona está libre de pecado, el llorar y el reír ante los sufrimientos y las alegrías de la vida,… Sin embargo, el hecho más revolucionario de esta comunidad es haber hecho hijos de ella a todas las personas que llegaron desde la más terrible desnudez de sentirse apaleados desde la calle por una sociedad injusta e insolidaria, de vivir la angustia que da la inseguridad de la esquina, de la deshumanización que produce las frías paredes de una cárcel, de la institucionalización que un chavalito sufre en un centro de menores, del desafío por encontrar una mejor vida que supone la patera o el cayuco. Es la maternidad y paternidad responsable que nos trasmiten por los cuatro puntos cardinales del país.
            Recuerdo que hace diez años conocí personalmente a esta comunidad presidida, desde el cariño y la aceptación por parte de todas las personas allí presentes, por Enrique de Castro. Ese día manifestaba su preocupación por los chavales: “para luchar por ellos hay que abrir las puertas de nuestras casas, hay que acogerlos y darles todo nuestro cariño, no basta con estar en la parroquia, con atenderlos a través de nuestras actividades,…”. Enrique con unos ojos humedecidos ante la provocación de la vida nos venía a decir aquello de “dejar que los más pequeños se acerquen a mí” (Lc 9,56-48. 18,15-17) “porque la verdad les ha sido revelada a ellos” (Lc 10,21-22).
            Desde esta realidad los domingos celebran una misa en la que comentan los acontecimientos vividos a la luz del evangelio y comparten un plato con trocitos de pan, bizcochos o galletas que simbólicamente comparten con otras personas venidas de otros barrios y lugares de la geografía española. Simbología que, a decir verdad, la hacen realidad en el día a día, sentándose en la misma mesa con las personas que padecen la exclusión social. Acaso no era esta la enseñanza que Jesús de Nazaret quería para crear la nueva humanidad. Sin embargo, la liturgia que complace al señor Cardenal es la de otras muchas parroquias que realizan el cumplimiento del ritual, vacías de compromiso social y acogimiento fraternal. ¿A quién sirve el señor Cardenal? Evidentemente a la doctrina de la Iglesia, al derecho canónico, a las órdenes que le llegan de la cúpula vaticana, siendo en bastantes ocasiones más papista que el propio Papa. De esta manera, con tanto servicio, no tiene tiempo ni lugar para servir a la causa verdadera del evangelio: las bienaventuranzas (Lc 6,20-23 y Mt 5,1-12). Le recomiendo humildemente al señor Cardenal que lea Mt 25,31-46 para que esté preparado en el atardecer de la vida.
            Por último, mandamos a la comunidad de la parroquia de Entrevías nuestro apoyo y más profundo cariño.

                                                                                Miguel Santiago Losada
                                                         Coordinador del Área de Marginación de la APDHA
                                                                            Córdoba, 12 de abril de 2007


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