¿A QUIEN SERVIMOS?
En estas últimas semanas una interrogante
martilleaba mi cabeza casi al mismo ritmo intermitente de cualquier guirnalda
iluminada: ¿a quién servimos?
¿A quién sirve un político que ha hecho de su
compromiso público una profesión destinada a mantenerse en el cargo por encima
de su propia ideología, renunciando a desarrollar una política social con la
ciudadanía más empobrecida y excluida?
¿A quién sirve un juez cuando manda a la
cárcel a un chaval reincidente en diversos delitos, sabiendo que la causa está
en el trastorno mental que le produce su adicción a las toxicomanías, en vez de
aplicar medidas alternativas que lo rehabiliten?
¿A quién sirve un sindicalista que antepone
el derecho de sus afiliados a la defensa universal de la clase trabajadora
procedente de los países más empobrecidos de nuestro planeta?
¿A quién sirve una comunidad educativa que se
basa principalmente en un reglamento de funcionamiento interno a través de
medidas sancionadoras (expulsiones, aulas para expulsados-) que estigmatizan
aún más al alumnado con necesidades educativas especiales de tipo social, en
lugar de procurar una mayor atención a la diversidad y una mediación adecuada a
la resolución de conflictos?
¿A quién sirve un funcionario de prisiones o
un empleado de un centro de menores cerrado (cárcel de menores) que detectando
malos tratos o violaciones de derechos humanos tiene como respuesta la callada
por miedo a romper el corporativismo o a que lo echen del trabajo?
¿A quién sirve una Universidad que no se
preocupa de acercarse a la realidad social de los más desfavorecidos a través
de sus investigaciones y preocupaciones, que ayuden a la clase política en
particular y a la ciudadanía en general a tomar conciencia de la grave
injusticia social?
¿A quién sirve un trabajador de lo social
cuando detecta una situación de riesgo familiar y en vez de aplicar medidas
sociales, formativas, laborales, elabora un informe, basándose supuestamente en
el desamparo en que viven los menores de esa familia, para que la Administración
competente realice la retirada de los mismos?
¿A quién sirve cualquier religión que da
culto a su dios por encima de los valores de la fraternidad, de la justicia
social y de la paz, que teniendo suculentos bienes y beneficios no opta
prioritariamente por los más empobrecidos y excluidos, sino que compiten entre
ellas para demostrar cual de sus dioses es el más grande? Pienso y siento como
lo hacía Carlos Cano en una de sus canciones: "Si mi dios fuera grande,
que no es grande, si mi dios fuera fuerte, que no es fuerte..."
¿A quién sirve una organización no
gubernamental cuando antepone sus intereses a los de los que dice defender,
colectivos sociales éstos que están enmudecidos, a pesar del conocimiento de la
realidad, por miedo a que les retiren las subvenciones?
¿A quiénes servimos? Quizás el poder
dilucidar dicha interrogante nos podría ayudar a vacunarnos contra el virus que
rompe y desvertebra aún más a los sectores más débiles de nuestra sociedad.
* Profesor y Coordinador del Area de
Marginación de la Apdha
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