LAS MANOS QUE ABRAZAN LOS DERECHOS HUMANOS
A la sexta planta.
Hace no más de
tres semanas, quizás un mes, un niño de doce años corría a los brazos de su
madre por el miedo que sentía ante la cámara de un fotógrafo desaprensivo, que
violaba su intimidad familiar, ante el dedo acusador de una funcionaria de los
servicios sociales comunitarios y la complicidad de una vecina, todos ellos
empeñados en demostrar una supuesta situación de desamparo del pobre chavalito.
Una persona sin
techo, sin hogar, moría en una madrugada de Noviembre en los alrededores de la
Facultad de Medicina. ¿Por quién desamparado? ¿Hacia dónde debería apuntar el
dedo acusador y criminalizador?
Una mujer
desesperada hace un intento de suicidarse en el río Guadalquivir ante la falta
de una vivienda digna, para poder compartir un espacio cálido con su familia.
Los últimos
meses han seguido engrosando la trágica
lista de muertes en prisión por sobredosis o por enfermedades terminales. En el
mejor de los casos, llegaron al Hospital unas horas antes de morir. ¿Hacia
dónde debería apuntar el dedo acusador?
Se nos
sobrecogían las entrañas cuando murieron ahogados todos los ocupantes de una
patera porque no se contaba con los medios suficientes para su salvamento. En
cambio, no se escatima en medios para criminalizarlos, para expulsarlos de esta
tierra que siempre fue acogedora para devolverlos a una tierra de maquilladas
dictaduras que provocan hambre y desesperanza. Pronto olvidamos nuestro pasado.
Durante este año
hemos visto manifestaciones de dedos acusadores que no quieren centros de ayuda
para las personas más necesitadas de nuestra sociedad. Aunque la persona que se
esconde detrás del dedo acusador siempre se disfraza de solidario, tolerante,
comprometido, pero a Kilómetros de distancia.
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