CARTA AL NUEVO OBISPO (Jesús Fernández González)

 

Estimado Jesús, bienvenido a la ciudad de Córdoba, a una diócesis milenaria que ha vivido todo tipo de acontecimientos, influenciando en la vida de sus habitantes desde la Baja Edad Media, desde que Córdoba fue conquistada por Fernando III en 1236.

  La Iglesia católica, desde el Concilio Vaticano II, se abrió hacia una comunidad Pueblo de Dios y a una mayor Colegialidad entre el Papa y los obispos (conclusiones centrales del Concilio Vaticano II). Este nuevo “aggiornamento” se vio truncado por la política involucionista de Juan Pablo II, que ignoraba la realidad de las propuestas de las Iglesias locales, a favor de una política vaticana que imponía su doctrina conservadora, saltándose las líneas marcadas por el Concilio del “Papa bueno”, de Juan XXIII. Ello conlleva a que el nombramiento de los obispos se haga a espaldas de las personas creyentes de las diferentes diócesis.

Los nombramientos de los obispos no deberían designarse de manera unilateral, ignorando las propuestas de las Iglesias locales, verdaderas protagonistas de su propia historia, arrebatándoles su derecho a decidir y su identidad histórica y cultural; de hecho los tres anteriores obispos de Córdoba han sido castellanos, y usted es leonés. Para ello, baste con recordar la tradición de la Iglesia en lo que respecta al nombramiento de obispos:

  • San Cipriano (s. III): “debe elegirse el obispo en presencia del pueblo, que conoce perfectamente la vida de cada uno y su conducta”.
  • San Celestino (Papa del s. V): “Búsquese el deseo y el consentimiento del clero y del pueblo”.
  • Concilio francés de Reims (año 625): “Que, al morir un obispo, no se ponga en su puesto más que a un indígena de aquel lugar, elegido por voto universal de todo el pueblo. Y el que pretenda lo contrario sea expulsado de una sede que, más que recibir, invadió”.

Sin embargo, habría que preguntarse: ¿Qué ha ocurrido en la Iglesia? La elección de los obispos por parte de las Iglesias locales fue norma común durante todo el primer milenio de nuestra era. Años más tarde, emperadores, reyes y señores feudales acabaron mediatizándola. Para evitar esta intromisión, Roma amenazó con reservarse el nombramiento de obispos. Y en el periodo que va desde Inocencio III (s. XIII) al Concilio de Trento, esa amenaza acabó convirtiéndose en práctica común. Con la aparición de los Estados en el siglo XVI, Roma se convierte en un Estado competidor y trata de nombrar obispos favorables a sus propios intereses, ya sean políticos, económicos o estratégicos.

Para los nombramientos episcopales no importa para nada el pueblo al que teóricamente se deben, sino la línea doctrinal impuesta por Roma, convirtiéndose en comisarios del Papa. Durante los años ochenta del pasado siglo, la Iglesia liderada por Juan Pablo II daba un giro muy conservador y dejaba atrás la posibilidad de “democratizarse” internamente, reforzando una jerarquía cada vez más vertical y alejada del pueblo, a pesar de sus “puestas en escena”. En esta corriente, bautizado como Wojtyliana aludiendo al nombre del que fue Papa, se formaron los tres anteriores obispos llegados a Córdoba, vinculados a los movimientos más retrógrados de la Iglesia católica.  

Primero fue Javier Martínez, último obispo con el que mi comunidad cristiana popular se reunió en 1977, que procedía de Madrid. Fue nombrado en 1977 hasta 2003 que fue sustituido por Juan José Asenjo, también oriundo de Castilla. Ambos finalizaron sus carreras eclesiásticas, como arzobispos en Granada y Sevilla, respectivamente. Mi comunidad cristiana popular “Sin Fronteras” le pidió a don Javier que se desprendiera de Cajasur, segunda Caja de Ahorros de Andalucía en aquellos años. Una entidad bancaria que había convertido a Córdoba en súbdita de su presidente, el canónigo penitenciario Miguel Castillejo, llevando a la entidad a la bancarrota, que tuvo que ser intervenida por el Banco de España.

Monseñor Juan José Asenjo, un obispo diplomático que había sido secretario de la Conferencia Episcopal Española, fue el obispo que inmatriculó la Mezquita de Córdoba, patrimonio de la humanidad desde 1984, por 30 euros. Un escándalo que dio la vuelta al mundo. Además, aprovechó el creerse dueño del monumento andalusí para cambiar el relato de su historia, intentando diluir su pasado andalusí a favor del carácter católico del edificio, contrarrestando lo que los obispos desde la Ilustración y el propio Estado español venían ejerciendo para recuperar la historia inigualable de un monumento único en el mundo, por su mestizaje arquitectónico islamo-cristiano, al contener una Catedral dentro de la Mezquita.

Su antecesor Demetrio Fernández tomó posesión de la diócesis en el año 2010. Nada más llegar le borró el nombre de Mezquita al monumento, intentando eliminar su memoria andalusí. Su pastoral ha sido excluyente y, en algunos casos inquisitoria contra las mujeres, homosexuales, transexuales… Un episcopado que ha mirado más el centro que a la periferia, a las procesiones que la opción por los empobrecidos y migrantes. Ha gobernado una diócesis rica en una provincia empobrecida.  

Este mandatario eclesiástico manifestó su ideología más rigorista a través de declaraciones polémicas que le hacen un daño enorme a muchas personas que trabajan por un mundo fraterno, justo e igualitario. Firmaba cartas pastorales aludiendo a que la mujer debe “dar calor al hogar, acogida y ternura” y que el varón “representa la autoridad”, además de considerar un “aquelarre químico” la fecundación in vitro. En otra ocasión, en alusión a las reformas planteadas dentro de la Iglesia por el Papa Francisco sobre el divorcio y la nulidad matrimonial, aseguró que  en el  nadie puede deshacer (ni siquiera el Papa) lo que Dios ha unido por voluntad de los esposos en el sacramento del matrimonio”.

Imagínese por un momento que el imán de una mezquita o el rabino de una sinagoga de algún lugar de nuestro país dijera que la igualdad de género “es una bomba atómica que quiere destruir la doctrina que profesan y la imagen de Dios en el hombre y la imagen de Dios Creador” ¿Qué pensaríamos? Diríamos que son unos peligrosos machistas que atentan contra los principios de un Estado democrático y aconfesional, y, muy posiblemente, la fiscalía abriría diligencias contra la postura del imán o del rabino sin la necesidad de ninguna denuncia ciudadana y aplaudida por todo el mundo. Sin embargo, no ha sido ningún imán ni ningún rabino, fue el obispo de Córdoba que volvió a poner a nuestra ciudad en el candelero de la intransigencia, muy lejos de ese título de interculturalidad y ciudad de encuentros que deseamos para ella.

Obispos que por su afán de acumular riquezas, posesiones y dinero se han puesto de espalda a lo que nos dice el Evangelio: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Obispos que han llegado a controlar a mediados de los noventa del pasado siglo 700.000 millones de pesetas que manejaba Cajasur. Obispos que no apostaban por el protagonismo de los laicos, manteniendo la verticalidad de la Iglesia, a través de un clero cada vez más conservador y trasnochado. Obispos a favor del militarismo; mientras en otros lugares se alzaban voces a favor de la paz, en Córdoba las procesiones van acompañadas por el ejército. Obispos que no han movido un ápice a favor del ecumenismo y la interreligiosidad, que no han aprovechado el espacio que ofrece la Mezquita-Catedral como máximo exponente para la interreligiosidad y la interculturalidad. Obispos muy alejadas de una pastoral respetuosa con la igualdad entre sexos, la valoración positiva de la sexualidad, el respeto a las distintas orientaciones sexuales, la despenalización del aborto y la opción preferencial por los pobres locales y los venidos del Tercer Mundo.

Usted ha sido nombrado obispo por el Papa Francisco, sus tres antecesores, Javier Martínez, Juan José Asenjo y Demetrio Fernández por el papa Juan Pablo II, un pontífice que, a pesar de su nombre, no siguió el “aire fresco” del Concilio Vaticano II como sus antecesores Juan XXIII y Pablo VI. Condenó a la Teología de la Liberación y encumbró al Opus Dei o a los Legionarios de Cristo, cuyo fundador, Marcial Maciel, violó al menos a sesenta niños.

Los nuevos obispos nombrados en esta época engrosaron la lista del sector más conservador de la Conferencia Episcopal Española, el mismo Papa Francisco rehusó visitar España. Javier Martínez, en su toma de posesión en 1977, criticó el pensamiento moderno que, según él, “sitúa a Dios, primero fuera del cosmos, luego de la realidad y finalmente en la fantasía humana”.  Los prelados Juan José Asenjo y Demetrio Fernández, en sus cartas de presentación, como obispos de la ciudad califal, hablaron de las profundas raíces cristinas y del rico patrimonio de la Iglesia cordobesa, modelo para todos los creyentes. Demetrio Fernández llegó a escribir que su corazón se dirigía especialmente a los jóvenes “porque habéis vencido al maligno”. Obispos que dejaban a los pobres y excluidos en último lugar de sus escritos.

Usted, nombrado por un Papa del Vaticano II, muestra una preocupación por los más excluidos, como manifiesta su primera carta dirigida a la diócesis de Córdoba, llegando a escribir: “la distancia y un conocimiento limitado no me impiden sentir ya la cercanía y el afecto fraternal hacía todos, comenzando por los pobres, los preferidos del Señor: aquellos que carecen de recursos suficientes para vivir con dignidad, los que no tienen trabajo ni una vivienda digna, los que carecen de familia o viven problemas graves en ella. Mi corazón se sitúa también al lado de los enfermos, los excluidos, los inmigrantes y refugiados”. ¡Qué diferencia! de actitudes. No es casualidad que estas palabras sean emitidas por el máximo responsable de Cáritas a nivel estatal.

Hace quince años con motivo de la toma de posesión de Demetrio Fernández como obispo de Córdoba escribí un artículo titulado “La Mezquita-Catedral, destino universal”. En él planteaba que “la historia le da a Córdoba la posibilidad de ser luz en medio de tantos conflictos, de ser puente de encuentros entre diferentes culturas, de ser lugar de abrazo fraterno entre las diferentes religiones. Abramos nuestra ciudad a los aires frescos, que ayuden a rejuvenecer la tan castigada humanidad”. Palabras que mostraban mi preocupación por las guerras y conflictos mundiales, aún hoy más acentuadas. El recién llegado obispo, Demetrio Fernández, publicó un artículo en el que me calificaba de “idealista” por hacer de la Mezquita un espacio ecuménico e interreligioso, que invitase al encuentro entre creyentes de diferentes religiones, alegando “que podría traer funestas consecuencias para Córdoba”.

Estimado Jesús, como cristiano seguidor de Jesús de Nazaret, le pediría:

  • Optar preferentemente por los excluidos y empobrecidos.

·      Una pastoral dialogante, coherente con el Evangelio y abierta a todas las personas.

  • Romper con el poder factico que ejerce la Iglesia local cordobesa por su devenir histórico, económico y social. Un poder económico y social que suponía poseer la segunda Caja de Ahorros de Andalucía y hacer caja con las visitas turísticas a la Mezquita-Catedral, rondando en los últimos años los veinte millones de euros.
  • Potenciar las estructuras asamblearias ad intra (Consejo diocesano, Consejo de laicos) y el diálogo con la sociedad en general.
  • Respetar la Religiosidad Popular, no dejándola a la deriva de intereses políticos y religiosos (nacionalcatolicismo). Corregir las desviaciones sufridas en la Semana Santa de las últimas décadas para no convertirla en un exceso de procesiones a lo largo de todo el año: magnas, conmemoraciones, coronaciones…Preservando lo propiamente religioso e identitario de la festividad y liberándola de símbolos no propios de un Estado Social, Democrático de Derecho y Aconfesional.
  • Restituir a todas las personas válidas de la diócesis, que fueron calladas y postergadas por ser coherentes con el Evangelio al denunciar o no estar de acuerdo con las estructuras que se oponen al verdadero espíritu de Jesús de Nazaret.
  • Retirar la inmatriculación que el obispo Asenjo dispuso en marzo de 2006 en el Registro de la Propiedad gracias a una normativa claramente inconstitucional. Una ley que derogó en el año 2015 el artículo 206 de la ley Hipotecaria, no permitiendo a la jerarquía católica seguir inmatriculando sin título de propiedad.
  • Apoyar la creación de un organismo que cogestione el funcionamiento de la Mezquita-Catedral, uno de los monumentos Patrimonio de la Humanidad más singulares del mundo, hoy solo en manos del Cabildo catedral. Una coordinación formada por representantes del Gobierno central, Gobierno autónomo, Ayuntamiento de Córdoba, Universidad de Córdoba, Colectivos ciudadanos patrimonialistas y, evidentemente, el Cabildo catedral. Supondría una gestión compartida mucho más académica, científica, democrática, para tratar temas tan delicados como el mantenimiento, la conservación, las actividades culturales, las actividades turísticas, la explotación económica del monumento y su uso litúrgico, diferenciando el espacio catedralicio del resto del edificio, que ocupa la mayor parte del mismo.

En el Evangelio las palabras inmatricular, condenar, marginar, intolerar, señalar, castigar, imponer, excluir… no tienen cabida. Una Iglesia que tiene excesos de condenas y defectos de perdón no es la iglesia de Jesús. Un Jesús de Nazaret que no quiere templos de piedra, nunca hubiese inmatriculado nada; quiere templos humanos donde habite la gracia del Espíritu y eso no se puede inmatricular. Jesús no está en la Catedral, ni en las pompas y grandes espectáculos para beneficio y honor de la propia institución, tampoco está en el palacio episcopal, ni en los hábitos. Está en el corazón del que vive las bienaventuranzas sea ateo o no, profese una religión u otra.

Precisamente en esta línea le escribí una carta al Papa Francisco en el 2 de diciembre de 2014:

Querido Papa, querido hermano Francisco:

Mansur y Amín, mis dos hijos de cultura árabe y religión musulmana, llegaron a mi casa hace quince años en una patera repleta de jóvenes migrantes africanos. Dos niños que crie y eduqué en los valores de la interculturalidad y la interreligiosidad. Hoy son dos hombres que se sienten hijos de dos familias, la marroquí y la andaluza, hijos de dos culturas.

Los tres vivimos en la bella e histórica ciudad de Córdoba, España, en la que se encuentra uno de los monumentos más sorprendentes del mundo: la Mezquita-Catedral, que representa en su espectacular arquitectura el mismo mestizaje, musulmán y cristiano, que vivimos mi familia.

Los tres últimos obispos de Córdoba, Javier Martínez,

Juan José Asenjo y Demetrio Fernández, están empeñados en eliminar el carácter simbólico y singular del monumento, una de las causas por la que la Unesco lo declaró patrimonio mundial de la humanidad, al borrarle el nombre de Mezquita y minusvalorar su cultura andalusí.

Hemos creado una plataforma ciudadana (Mezquita-Catedral de Córdoba, patrimonio de todos/as) para que se subsane este error, contrario a las enseñanzas del Evangelio y del Concilio Vaticano II.

He tenido el atrevimiento, como ciudadano y cristiano, de escribirle estas líneas para que nos ayude a subsanar este problema que se ha generado en nuestra ciudad y en nuestra diócesis.

Desde hace más de 30 años compagino mi labor de profesor de Instituto con la de voluntario en defensa de los derechos humanos y en el compromiso con las personas más excluidas de nuestra sociedad (barrios marginados, cárceles, inmigrantes sin papeles, mujeres prostituidas…).

Reciba un cordial y afectuoso abrazo desde esta ciudad cálida y hermana. Aquí tiene usted su casa, su mesa y su techo.

Estimado Jesús, le deseo una feliz estancia en Córdoba y un evangélico episcopado. En este día de su toma de posesión, 24 de mayo de 2025, le envío un abrazo fraternal.

Miguel Santiago Losada (Profesor, escritor y miembro de asociaciones que trabajan los derechos humanos, la defensa del patrimonio y la identidad histórica, cultural y social de Andalucía)

 

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