LA HETERODOXIA DE LA SEMANA SANTA ANDALUZA DIOSAS DE LA PRIMAVERA ANDALUZA

 

La Semana Santa andaluza nos sumerge en nuestras raíces más ancestrales. Las procesiones son la expresión de miles de años de religiosidad popular en las diferentes culturas de la antigüedad. Esta fiesta primaveral es el resultado de una historia que rezuma mezcla de culturas, tradiciones, religiones, etnias. La Semana Santa la podríamos calificar como un claro ejemplo del sincretismo heredado de la Bética romana, incluso de la época andalusí. La diosa Afrodita griega, la Tanit cartaginesa y la Venus romana eran veneradas en al-Ándalus.

 La Semana Santa está vinculada a los ritos y creencias de nuestros antepasados. Una historia, a través de imágenes, que nos despierta la memoria dormida de nuestras antiguas generaciones. En los pasos o tronos, que representan la pasión de Cristo, el pueblo andaluz se ve reflejado en la resiliencia para poder seguir caminando, viviendo a pesar de las vicisitudes del día a día. El Cristo del pueblo andaluz no es el de la Cruz, es el Nazareno, el ser humano castigado y condenado por los poderes que excluyen y matan.

LA DIOSA MADRE

Las culturas más antiguas, mesopotámica, egipcia, griega, cartaginesa, romana, han dado culto a la diosa madre, preferentemente la diosa de la creación y del amor. Actualmente la Semana Santa andaluza, factor identitario del pueblo, muestra a María de Nazaret, más que como madre de Jesús de Nazaret, como la divinidad virginal, la diosa madre que ofrece amor, protección y belleza. Los pasos o tronos de palio muestran la exquisitez artística; el altar ambulante elaborado con la mejor orfebrería, ricos bordados en oro y exuberante decoración floral. Las diferentes advocaciones virginales son delicadamente mecidas por los costaleros al compás de una marcha procesional y vitoreadas por su belleza, levantando emociones y admiraciones. Son vírgenes jóvenes, en la mayoría de los casos, incluso representa menor edad que la de su propio hijo, cubiertas con mantos y velos ricamente bordados, y vestidas por unas manos primorosas con todo tipo de detalles. Son vírgenes, a diferencia de las imágenes castellanas, anticipadoras de la resurrección. Son esculturas divinas, por lo que representa, y al mismo tiempo humanas, por ser consideradas miembros de la familia, vecinas del barrio o personajes destacados del pueblo o ciudad. Se visten con sus mejores galas y se enjoyan para encontrarse con su gente. Los llamados “besamanos” familiarizan a la imagen con las personas devotas, mostrando su cariño y afecto al igual que lo harían cuando visitan algún familiar o amistad. Al ser mecidas recuerdan los bailes de las mocitas gitanas o andalusíes que celebran su desposamiento. Los olores de las flores y del incienso se entremezclan, haciéndose uno en el cielo y la tierra. Y todo ello en un contexto donde la primavera invita a la vida en mayúscula, donde los sentidos alcanzan su máxima expresión. Los recintos históricos de Andalucía, con sus casas blanqueadas y puestas a punto, son el mejor escenario andalusí para acoger las procesiones de estas diosas madres y de estos hijos que mueren para dar la vida.

Hagamos memoria de las diosas antiguas que fueron veneradas, procesionadas, admiradas y respetadas por los diferentes pueblos de la antigüedad. La diosa Ishtar (venerada por acadios, asirios y babilonios) o Inanna, la evidencia escrita más antigua de una deidad de todos los pueblos mediterráneo, vinculada con el amor y la guerra, fue para los sumerios la diosa primordial de Mesopotamia. A partir de esta deidad mesopotámica surgió la diosa Astarté de los fenicios, la diosa del amor y la belleza, nombre proveniente de “aster” (estrella de la mañana y del atardecer).

El culto a Astarté lo introdujeron los fenicios durante el período tartésico en el siglo VIII a. C., llegando a ser la diosa más icónica. En la mitología griega se la conocía como Afrodita, Venus para los romanos. Andalucía desde los tartesos ha venerado a la diosa Astarté. Las marismas del Guadalquivir han dado culto, entre otros lugares andaluces, a la diosa madre, apropiándose la religión católica de este culto. La virgen del Rocío es una diosa madre camuflada por la iconografía de la actual religión predominante. Además de la diosa de las Marismas, hay referencias históricas de grandes santuarios en las costas andaluzas, como el santuario de Noctiluca (protectora de los navegantes) en la costa malagueña. Rufo Festo Avieno, poeta del siglo IV, en su “Ora Marítima” (texto sobre geografía descriptiva de la Hispania prerromana) dice: “... bajo el dominio de los tartesios existía allí, frente a la ciudad de Mainake (entre Almuñécar y Málaga) una isla, consagrada antes por los habitantes a Noctiluca”. Uno de los rituales con los que veneraban a esta diosa lunar consistía en portar su imagen en procesión hasta llegar al mar e introducirla en él, para que bendijera las aguas. ¿Acaso los pueblos andaluces ribereños del Mediterráneo no realizan el mismo ritual cada 16 de julio con la Virgen del Carmen?

La diosa madre es un paradigma en la historia de los diferentes pueblos. Todas las religiones y las diferentes culturas han adorado a las diosas. Homero ya citaba a Rea (la diosa Cibeles en la mitología griega, deidad de vida, muerte y resurrección; su consorte sería el dios Atis) como la madre de los dioses, se trata de la diosa de la fertilidad y de la maternidad, y se representa a menudo tirada por dos leones en un carro. Era la esposa del dios cananeo-fenicio Baal (cuyo significado es “Señor”, Cronos para los griegos y Saturno para los romanos) y la madre de Zeus (Júpiter para los romanos) y de Hera (Juno para los romanos), hermana y consorte de Zeus.

Del sur de China procede la diosa Miliujia de los Zhuang, madre y maestra de la humanidad. Creaba a los seres humanos de barro a su imagen y semejanza. Según la leyenda el universo era un inmenso vacío dividido en tres niveles: superior, medio e inferior. Del nivel medio germinó una flor, de cuyo interior surgió una mujer, Miliujia, la madre de la humanidad. Precisamente el libro del Génesis utiliza el barro como materia para la creación de Yahvé. Y, por otra parte, los tres niveles son heredados a través de los siglos por las diferentes religiones. La expresión Cristo bajo a los infiernos, victoria redentora sobre la muerte y salvación de la humanidad, sería el tercer nivel del domino del Hijo de Dios, unidos a sus reinados en el cielo y la tierra, primer y segundo estrato respectivamente. Los tres niveles de la divinidad que junto a los cuatro elementos (aire, agua, fuego y tierra) suman siete, el número de la plenitud. No hay tres sin cuatro, ni cuatro sin tres, no hay divinidad sin humanidad, ni naturaleza sin divinidad.

La diosa madre ha estado presente en todas las religiones, incluso las monoteístas. Se pensaba que el dios Yahveh de judíos, cristianos y musulmanes era el dios célibe y único de las religiones en la antigüedad. Recientes estudios arqueológicos (Ugarit), epigráficos y bíblicos han recuperado la importancia de la diosa Asherah. Durante siglos estaba considerada la esposa de Yahveh o Jehovah, a quien los israelitas adoraban tanto como a Yahveh. A partir del siglo VII a.C. el culto a la diosa se suprimió, comenzó a verse como un mal, como consecuencia de patriarcado que iba marcando la historia, despreciando y marginando a la feminidad. Los textos del Antiguo Testamento testifican claramente el repudio a Asherah. En el libro del Deuteronomio 16,21 está escrito: “No plantarás ningún árbol como poste sagrado (Asherah) junto al altar que hagas para el Señor tu Dios”. El libro de los Reyes 14,23 establece: “Porque ellos también se construyeron lugares altos, pilares y postes sagrados (asherim) en toda colina alta y debajo de todo árbol verde”. Podríamos considerar a María de Nazaret como la reposición de Asherah al ser considera esposa del Dios Padre, al compartir la maternidad-paternidad del Hijo de Dios. 

La diosa madre a lo largo de la historia de las religiones ha representado la energía femenina y la fertilidad. La biología ha demostrado que las civilizaciones primitivas no se equivocaron al considerar que la diosa madre era la portadora de la energía. De hecho, el sexo femenino a través de las mitocondrias es quién la transmite. En la mitología griega se denominó la diosa Gea, la deidad femenina principal, de la que surge toda la creación, los dioses y los seres humanos. En algunas culturas del continente americano, como la civilización Inca, se identificaba como la Pacha Mama, la Madre Tierra. África aporta a sus diosas Eleggua, Obatalá, Changó, Oggún, Orunlá, Yemayá y Ohsun. Los yorubas de Nigeria identificaron a la virgen del Cobre, patrona de Cuba, con la diosa madre Ohsun, caritativa, misericordiosa y protectora de las parturientas; además de ser considerada la dueña del cobre. Las seguidoras de Ohsun, en la actualidad, usan numerosos brazaletes de bronce en Cuba y Brasil.

La diosa madre también se representaba a través de otras mitologías como Artemisa (Diana para los romanos), la diosa defensora de los débiles, protectora de las mujeres jóvenes y de los partos, en definitiva, de la vida y, por consiguiente, con poderes curativos. Otra diosa con influencia en toda Grecia y Mediterráneo fue Atenea (Minerva para los romanos), la diosa de la sabiduría, la protectora de Atenas. Según la leyenda, Poseidón (Neptuno para los romanos) combatió con ella en la Acrópolis para declararse el dios protector. Cogió el tridente y golpeándolo contra una roca brotó agua salada, formando un mar interior, lo que provocó el pavor de la gente allí congregada. Cuando le tocó el turno a Atenea, para competir por la protección de Atenas, clavó su lanza contra una roca abriéndose una brecha, provocando que creciera una pequeña raíz, que daría lugar a un olivo, símbolo de la victoria y de la paz. Fue aclamada por el pueblo como su diosa protectora. El olivo, el rey de los árboles mediterráneos, marcaría a partir de entonces la identidad cultural y religiosa. Surgirían las divinidades relacionadas con el aceite, por su poder curativo, que han ido mutando con el tiempo. El pueblo ateniense celebraría las fiestas panateneas, entre finales de julio y mediados de agosto, con una gran procesión. Atenea era una imagen de vestir, al igual que las vírgenes andaluzas, enriquecida con ricas vestimentas y alhajas. La religión católica, en un acto de inculturación, estableció la fiesta mayor de la Virgen María el 15 de agosto. Fiesta que se celebra en todo el orbe Mediterráneo.

El olivo sería el árbol de las divinidades, de la sabiduría y las curaciones. La Academia de Platón tenía un olivo en el lugar donde se reunían los alumnos para escuchar la sabiduría del maestro. El olivo, elemento común del Mediterráneo, sería considerado un regalo de los dioses. Su fruto daría el aceite, líquido sagrado, jugo curativo, purificador y vivificador (ej., los santos óleos en las diferentes religiones). Los reyes se ungían con el aceite (talento, poder, fuerza, sabiduría). Tradición que va calando en todo tipo de rituales. Incluso su madera se utilizaría por todo el Mediterráneo para construir casas, muebles, amuletos, utensilios… El dicho popular de “tocar madera”, demuestra la sacralidad de su naturaleza. El lignum crucis es un referente religioso. Jesús de Nazaret sería recibido con ramas de olivo en Jerusalén y prendido en el Monte de los Olivos, Getsemaní. Anteriormente, según la Biblia, una paloma con una rama de olivo le indicó a Noé el fin del diluvio. Las religiones monoteístas lo consideran un árbol sagrado. Además, fue un referente deportivo, las coronas de los juegos olímpicos, VII siglos a. C., se hacían con ramas de olivo. El olivo es árbol sagrado, su fruto siempre ha estado muy valorado por sus efectos curativos, por ser combustible para la luz, por su carácter aromático para los perfúmenes, además de su valor nutritivo. Su hoja perenne le concede un sentido de inmortalidad, de ahí considerado un árbol de los dioses y símbolo de la paz.

Una de las características iconográficas de las diosas es que alzan sobre diferentes soportes, resaltando su divinidad. Un ejemplo de la antigüedad lo tenemos en la Puerta de los Leones de Micenas (siglo XIII a. C.). Una construcción imponente y maciza en la que sobre el dintel aparece una gran placa de piedra caliza en la que dos leonas desafiantes se yerguen a cada lado de la columna, en la que se ubicaría la diosa. El pilar adquiere una simbología sagrada al sustentar a la diosa. Esta simbología se ha transmitido a lo largo de las generaciones. Tenemos tres ejemplos cercanos: la Virgen del Pilar, la Virgen de los Dolores de Córdoba o los triunfos a San Rafael en Córdoba. Pilares que sustentan lo sagrado, elevándolo hacia el cielo. Las peanas sobre las que procesionan las vírgenes andaluzas son otro ejemplo evidente.

Las puertas de los recintos amurallados han sido objeto de estas representaciones divinizantes para proteger las ciudades. En la Córdoba romana, por ejemplo, la puerta del Puente o de la Estatua estaba rematada por la diosa Venus, diosa romana del amor, que ejerció como protectora de la ciudad. Los triunfos a San Rafael, que se prodigan por la ciudad, simbolizan la defensa a la ciudad por el arcángel protector o custodio.

EL HIJO PREDILECTO

            Junto a la diosa madre el hijo de dios. La dualidad sagrada. La tierra fértil y el fruto. Un fruto que nace con todo su esplendor y muere para que la semilla, contenida en él, pueda dar la vida. El ciclo vital se traduce en el día y la noche, los días más largos (solsticios de verano) y los días más cortos (solsticios de invierno), la vida y la muerte, la muerte que de nuevo da vida.

Las religiones mistéricas surgieron en el período helenístico y continuaron en la época romana hasta alrededor del siglo V, cuando las mayorías de tradiciones paganas del Imperio Romano fueron sustituidas por el cristianismo. Estas creencias se caracterizaban por elaborados rituales orgiásticos, conocimientos secretos y un énfasis en una relación personal directa con un dios particular. Los antiguos dioses griegos y romanos eran distantes e indiferentes a las preocupaciones humanas. Los dioses de las religiones mistéricas, sin embargo, se preocupaban genuinamente por la humanidad, y se podía acceder personalmente a ellos con relativa facilidad. Isis, diosa egipcia y centro de una religión mistérica particularmente popular, alimentaba al Nilo con sus lágrimas, y en el pasado era la responsable de nutrir al faraón y otorgarle su poder divino para que reinara eficazmente en Egipto.

            A lo largo de la historia de las religiones han sido muchos, al igual que las diosas madres. La relación entre las diosas madres y sus hijos predilectos eran consustanciales. Estas mitologías han transcurrido a lo largo de centenares y centenares de años. Todas presentan la misma sinapsis: el nacimiento como hijo de un dios, maestro y discípulos, tortura y muerte, resurrección a los tres días, promesa del retorno y ascensión a los cielos. Una historia transversal que recorre la adoración de los hijos predilectos desde Tammuz, el egipcio Osiris, el dios griego Dionisos, el sumerio Dumuzi, el hindú Murugan, el persa Mitra, hasta el Cristo judío. El origen de esta leyenda universal surgió con el Hombre Verde, hijo divino de una diosa virgen que nació, murió y resucitó, en una secuencia que se repite todos los años.

La leyenda del Hombre Verde nace en el Neolítico, período en el que a dios se le identificaba con una mujer. La veneración de la diosa y su Hijo verde tenía una estrecha relación con el ciclo anual de la agricultura, la cosecha de los frutos de la madre tierra. La diosa virgen Madre Tierra era fecundada anualmente por el dios del cielo, el Sol. El Sol en el solsticio de invierno, cuando se iba alzando en el firmamento, daba vida a la semilla depositada en la Madre Tierra virginal, que se convertiría en el Hombre Verde del equinoccio de primavera. La actual Pascua asocia esta resurrección de la vida con el hijo de otra virgen, María. La leyenda se extendió en las postrimerías del Neolítico con tintes religiosos.

En la antigua Mesopotamia, la leyenda neolítica se transformó en la mitología de la diosa Ishtar y su hijo Dumuzi o Tammuz. Ishtar quedaba embarazada por el dios Sol (Baal), naciendo Tammuz en el solsticio de invierno, el dios babilónico. Con la llegada del cristianismo, el papa León Magno para evitar las celebraciones paganas estableció esta fiesta para conmemorar el nacimiento de Jesús de Nazaret.

En el antiguo Egipto, el dios Osiris heredaría la tradición mitológica del Hombre Verde, que era asesinado por su celoso y malvado hermano Seth cada año al llegar el otoño. Los faraones se consideraban encarnaciones de Horus, hijo de la diosa Isis. El espíritu del faraón era el dios Horus y su cuerpo físico estaba formado por Seth. Horus y Seth eran gemelos divinos que convertían al monarca egipcio en representantes de Osiris. Osiris, al igual que el Hombre Verde, moría y resucitaba acorde con la vida y la muerte de la vegetación natural. La Resurrección tenía lugar con la crecida del Nilo, cuando los brotes de la naturaleza asomaban sobre la superficie de la tierra. Los egipcios convirtieron la fiesta de Marduk en la de la pasión, muerte y resurrección de Osiris, que comenzó a celebrarse a partir de la quinta dinastía, hace 5.000 años. La fiesta duraba tres días y culminaba con el regreso a la vida de Marduk. Los hebreos recogieron la fiesta hace unos 3.500 años, tras el éxodo, y la llamaron Pesach.

En la antigua Grecia, al Hombre Verde Dionisos le daban muerte cada año los Titanes, sus parientes maléficos. La madre de Dionisos era Sémele (Tierra), mientras que su padre era Zeus. Cada solsticio de invierno se despertaba a Dionisos con una gran procesión ritual acompañada de una gran algarabía hasta la cima nevada del monte Parnaso. En el equinoccio de primavera recibía sus nuevos ropajes y se regocijaba de la naturaleza. Dionisos enseñaba a sus súbditos el arte de elaborar y beber vino, considerado la sangre de la naturaleza. Ritos iniciadores de la llamada sagrada comunión a través del consumo del cuerpo y sangre del hijo divino. Según la mitología griega fue Cibeles quien inició a Dionisio en el culto mistérico.

Roma asimiló las festividades en honor a Cibeles, la gran diosa de la antigua Frigia, y su hijo Atis. En Roma se rememoraba la vida de Atis durante el equinoccio de primavera: Atis supuestamente nació de una virgen, fue crucificado en un árbol y resucitó de entre los muertos. ¿A quién nos recuerda? En todas las versiones Atis era un joven de gran belleza (se identifica también con Adonis) del que la diosa Cibeles se enamora.

Murugan, el bello, hijo del dios Shiva y su esposa Parvati era venerado en la India cuando llegó Alejandro Magno. Los rituales dedicados a Murugan le recordaban a su amado Dionisos, el hijo divino. Tal fue el parecido que surgió la leyenda de que el hijo del dios griego habría nacido en la India.

Mitra, otro equivalente a los hijos divinos Dionisos y Murugan, era venerado en toda la India y Persia. Representaba el equilibrio, la amistad, la mediación. Era el resultado de la Madre Tierra y el Padre Sol. Se convirtió en el adorado monarca-guerrero de las legiones romanas. Acabó siendo el Sol invictus. El emperador Carlomagno eligió el domingo, día del sol, como el día sagrado de la semana por excelencia.

Cristo, hijo de María, se puede considerar una de las últimas versiones de la leyenda del Hombre Verde. Jesús de Nazaret al poco tiempo de ser crucificado y muerto en la cruz comenzó a ser encumbrado como el Hijo de Dios. Saulo, conocido como San Pablo de Tarso, Cilicia, conoció la religión mitraica a través de los soldados del imperio romano. Aprendió de esta religión mistérica que Mithras nació en un pesebre rodeado de pastores, de una madre virgen un 25 de diciembre. Se había encarnado para realizar la encomienda de su dios padre. Reunió a doce discípulos para su última cena consumiendo pan y vino, alimentos que simbolizaban respectivamente el cuerpo y la sangre de dios. Mithras moriría poco después de esta celebración, resucitando al tercer día. Ascendió a los cielos y profetizó su retorno en el fin de los tiempos para librar su última batalla contra Ahrimán, el maligno.

Pablo llegaría a Jerusalén con las tropas romanas, convirtiéndose al judaísmo y descargando su furia contra los ebionitas, “los pobres”, una secta seguidora de un tal Jeshua ben Josef. Pablo comenzó a relacionar a Jesús de Nazaret con el hijo del dios persa Mithras debido a la coincidencia entre sus relatos. Además, eran unos tiempos escatológicos, en los que se avecinaba el fin del mundo. Un momento crucial para la aparición del nuevo Mithras, encarnado en Jeshua. El desencadenante de sus sospechas fue la experiencia que tuvo en Damasco, cuando siendo soldado romano una luz cegadora lo arrojó del caballo. Interpretó la resplandeciente luz como la manifestación de su adorado dios solar, relacionando a Mithras con Jeshua. A partir de ahí viajó por todo Oriente Medio para comunicar a los gentiles su descubrimiento, que el Salvador del mundo había sido ejecutado en la cruz y resucitado. Pablo de Tarso fue el padre de la nueva religión conocida como cristianismo. ¿Inventó a un “dios” a partir del Jesús de Nazaret histórico?

Nadie podría pensar que el mito del Hombre Verde tendría un final tan espectacular y brillante en un nuevo dios Jesús Salvador de la Humanidad (JSH), una de las representaciones religiosas más veneradas y extendidas del mundo.

En emperador Trajano (98-117 d.C.) fue seguidor de la religión mitraica y declaró el domingo, día del Señor, como día santo dedicado a Mitra. En su reinado mitraísmo y cristianismo convivieron gracias a las similitudes que se han descrito anteriormente. Las dos religiones además de ritos similares, predicaban la fraternidad. Sería Constantino, seguidor también de Mitra, con el objetivo de establecer una única religión de Estado, quien acabaría fusionando el mitraísmo al cristianismo, por el apogeo y la actividad que los cristianos de la época estaban desarrollando. Constantino pasaría a ser el primer emperador romano convertido al cristianismo. No sería hasta Teodosio, en 390, cuando se declara la religión cristiana como única y verdadera. Persiguiendo, erradicando y quemando los templos, imágenes, libros de las otras creencias. Convirtiéndose la religión cristiana en la única y verdadera en desvelar el misterio de Jesucristo. Posteriormente se irían formando la estructura, dogma y normas que rigen la iglesia católica, que desembocó en un poder político, económico y social hasta nuestros días. La naturaleza humana de Jesús se fue difuminando a favor de la naturaleza divina, que le imprimía carácter y razón de ser a la jerarquía católica. ¿Dónde quedaría el Jesús histórico del amor, la justicia y la paz de los evangelios?

Evidentemente el relato que relaciona a Mithras con Jesús de Nazaret puede tener tantas lagunas como certezas. Es un apasionante tema para la investigación teológica e histórica. Lo cierto es que el cristianismo se inició poco después de la muerte de Jesús, en el momento en que Pablo comenzó a predicar. Lo que está fuera de toda duda es que sin Jesús de Nazaret no hubiese existido Jesucristo, el ungido por el Dios Padre. Desde el siglo XIX hay un fuerte interés por conocer al Jesús histórico, comenzando por David Strauss, pionero en la búsqueda del Jesús histórico. Durante esa época se estudiaba el parecido del cristianismo con otras religiones, considerándolo como un sincretismo e influenciado por el judaísmo y los cultos mistéricos de la época helenística. Los investigadores cuestionaron, a finales del siglo XIX y principios del XX, la utilidad del Jesús histórico, haciendo la distinción entre el “Jesús de la historia” y el “Cristo de la fe”, decantándose por el segundo. A lo largo del siglo XX diferentes autores han continuado con la búsqueda del Jesús histórico, desmitologizando la figura de Jesús de Nazaret. Las epístolas paulinas y los evangelios describen el Cristo de la fe, presentando una narrativa que reemplazó al Jesús histórico que vivió en la Palestina romana del siglo I. Según Ehrman Jesús “ciertamente existió, como están de acuerdo prácticamente todos los eruditos competentes de la antigüedad, cristianos y no cristianos”.

LOS ORÍGENES: ANDALUCÍA, DESDE TIEMPOS TARTÉSICOS SIEMPRE HA ADORADO A LA TIERRA MADRE

La diosa Astarté del panteón semita se impuso sobre el resto de divinidades en Tartesos. Su culto fue introducido por los fenicios en Occidente. Una imagen de esta deidad fue descubierta en el Carambolo (Sevilla). Su iconografía es orientalizante, de rasgos hathóricos. El vino y el agua están presentes en el culto a Astarté. Esta diosa, Madre Tierra, está ligada a la fertilidad, al amor y a la vida. Según los historiadores griegos y romanos, la costa andaluza tenía templos dedicados al culto de esta diosa, que han perdurado hasta nuestros días, como es el caso de la devoción al Rocío. La jerarquía católica acabaría apropiándose de la tradición cultural y religiosa de adorar a la diosa madre, a la divinidad femenina, “Ana” o diosa madre (Astarté). Después de tres mil años, sigue habiendo una romería en las marismas de Doñana a una diosa Madre camuflada bajo la advocación del Rocío. La Virgen del Rocío es en realidad un sucedáneo de la Madre Naturaleza consagrada a la promoción de la fecundidad y la fertilidad como lo fue Isis en el pueblo egipcio, Artemisa en la civilización griega o Astarté en el tiempo de los fenicios. Para el cristianismo María es la Madre fecundada por la gran divinidad. Hablaríamos de una inculturación en toda regla. Representa un símbolo de nuestros antepasados, una lección de permanencia ritual de nuestra historia, una tradición secular que llevamos en la sangre. Nuestras actuales devociones a las diferentes vírgenes andaluzas son la continuación de una cultura y una tradición.

En las antiguas culturas egipcia, tartésica, griega y romana eran muy frecuentes las procesiones:

“La procesión, en un ambiente festivo pero solemne avanza por la ciudad, los cofrades desfilan entre la multitud de espectadores portando cañas, ramas y flores que también engalanan balcones, puertas y arcos por toda la ciudad. Es el primer día de varias jornadas de celebraciones, pasión muerte y resurrección en las que se ayunara, se portaran las imágenes del dios y de su madre, se llorara por su muerte y se cantara. Algunos fieles se flagelarán las carnes y muchos andarán descalzos en penitencia. Se desatarán las emociones. Las procesiones se detendrán bajo balcones desde donde fieles emocionados cantan mientras lagrimas brotan de los ojos de los espectadores. Finalmente, llegará el gozo con la resurrección del dios”.

(Roma en el siglo I de nuestra era celebrando los ritos paganos de los antiguos dioses frigios Atis y Cibeles).

Heródoto nos relata una procesión en el Antiguo Egipto:

“A la caída de la tarde, mientras que unos pocos sacerdotes, alrededor de la imagen, se quedan a su cuidado, la mayoría de ellos, provistos de mazas de madera, se apostan a la entrada del santuario; y, por su parte, otros creyentes, en número superior al millar, que cumplen con ellos unos votos a la divinidad, se apiñan en la parte opuesta del santuario, provistos también cada uno de ellos de una estaca. Pues bien, los escasos sacerdotes que se habían quedado al cuidado de la imagen arrastran una carreta de cuatro ruedas que lleva la capilla y la imagen que hay en su interior; entonces los sacerdotes que hay apostados en los pilonos no les dejan entrar, pero los cofrades acuden en socorro del dios y golpean a los sacerdotes, que repelen la agresión. Se organiza entonces una enconada pelea a garrotazos, se rompen unos a otros la cabeza y muchos hasta deben morir a consecuencia de sus heridas, si bien los egipcios me aseguraron que no moría nadie”.

Platón en su obra la República recoge este pasaje:

“Ayer bajé a El Pireo, hijo de Aristón, para hacer una plegaria a la diosa, y al mismo tiempo con deseos de contemplar cómo hacían la fiesta, que entonces celebraban por primera vez. Ciertamente me pareció hermosa la procesión de los lugareños, aunque no menor brillo mostró la que llevaron a cabo los tracios. Después de orar y de haber contemplado la ceremonia, emprendimos el regreso hacia la ciudad”.

En la fiesta de Opet en el Antiguo Egipto, se celebraba en la ciudad de Tebas una gran procesión en la que transportaban, en barcas de madera, las estatuas de sus dioses más sagrados (el dios Amón-Ra, su esposa Mut y el hijo de ambos, Jonsu) por la gran avenida de las Esfinges, 2.700 metros con más de 1.000 esfinges que conectaban el templo de Karnak y el templo de Luxor.

En Sevilla, por poner un ejemplo, en los tiempos romanos tardíos, hubo al menos unas procesiones, las consagradas a Adonis, denominadas las Adonías. Estaba compuesta por mujeres descalzas, danzantes y cantantes, que llevaban en andas una imagen de Adonis. Se trataba de celebrar la resurrección anual del dios de la vegetación al que lloraba otro ídolo, el de Afrodita (la semítica Salambó), también sobre un “paso”. Cuenta Freijeiro que, durante la procesión, la celebrada en julio del año 287, dos cristianas hispanorromanas de Sevilla, Justa y Rufina, habían puesto en el foro un tenderete con objetos de alfarería que las adoradoras de Adonis se detuvieron en el puesto de Justa y Rufina para pedir una maceta done plantar flores para el dios. Las cristinas afirmaron no adorar divinidades que se hacían con las manos y se formó un tumulto. Justa y Rufina derribaron el ídolo de las andas haciéndolo añicos, lo que las condujo al martirio.

Recordemos que la Semana Santa andaluza es hija del sincretismo religioso heredado del Mediterráneo y de Oriente. Ritos que comenzaron en el Neolítico, hace unos diez mil años con el desarrollo de la agricultura, tras el equinoccio de primavera, que marcaba el momento de la siembra (enterrar la semilla) para hacer rebrotar la vida. Las coincidencias o similitudes muestran una raíz común entre las diosas madre Astarté, Isis y Artemisa con María, al mismo tiempo que Atis, Mitra, Tammuz y Dionisos con Jesús de Nazaret.

JESÚS Y MARÍA SON REVESTIDOS DE DIOSES PRIMAVERALES.

            La celebración de la Semana Santa ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Durante el siglo XIII Europa padecía de guerras y epidemias. Franciscanos y dominicos llamaban a la conversión para terminar con estos males consecuencia del pecado y la maldad del ser humano. Estas órdenes procesionaban con algún crucificado mientras se flagelaban, un espectáculo espeluznante. La fe cristiana se basaba en la pasión y muerte de Cristo, la idea central era que murió por nuestros pecados, el chivo expiatorio, que requería de la penitencia. La resurrección no formaba parte del eje central de la predicación, ya que el sufrimiento y la pasión eran la clave.

            En la Baja Edad Media comienza el florecimiento de las ciudades en toda Europa. Fenómeno que comenzó entre los siglos XI y XII en Italia y Flandes, anteriormente en al-Ándalus se prodigaron las grandes ciudades. Este desarrollo fue la consecuencia de una burguesía que, para salvaguardar sus intereses, se organizaron en cofradías nobiliarias, gremiales y de esclavos, todas de carácter laico, aunque amparándose en algún santo relacionado con el gremio.

            La Semana Santa tiene su origen en el siglo XVI coincidiendo con la Contrarreforma, cuyo objetivo era evitar la pérdida de fieles a raíz de la Reforma emprendida por Lutero. Comenzó a mostrarse la pasión de Cristo a través de imágenes que las hermandades, fundadas para esta misión, procesionaban por las calles. Parte de los penitentes se seguían flagelando, los llamados hermanos de sangre, que se diferenciaban de los hermanos de luz. Fue en este contexto histórico cuando la imaginería adquiere un rango primordial. Comienza a desarrollarse las grandes escuelas escultóricas de Castilla y Andalucía. El barroco sería el cénit de la escultura semanasantera. Andalucía tendrá dos grandes escuelas, granadina y sevillana, de donde surgirían los grandes escultores: Pablo de Rojas, Martínez Montañez, Alonso Cano, Juan de Mesa, Pedro de Mena, Pedro Roldán, Luisa Roldán.

            Con la llegada de la Ilustración y con los edictos tanto de los obispos como del propio rey Carlos III las cofradías, seguidoras a pies juntillas de Trento, se tambalean. Comienzan a prohibirse ciertos rituales como la flagelación en público, con lo que el número de cofrades disminuye considerablemente. Al mismo tiempo, la forma de procesionar iría cambiando paulatinamente, sustituyéndose las parihuelas por los actuales pasos, o incorporándose elementos musicales; en definitiva, comenzaba un mayor desarrollo de la estética procesional.

            Después de la Ilustración, la Semana Santa, un acontecimiento fundamentalmente religiosa y penitencial, decae con las nuevas ideas ilustradas y el desarrollo de la razón. Nadie podría pensar el resurgir de la Semana Santa andaluza a partir de mediados del siglo XIX con la intervención de la burguesía y los ayuntamientos de la época, que unidos a la aristocracia, como en el caso de Sevilla, vinculan la Semana Santa a las fiestas primaverales, dándole un carácter festivo e incluso turístico con el comienzo de la venida de forasteros de otros lugares tanto de España como del extranjero.

El siglo XIX marcará un antes y un después en el entendimiento de la Semana Santa andaluza, como muy bien lo explica el catedrático de antropología Isidoro Moreno. En aquella época los titulares de las cofradías, sobre todo las dolorosas, van a ver enriquecidos sus ajuares, aumentando el patrimonio de las cofradías. Sevilla será el ejemplo a seguir: pasos de mayores dimensiones, andas llevadas por cargadores en detrimento de las parihuelas, palios para los pasos de las dolorosas, grandes mantos bellamente bordados, incorporación de las bandas de música, creación de recorridos comunes con explotación de sillas para contemplar los desfiles procesionales, institucionalización de las procesiones con la participación de autoridades, ejército y otros elementos, que favorecerían el régimen del nacionalcatolicismo. Y todo ello unido a las saetas, altares, celebraciones en los patios de vecinos, gastronomía… A partir de este cambio comienza en el pueblo un sentimiento más acorde con el politeísmo de sus antepasados que con el espíritu penitenciario y expiatorio de siglos anteriores.

            Poco a poco cada persona, cada familia, cada pueblo se iría identificando con su Nazareno y con su Dolorosa, adquiriendo un sentido más cercano y humano que el dios castigador por el pecado original. Nuestras imágenes se van a “humanizar” a “familiarizar”. Se visten, se enjoyan, se les pone pelo natural, se colocan en besapiés y besamanos… La figura del Nazareno vivo le gana l protagonismo al Crucificado. En muchos pueblos andaluces la mañana del Viernes Santo es la gran fiesta: “Viva Nuestro Padre Jesús”, es una de las frases que a muy temprana edad aprenden los niños y niñas de los pueblos andaluces. A las Vírgenes se les llamarán “guapas”, humanizándolas en una aclamación que rebosa emotividad y sentimientos.

La religiosidad popular se fue acentuando en esta dirección, de tal modo que la mayoría de las fiestas populares andaluzas acaban siendo religiosas. La situación llegará a tal extremo que el catedrático de la Universidad de Sevilla, Salvador Rodríguez Becerra, propone la denominación de religión común, en sustitución de religiosidad popular, aplicable a Andalucía. Esta forma de concebir la religión, según dicho autor, responde más “al ser” (concepto antropológico), que al “deber ser” (concepto teológico).  En síntesis, como afirmó el antropólogo Michel Meslin: “las relaciones con lo divino son más sencillas, más directas y más rentables” con la religiosidad popular.

            La Semana Santa de finales del XIX y principios del XX va suponer el origen y definitiva estética de la actual. Bordadores, tallistas, orfebres… serán los artífices del vuelvo tan profundo que se produce en la Semana Santa andaluza. La estética vuelve los ojos a las imágenes mitológicas de nuestras culturas ancestrales, iniciada en las escuelas barrocas. Las imágenes marianas son diosas de la belleza y del amor, las nuevas Afroditas y Venus. Los cristos son Apolos en la cruz, de una juventud y belleza exaltante. Es una belleza que infunde respeto, seguimiento, confianza, levanta pasiones y emociones en un contexto primaveral, en el que la luz es la gran protagonista de la fiesta.  

Al contrario de la Baja Edad Media, donde la muerte y pasión predominan, en la Semana Santa andaluza actual predomina la Resurrección, la luz, la alegría, el festejo. Una película en la que se conoce de antemano el final feliz. La diosa romana Flora, Cloris en Grecia, desempolva todo su ser, haciendo florecer los jardines, eclosionar los azahares que inundarán las calles andaluzas de un aroma inconfundible, exornando los pasos de rosas, claveles, lirios, tulipanes, camelias, calas, orquídeas. Una locura de color y olor, de sentir y disfrutar. Que bien definió el filósofo y teólogo Enrique de Castro a la Semana Santa andaluza: “un orgasmo colectivo”.

                                                                       Córdoba, Semana Santa 2024

                                                                          Miguel Santiago Losada

                                                                                Profesor y escritor

 

 

 

 

 

 

 

 

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