Horror en la costa ceutí
Aba guardó para siempre en lo más profundo de su corazón la mano de su madre acariciándole, el canto melodioso de su progenitora mientras se dormía en su regazo, la mirada vidriosa cada vez que no podía darle el alimento que él necesitaba para su crianza; el olor de su cuerpo, que todos/as los/as hijos/as guardamos como oro en paño cuando dejan esta vida. Aba, a modo de moviola, recordaba el hambre, la sed, la enfermedad, los malos tratos, las veces que estuvo a punto de morir mientras cruzaba la dura travesía que lo condujese al Norte de Africa, para poder embarcar a la conquista pacífica y humana de una mejor vida. Sus recuerdos le hicieron olvidar por un momento que su cuerpo sucumbía en las frías aguas del Estrecho. Posiblemente su última imagen fuese la de una inmensa humareda provocada por botes de humos, la de pelotas de goma y balas de fogueo sobre el neumático que lo mantenía a flote, lanzados por el cuerpo de seguridad del Estado para que no alcanzase las aguas jurisdicci