EL NIÑO Y LA BESTIA
Según nos dicen las Sagradas Escrituras el niño crecía en sabiduría y bondad. Una sabiduría que le hacía tener los ojos bien abiertos para conocer la realidad y un amor para dedicarse a lo más débil, sencillo y excluido de la sociedad. El niño observaba cómo las legiones romanas maltrataban a su pueblo, sometiéndolo y provocando todo tipo de víctimas, careciendo incluso de escrúpulos a la hora de matar a los más pequeños e indefensos. El niño examinaba con sus propios ojos como los publicanos, juristas y escribanos se cebaban contra las personas más necesitadas, cobrándoles unos impuestos abusivos mientras ellos vivían con todo tipo de lujos, sometiéndolas a unas leyes injustas y condenándolas a la extrema miseria, exclusión y desamparo. El niño percibía cómo los sacerdotes vivían con los mayores lujos de la época, palacios y buenos recaudos, veía cómo habían hecho del templo un mercado, una auténtica cueva de ladrones, donde se tomaba el nombre de Dios en vano